lunes, 28 de septiembre de 2009

La zafra del dolor profundo, de Gabriel García Márquez

Volvamos a lo importante, a lo que vale la pena: regresemos a la literatura. Demasiada distracción con el mundo real y sus problemas en este blog. A continuación va un texto publicado por Gabriel García Márquez en marzo de 1954 y hace parte de una serie de crónicas sobre la Sierpe, un lugar perdido en el corazón del Caribe colombiano. Al leer estos textos uno llega a tener dudas de su veracidad, parecen cuentos fantásticos y no crónicas. Cualquier parecido con Macondo no es pura coincidencia, más bien confirma que nuestro país está plagado de territorios legendarios y míticos. Qué lástima que García Márquez no haya vuelto a hacer periodismo. Muchos periodistas estamos (como me cuesta incluirme) agradecidos con él, con su genial idea de fundar la FNPI donde su legado se respira y nos hace ilusión con que algo de su maestría se nos contagie. Ojalá.



El ataúd llega antes del amanecer. Entonces se transforma el ambiente, porque algo parece indicar a la gente de La Sierpe que lo que proporciona a la muerte una dimensión de pavor, no es propiamente el cadáver, sino la caja mortuoria que el carpintero de La Guarida fabrica a la carrera, con tablas mal claveteadas y sin cepillar, cada vez que de los pantanos surge un hombre con una soga cortada a medida del muerto. A cualquier hora del día o de la noche en que un mensajero de La Sierpe toque a la puerta del carpintero de La Guarida, el hombre se levanta dispuesto a trabajar, pues sabe que por muy diligente que sea el mensajero quien está necesitando el ataúd tiene por lo menos seis horas de estar tirado en un rincón, pudriéndose entre los cerdos y las gallinas.No siempre ha sido un hombre que viene por el ataúd lo suficientemente veloz como para no cruzarse en el camino con otros mensajeros que viajan a La Guarida en busca de más ataúdes. El aguardiente que se consume en La Sierpe produce una embriaguez de mala índole, cuyas consecuencias no son en todos los casos el convencional dolor de cabeza y el malestar al día siguiente. La intoxicación y la reyerta pueden poner también sus velas en el entierro, si la tardanza del ataúd prolonga los festejos hasta las horas de la mañana. Sólo una vez colocado el muerto dentro de la caja, la gente recoge sus mesas de juego y sus ventorrillos y regresa a sus casas, para volver a la de los dolientes nueve noches después, a repetir la fiesta


El cementerio de La Guarida

Por tradición, los muertos de La Sierpe son enterrados en La Guarida. No es preciso llenar los formulismos del registro civil, ni solicitar permiso para ocupar el cementerio. Allí están apiñados e indiscriminados bajo un montón de cruces, hombres, mujeres y niños anónimos, víctimas de la malaria y la disentería. O los cuerpos hinchados y deformes de uno de cada diez mordidos de serpiente. Sólo los cadáveres de los ahogados o los muertos por machetazos no reposan en el húmedo y estrecho cementerio de La Guarida. A los primeros se les deja insepultos, para solaz de los gallinazos, porque la del ahogado es muerte impura en el extraño código moral de La Sierpe. A los segundos los sepulta quien los encuentre en el camino, después de cavar un hueco donde pueda reposar el cuerpo


"El largo viaje de regreso"

El cadáver es acompañado hasta La Guarida por hombres y mujeres voluntarios, que lo hacen por afecto al muerto, por consideración a los dolientes o, simplemente, por seguir adelante con la fiesta. El ataúd es amarrado a cuatro palos y transportado en hombros a través de los pantanos, por los senderos menos profundos, de manera que el agua no le cvaya a los conductores más arriba de la cintura. Al cuerpo lo sigue un cortejo de hombres cargados con calabazos de aguardiente y de mujeres con niños y animales, que aprovechan la compañía para hacer compras en La Guarida. Pero el viaje dura el doble que uno normal, pues es viaje con prolongadas estaciones, en el que vuelve a ser el muerto la cosa menos importante.

Donde encuentran una casa, la comitiva fúnebre se detiene a conversar, a beber café y aguardiente. Si a más de sed hay hambre, los propietarios de la casa improvisan un almuerzo con el sacrificio de un cerdo o varias gallinas, como contribución al duelo. Pero el motivo del viaje no penetra a la casa. El muerto es abandonado en un lugar distante de la vereda, desde donde no llegue el acre testimonio de que tiene más de veinticuatro horas.

Del lugar menos distante de La Sierpe a las primeras casas de La Guarida los dolientes más urgidos no transportan un muerto en un día. La carga es demasiado incómoda de llevar a través del pantano y a esa circunstancia se recargan la parsimonia y la indiferencia de quienes convierten el viaje en una bulliciosa y pintoresca travesía. Generalmente, un cadáver que abandona su casa acompañado por media docena de personas, llega a La Guarida seguido por un grupo de más de veinte , pues a lo largo del camino se incorpora a la comitiva todo aquel que tiene un viaje aplazado por falta de buena compañía. O una juerga aplazada por falta de oportunidad. Durante un día y media noche, cuando menos, el grupo chapalea en el pantano, abriendo trochas, bebiendo, conversando, conduciendo una caja por cuyas junturas se escapa el espeso tufo del muerto. Sólo cuando llegan a las tierras secas de La Guarida los dolientes procuran recuperar el tiempo perdido y se echan a trotar.


El muerto alegre

Aquello no es un capricho. Es una ceremonia. Quien ha oído hablar de La Sierpe, también tiene noticia de una de sus más patéticas prácticas: el muerto alegre. Es la dramática ceremonia a través de la cual el cadáver informa a quienes lo llevan a la sepultura, si está conforme o insatisfecho con su estado.
Como el cadáver no es amortajado, sino colocado en una caja hecha sobre medidas imprecisas, el cuerpo no ajusta siempre en el ataúd. Cuando el cortejo se echa a trotar en los terrenos secos de La Guarida, el cadáver desajustado golpea contra las tablas, al compás del trotecillo alegre de quien lo conducen. En determinadas circunstancias el cuerpo no da tumbos dentro de la caja y sus conductores consideran su silencio como una confesión de su incomodidad en la muerte. Pero en la mayoría de los casos el cadáver golpea, adquiere y conserva el ritmo del trote. Esa señal precipita el regocijo de la comitiva y estimula la juerga.

"Va alegre el muerto. Va alegre el muerto", gritan entonces los sencillos habitantes de La Sierpe, que irrumpen jadeantes y dichosos en la calle de La Guarida, donde viene a sepultar un cuerpo maltratado y descompuesto. El cadáver de un hombre que fue justo, y pregona, con fuertes y acompasados golpes de su cabeza contra las tablas, que se siente feliz en el paraíso.


Final en "Zafra"

En dos casos se cantan la "zafra" en los campos del departamento de Bolívar: en la recolección de las cosechas y durante la cavación de las sepulturas. En La Sierpe se conserva esta práctica, sólo para el último de los casos. Así que cuando el cortejo llega al cementerio con el muerto alegre, el sepulturero está aguardándolo al borde de la fosa y lo saluda con una tonada afilada y vibrante, original de la región, cuya extraña belleza y cuya desconcertante sabiduría recuerdan por algún motivo las coplas de Jorge Manrique. La tonada tiene un nombre sencillo: "La zafra del dolor profundo"


La zafra del dolor profundo

El ataúd es una nave
que el que se embarca no vuelve.
Es un sueño para siempre
que tan sólo Dios lo sabe.

Este mundo es una bola
que en sus vueltas nunca para,
lo que no es hoy es mañana
si no en esta misma hora.
Pero se creen muchas personas
que la plata en todo vale;
Dios es un ser muy notable,
da lo bueno y da lo malo.
Hecho del cedro que es palo
el ataúd es una nave.

Las torres más elevadas
de aquel verdadero templo,
se han de caer con el tiempo,
más tarde , y nunca se paran.
Porque es una verdad probada,
dicen los inteligentes,
que el que tiene es el que pierde:
el pobre no pierde nada.
Esto es un mar que no para,
que el que embarca no vuelve.

Es muy cierto que la plata
infunde mucho respeto,
pero en llegándose el tiempo
la muerte a todos nos mata.
Quien creyera que se salva
con plata y sin tener suerte
no sabiendo que la muerte
mata al pobre y mata al rico.
Que por disposición de Cristo
Es un sueño para siempre.

La memoria no me da
para explicarme más claro,
pero Dios en realidad
da lo bueno y da lo malo.

Esto pronuncian mis labios:
el hombre debe ser suave,
tener buenas amistades
y no hacer mal a ninguno.
Tantas vueltas que da el mundo
que tan sólo Dios lo sabe.

Tomado de Gabriel García Márquez. Crónicas y reportajes. Instituto Colombiano de Cultura. 1976. Páginas 43 a 50

2 comentarios:

Camilo Noreña Herrera dijo...

Hola Samuel.
El maestro Saldarriaga JF, me había hablado, de aquel profesor llamado Samuel Arias que llegaría pronto a la facultad, y quien tendría mucho que aportarnos sobre Epidemiología y especialmente sobre cáncer. Pero el profe olvido contarme sobre la excelente persona (olvidando el Samuel epidemiólogo) que llegaría a la facultad y al grupo de epidemiología.
Me alegra mucho que un profesor combine su actividad académica con este espacio (Blog. El cuaderno de Samuel) tan salido de lo metódico y sobre todo desestrezante y amigable.
Te felicito por este espacio, el cual estoy seguro, requiere dedicación y esfuerzo, claro que cuando las cosas se hacen con iniciativa propia y ganas, lo anterior no importa.
Me alegra mucho que estés de nuevo en Medellín. Porque como estudiante de administración en servicios de salud y un enamorado de la epidemiologia (Pasión que me ayudo a “descubrir” el maestro Juan) se que encontrare en Samuel Arias, un maestro que me enseñara y ayudara a comprender y manejar la rigurosidad del método científico epidemiológico. Pero más importante que esto. Estoy seguro que encontrare un verdadero ser humano del cual no se que aprenderé, pero estoy seguro que aprenderé mucho.
Reitero mis felicitaciones por el blog y el saludo de bienvenida a la FNSP y al semillero de Investigación del grupo de epidemiologia.
Un saludo;
Camilo Noreña Herrera, un alumno más.

Samuel Andrés Arias dijo...

Camilo: Bienvenido al Cuaderno y Muchas gracias por el inmerecido comentario. Ya tendremos tiempo de compartir mucho en la Facultad.
Un abrazo,