lunes, 27 de abril de 2009
Empeliculado: Yo que serví al rey de Inglaterra
Bohumil Hrabal tiene la virtud de poder plasmar desde lo más vulgar de la cotidianidad los más profundos dramas del ser humano. Él mismo, su propia muerte -una caída accidental/intencional desde una ventana mientras daba de comer a los pájaros- parece un fragmento de alguna de sus novelas. Sus personajes son obreros, operarios, camareros, gente simple, con vidas simples que en el correr de sus días simples descubren la grandeza de la vida, del arte o de los momentos críticos de nuestra historia reciente. Este mismo espiritú lo respeta Jirí Menzel en su muy premiada película Yo que serví al rey de Inglaterra, adaptación de la novela de Hrabal del mismo título.
Jan Díte es un menudo y pobre camarero de provincia cuya ambición es llegar a ser millonario mientras sucede la invasión nazi a Checoslovaquia. ¡Y lo logra! Pero mientras lo hace uno puede morir de la risa, aunque a veces sea una risa vergonzante por la contradicción de lo que hace y le pasa a Díte y la terrible realidad que está viviendo su país.
Si no la ha visto, vale la pena hacerlo y, si de pronto, no ha leído a Hrabal, hágalo. Si no me cree dele una miradita a esta entrada del Ojo en la paja o al blog de Laura García, donde están reseñadas dos maravillosas novelas de Bahumil Hrabal.
Yo que serví al rey de Inglaterra de Jirí Menzel (2006)
jueves, 23 de abril de 2009
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lunes, 20 de abril de 2009
Azul petróleo
Aunque el turno terminó a las diez de la noche, salió minutos antes de las doce, después de cuarenta y ocho horas seguidas de labor. El cotidiano afán de regresar a su hogar desapareció dos semanas atrás, luego del funeral.
Subió al carro y tomó la autopista. Mientras contaba las líneas blancas e intermitentes que dividían en dos la carretera, veía como el azul petróleo de la noche se confundía con el negro del asfalto en el horizonte.
Al escuchar el grito de la bocina, desapareció la risa de Laura, la menor; abrió los ojos y encontró el interior del auto bañado en una luz de mediodía. Un segundo antes de atravesar el panorámico con su cráneo, recordó que no había ajustado su cinturón de seguridad y vio, en el centro del espejo retrovisor, un lunar dorado y resplandeciente señalando el poste que se hundiría en su Renault diecinueve, modelo noventa y siete, color azul petróleo... como la noche.
jueves, 16 de abril de 2009
A juicio: Soldados de Salamina, de Javier Cercas
Entonces lo ve. Está de píe junto a la hoya, alto y corpulento y recortado contra el verde oscuro de los pinos y el azul oscuro de las nubes, jadeando un poco, las manos grandes aferradas al fusil terciado y el uniforme de campaña profuso de hebillas y raído de intemperie. Presa de la anómala resignación de quien sabe que su hora ha llegado, a través de las gafas de miope enteladas de agua Sánchez Mazas mira al soldado que lo va a matar o va a entregarlo -un hombre jovel, con el pelo pegado al cráneo por la lluvia, los ojos tal vez grises, las mejillas chupadas y los pomulos salientes y lo recuerda o cree recordarlo entre los soldados harapientos que le vigilaban en el monasterio. Lo reconoce o cree reconocerlo, pero no le alivia la idea de que vaya a ser él y no un agente del SIM quien lo redima de la agonía inacabable del miedo, y lo humilla como una injuria añadida a las injurias de esos años de prófugo no haber muerto junto a sus compañeros de cárcel o no haber sabido hacerlo a campo abierto y a pleno sol y peleando con un coraje del que carece, en vez de ir a hacerlo ahora y allí, embarrado y solo y temblando de pavor y de vergüenza en un agujero sin dignidad. Así, loca y confusa la encendida mente, aguarda Rafael Sánchez Mazas -poeta exquisito, ideólogo fascista, futuro ministro de Franco- la descarga que ha de acabar con él. Pero la descarga no llega, y Sánchez Mazas, como si ya hubiera muerto y desde la muerte recordara una escena de sueño, observa sin incredulidad que el soldado avanza lentamente hacia el borde de la hoya entre la lluvia que no cesa y el rumor de acecho de los soldados y carabineros, unos pasos apenas, el fusil apuntándole sin ostentación, el gesto más indagador que tenso, como un cazador novato a punto de identificar a su primera presa, y justo cuando el soldado alcanza el borde de la hoya traspasa el rumor vegetal de la lluvia un grito cercano:
-¿Hay alguien por ahí?
El soldado le está mirando; Sánchez Mazas también, pero sus ojos deteriorados no entienden lo que ven: bajo el pelo empapado y la ancha frente y las cejas pobladas de gotas la mirada del soldado no expresa compasión ni odio, ni siquiera desdén, sino una especie de secreta e insondable alegría, algo que linda con crueldad y se resiste a la razón pero tampoco es instinto, algo que vive en ella con la misma ciega obstinación con que la sangre persiste en sus conductos y la tierra en su órbita inamovible y todos los seres en su terca condición de seres, algo que elude a las palabras como el agua del arroyo elude a la piedra, porque las palabras sólo están hechas para decirse a sí mismas, para decir lo decible, es decir todo excepto lo que nos gobierna o hace vivir o concierte o somos o es este soldado anónimo y derrotado que ahora mira a ese hombre cuyo cuerpo casi se confunde con la tierray el agua marrón de la hoya, y que grita con con fuerza al aire sin dejar de mirarlo.
-¡Aquí no hay nadie!
Luego da media vuelta y se va.
Soldados de Salamina, de Javier Cercas. Tusquets. Barcelona. 2001. pp. 101-102
Es una muy buena novela. Bueno, eso no es ninguna novedad. Al parecer más de un millón de lectores dicen lo mismo. El texto se divide en tres partes: en la primera, Javier Cercas, escritor vergonzante y periodista, se entera de la anécdota posteada en la evidencia y que le sucedió a Rafael Sánchez Mazas, personaje real, importante intelectual del fascismo español. Decide entonces seguirle la pista a la historia para escribir un extenso perfil del tipejo, que termina siendo la segunda parte de la novela. En la tercera aparece de nuevo Cercas tras la huella de Miralles, un ex soldado del ejército repúblicano que durante su juventud estuvo en todas las guerras posibles para un español - fránces. Este hombre, según las sospechas del periodista fue quien le salvó la vida a Sánchez Mazas. Lo más divertido de esta parte es que el chisme se lo pasó, sin querer queriendo, Roberto Bolaño. Pero resulta que en su libro Entre Paréntesis, Bolaño, el de verdad, dice que el Bolaño de la novela no es Bolaño, el de verdad; y así mismo el Javier Cercas de la historia no es el mismo de la vida real. ¡Buenísimo! Ese es el principal logro del libro: trabajar con personajes históricos y contemporáneos reales (el mismo autor, Sanchéz Mazas, Bolaño) y manipularlos en un mundo de ficción que linda con lo real para dar coherencia a lo que quiere contar, donde la veracidad literaria prima sobre la historia real. ¡Qué maravilla, así tiene que ser!
Conchi, la novia y admiradora irrestricta del autor personaje, se lo dijo más de una vez: escribir sobre un facho trae problemas y claro, a uno, sin ser un zurdo ortodoxo tiene lateralidad hacia la izquierda, le da una piquiña tremenda los episodios donde es casi exhaltado este intelectual godo. Es como hacer una novela donde el héroe sea José Obdulio Gaviria.
Sin embargo, lo importante es que lo literario se impone sobre la anécdota y la historia. La forma como Cercas nos hace cómplice de sus investigaciones, nos sumerge en la historia "real" de Sánchez Mazas y nos hace creer en personajes reales que son ficticios es magistral. Sin duda, vale la pena leerla.
domingo, 12 de abril de 2009
Poeta: Meira Delmar
martes, 7 de abril de 2009
La musa y el artesano
1. Hace poco durante una sesión de tutoría en la Maestría en Escrituras Creativas de la Universidad Nacional, una de las escritoras asistentes, al observar el tablero donde comentábamos un cuento que acababa de presentar uno de sus compañeros, se quejaba del exceso de tecnicismos al hacer aquel análisis. Miré los apuntes que habíamos hecho: una sucesión de garrapatas de color verde, rojo y azul que representaban la manera como habíamos desarmado los elementos de la narración. Valorábamos su argumento, desmontábamos los personajes, analizábamos la condición social del relato y así con todos los aspectos de aquel trabajo literario. Mi alumna criticaba, de una manera un poco ingenua, ese recurso un tanto técnico de evaluar un cuento, y manifestaba el deseo de resolver todos los problemas de la creación desde aspectos exclusivamente artísticos. Aunque un poco injusto, su reclamo me llevó a preguntarme dónde estaba el equilibrio entre el uso de recursos analíticos y la espontaneidad creativa. O formulado de otro modo, entre la técnica para hacer cuentos y el arte narrativo propiamente dicho. ¿Podía hacerse esa separación? ¿Dónde el arte se convierte en una reflexión racional? ¿El escritor que se preocupa por los aspectos técnicos termina escribiendo como los académicos? ¿Cómo compartir la experiencia de la escritura entre el que la ha ejercido por muchos años y el que apenas comienza a practicarla?
sábado, 4 de abril de 2009
Empeliculado: Revolutionary road
La vida se escurre en el cuentagotas del día a día, con ella se van las las mentiras que alguna vez nos vendimos y que usualmente solemos llamar "sueños". Frank (Leonardo Di Caprio) y April (Kate Winslet) se casan y, como todas las parejas, también tienen sueños que pronto son reemplazados por el trabajo y la crianza de los hijos. Cuando se detienen un momento se dan cuenta que ahora es más importante lo seguro, lo fijo, un mejor salario, una mejor posición que ir a perseguir incertidumbres en París, así su relación ya no valga nada; sin embargo lo piensan, incluso alcanzan a planear una huída, pero la seguridad de las certezas aplasta las frágiles y temerarias ilusiones.
Ojo a la actuación de Michael Shannon en el papel de John Givings. Otro de los personajes loquitos bien cuerdos del cine.
Lástima que la historia, o la forma como la contó Sam Mendes, huela tanto a Belleza americana. Al final es la misma reflexión metida en un guión y una película distinta. De lo que sí quedé antojado fue de leer la novela de Richard Yates.
En conclusión: Para repetirla después de un buen tropel con la esposa o en aquellos días donde uno siente que la vida se escapa en la rutina intrascendente del día a día.
Revolutionary road de Sam Mendes (2008)
miércoles, 1 de abril de 2009
Literatura felina: Jack Kerouac
Jack Kerouac
Pero estos problemas de Tyke, suspiro al pensar, son mucho más puros que los míos –heme aquí empacado y vestido para tomar un avión a Hollywood y aparecer en el programa de Steve Allen que se transmite en una cadena nacional, para leer seis minutos de mi vergonzosa prosa y poesía. Acaso Tyke traga saliva y se angustia porque millones de personas mirarán fijamente su cara el lunes por la noche, pensando todo tipo de pensamientos de enojo o de otra índole sobre su persona que jamás podrán ser mejores, en ningún caso, que la ausencia completa de ellos. Porque Tyke es como aquel sabio chino taoísta que se mantiene tan hundido como un valle puede serlo, imita el agua de las orillas de un riachuelo y, de esta manera, conquista el valle, porque jamás se descubrirá su propósito de derribar: el Rey Secreto del Valle.
He aquí a mi dulce gato y hermano Tyke, un medio persa, medio callejero de Florida, meditando tranquilo sobre sus patas delanteras, el cuerpo encorvado como gato-Buda, los ojos casi siempre cerrados, no dispuesto a ser molestado por nada, por mi grito de despedida o por el ruido del los aviones, solamente sentado en el sol color paja de noviembre con la sabiduría del Egipto Sagrado en todos sus flexibles músculos –“¿Y acaso Tyke viaja en aviones a la costa?”, me pregunto. “¿Firma contratos, paga impuestos, abre sobres o se acongoja ante el horror general? No. Contempla el horizonte donde el espacio desaparece en el vacío dentro de él mismo y dentro de todas las cosas –es miércoles y su novia gata en el otro extremo del barrio piensa y sabe que él vendrá esta noche– y él sabe que se comerá a su ratón y que éste se lo comerá a él –se encuentra irremediablemente desalentado en la eternidad, atrapado en su arrogancia, pero no le importa nada, ¡ja, ja! Y mañana al amanecer, después de haberme llevado tontamente a mí mismo 3 mil millas a la nada, él apurará su regreso a casa con la cola mirando hacia abajo y:
Habiéndose desayunado
se enroscará
En el sofá del atardecer
Y eso es tan seguro como el reflejo de tu nariz en el espejo del mediodía, muchacho.”
El gran poeta inglés Christopher Smart dijo sobre su propio gato: “Yo tendré en consideración a mi gato Jeoffrey… Porque él no hará destrozos si está bien alimentado, ni escupirá sin ser provocado… Porque todo hogar está incompleto sin él y hace falta una bendición en el alma… porque él sabe que Dios es su salvador… Porque no hay nada más dulce que su paz cuando descansa.”
Traducción de Lucinda Gutierrez publicada originalmente en La Jornada Semanal el 22 de marzo de 2009 http://www.jornada.unam.mx/2009/03/22/sem-jack.html