jueves, 30 de julio de 2009

Una hermosa criatura, de Truman Capote

Es un texto inusualmente largo para una entrada en un blog... ¡Ah, pero vale la pena! Quienes aún no lo hayan leído háganlo, les prometo no defraudarlos. Dentro de los varios perfiles que escribió Capote de grandes personajes del arte y la farándula, este es uno de los más deliciosos y divertidos.



UNA HERMOSA CRIATURA

Truman Capote
(1979)


Escena: La capilla de la funeraria Universal en la Avenida Lexington y la calle Cincuenta y dos, Nueva York. Un interesante grupo representativo se apretuja en los asientos: celebridades, en su mayoría, del ambiente teatral, cinematográfico y literario internacional presentes todos en homenaje a Constance Collier, la actriz nacida en Inglaterra, que murió el día anterior, a los setenta y cinco años.

Nacida en 1880, Miss Collier comenzó su carrera como corista de teatro de variedades, pasando de allí a convertirse en una de las principales actrices shakesperianas de Inglaterra (y novia, de por vida, de Sir Max Beerbhom, con quien nunca se casó, siendo tal vez por esa razón la inspiración de la traviesa e inconseguible heroína de la novela de Sir Max, Zuleika Dobson). Después de un tiempo emigró a los Estados Unidos, donde se convirtió en una importante figura en el teatro de Nueva York y en el cine de Hollywood. Durante las últimas décadas de su vida vivió en Nueva York; allí daba clases de teatro de alto nivel: sólo aceptaba profesionales como estudiantes, y por lo general profesionales que ya eran “estrellas”. Katharine Hepburn fue su alumna permanente. Otra Hepburn, Audrey, fue igualmente una de las protegidas de la Collier, igual que Vivian Leigh y, unos meses antes de su muerte, una neófita a quien Miss Collier llamaba “mi problema especial”: Marilyn Monroe.

Marilyn Monroe, a quien conocí por intermedio de John Huston cuando dirigía La jungla de asfalto, la primera película en que Marilyn habló, pasó a ser protegida de Miss Collier por sugerencia mía. Conocía a Miss Collier desde hacía unos seis años, y la admiraba como mujer de mucho valor en el aspecto físico, emocional y creativo, y por ser, a pesar de sus modales altaneros y de su voz de gran catedral, una persona adorable, levemente malvada pero excesivamente cálida, digna pero gemütlich. Me encantaba ir a los pequeños almuerzos que ofrecía con frecuencia en su oscuro estudio victoriano en el centro de Manhattan; tenía una infinidad de historias acerca de sus aventuras como primera figura con Sir Beerbhom y el gran actor francés Coquelin, su relación con Oscar Wilde, Chaplin de joven y la Garbo en los primeros años de la sueca, en las películas mudas. En realidad, era una delicia, igual que su fiel secretaria y compañera, Phyllis Wilbourn, una solterona brillante pero callada que, después de su muerte pasó a ser, y sigue siendo, acompañante de Katharine Hepburn. Miss Collier me presentó a muchas personas de quienes me hice amigo: los Lunt, los Olivier y especialmente Aldoux Huxley. Pero fui yo el que le presentó a Marilyn Monroe, y al principio no le interesó conocerla, no veía muy bien, no había visto las películas de Marilyn, y en realidad no sabía nada de ella, excepto que era una especie de bomba sexual de pelo platinado, de fama mundial. En fin, no parecía arcilla adecuada para la severa y clásica formación de Miss Collier. Pero yo pensé que podían hacer una combinación estimulante.

Así fue. “Oh, sí”, me informó Miss Collier. “Tiene algo. Es una hermosa niña. No lo digo por lo obvio, tal vez demasiado obvio. No es una actriz, en absoluto, en el sentido tradicional. Lo que ella tiene, esa presencia, esa luminosidad, esa inteligencia deslumbrante, nunca podría salir a relucir en el escenario. Es algo tan frágil, tan sutil, que sólo la cámara puede captarlo. Es como un colibrí en vuelo: sólo la cámara puede congelar su poesía. Pero quien piense que la chica es otra Harlow, o una puta, está loco. Hablando de locura, es de eso que nos estamos ocupando: de Ofelia. Supongo que la gente se reiría de sólo pensarlo, pero realmente podría ser la Ofelia más deliciosa del mundo. Estaba hablando con Greta la semana pasada, y le hablé de Marilyn como Ofelia, y Greta dijo sí, que lo creía porque la había visto en dos películas, muy comunes y vulgares, pero que de todos modos dejaban entrever las posibilidades de Marilyn. En realidad, Greta tiene una idea divertida. ¿Sabes que quiere hacer una película de Dorian Gray? Con ella como Dorian, por supuesto. Bueno, dijo que le gustaría que Marilyn fuera una de las chicas que Dorian seduce y destruye. ¡Greta! ¡Tan desaprovechada! Y qué talento, bastante parecido al de Marilyn, cuando se piensa. Por supuesto, Greta es una actriz consumada, de máximo control. Esta hermosa criatura carece de todo concepto de disciplina o sacrificio. No sé por qué, pero me parece que no llegará a vieja. Es absurdo que lo diga, pero siento que morirá joven. Espero, ruego, que viva lo suficiente para liberar ese talento tan extraño y encantador que es en ella como un espíritu prisionero.”

Ahora Miss Collier ha muerto, y yo estaba en el vestíbulo de la capilla Universal esperando a Marilyn. Hablamos por teléfono la noche anterior y quedamos en sentarnos juntos en el servicio, que empezaría al mediodía. Ya llevaba más de media hora de retraso. Siempre llegaba tarde, pero pensé que, por una sola vez, podía llegar a horario. ¡Por el amor de Dios! ¡Maldición! De repente llegó, pero no la reconocí hasta que me dijo...

MARILYN: Querido, perdóname. Pero como ves, me maquillé y luego pensé que no debería ponerme pestañas postizas ni pintarme los labios ni nada, de modo que me lavé la cara, y no sabía qué ponerme...

(Lo que se había puesto finalmente habría sido apropiado para la abadesa de un convento que asiste a una audiencia privada con el Papa. Tenía el pelo totalmente cubierto por un pañuelo de chifón negro, un vestido negro suelto, largo, que parecía prestado, medias de seda negra que opacaban la rubia belleza de sus esbeltas piernas. Seguro que una abadesa no se habría puesto los zapatos de tacos altos, negros y vagamente eróticos, que había elegido, ni los anteojos oscuros, de lechuza, que tornaban dramática la palidez de vainilla de su fresca piel.)

TC: Se te ve muy bien.

M (royendo la uña del pulgar, ya totalmente comida): ¿Estás seguro? Estoy tan nerviosa, ¿sabes? ¿Dónde está el baño? Si pudiera ir un momento...

TC: ¿A tomarte una píldora? ¡No! Shhh. Esa es la voz de Cyril Ritchard: ya ha empezado el panegírico.

(De puntillas, entramos en la capilla llena de gente y logramos ubicarnos en un espacio estrecho en la última fila. Cyril Ritchard terminó de hablar. Lo siguió Cathleen Nesbitt, colega de toda la vida de Miss Collier, y finalmente Brian Aherne se dirigió a los presentes. Durante todo este tiempo, mi acompañante no cesaba de quitarse los anteojos para enjugar las abundantes lágrimas que brotaban de sus ojos azul grisáceos. Algunas veces la había visto sin maquillaje, pero hoy presentaba una nueva experiencia visual, un rostro que no había observado antes, y al principio no me di cuenta de qué pasaba. ¡Ah! Era por el pañuelo de cabeza. Con el pelo oculto, el cutis sin cosméticos, parecía de doce años, una virgen pubescente recién admitida en un orfelinato, que se lamenta por su suerte. Por fin la ceremonia terminó, y la congregación comenzó a dispersarse.)

M: Por favor, sentémonos aquí. Esperemos a que se vayan todos.

TC: ¿Por qué?

M: No quiero tener que hablar con todo el mundo. Nunca sé qué decir.

TC: Siéntate tú aquí, que yo esperaré afuera. Tengo que fumar un cigarrillo.

M: ¡No me puedes dejar sola! ¡Dios mío! Fuma aquí.

TC: ¿Aquí? ¿En la capilla?

M: ¿Por qué no? ¿Qué vas a fumar? ¿Marihuana?

TC: Muy graciosa. Vámonos.

M: Por favor. Hay un montón de fotógrafos abajo. Y por supuesto que no quiero que me saquen fotos con esta ropa.

TC: No te culpo.

M: Dijiste que se me veía muy bien.

TC: Y es verdad. Estás perfecta para el papel de la novia de Frankenstein.

M: Te estás riendo de mí ahora.

TC: ¿Te parece?

M: Te ríes por dentro. Y ésa es la peor clase de risa. (Frunciendo el ceño; mordiéndose la uña del pulgar.) En realidad, podía haberme puesto maquillaje. Todo el mundo aquí estaba maquillado.

TC: Incluso yo.

M: Hablando en serio. Es el pelo. Necesito tintura, y no tuve tiempo. Todo fue tan inesperado. La muerte de Miss Collier. ¿Ves?

(Se levantó un poquito el pañuelo para mostrarme una franja negra en la raya del pelo.)

TC: Pobre e inocente de mí. Yo que creía que eras una rubia auténtica.

M: Lo soy. Pero nadie es tan natural. ¿Por qué no te vas a la mierda?

TC: Bueno, ya se han ido todos. Vamos, levántate.

M: Estos fotógrafos están ahí todavía. Lo sé.

TC: Si no te reconocieron al entrar, no te reconocerán cuando salgas.

M: Uno me reconoció. Pero me metí por la puerta antes de que empezara a gritar.

TC: Debe haber una puerta posterior. Podemos salir por ahí.

M: No quiero ver ningún cadáver.

TC: ¿Por qué vamos a ver cadáveres?

M: Esto es una funeraria. Deben guardarlos en alguna parte. Lo único que me falta, entrar en un cuarto lleno de muertos. Ten paciencia. Iremos a alguna parte y te invitaré a tomar champagne.

(De modo que nos quedamos sentados y Marilyn dijo: “Odio los funerales. Me alegro de no tener que ir al mío. Sólo que no quiero funeral, y que uno de mis hijos, si tengo alguno, tire mis cenizas al viento. Hoy no habría venido de no ser porque Miss Collier me quería, se preocupaba por mi porvenir y era como una abuelita, una abuelita severa, pero que me enseñó muchas cosas. Me enseñó a respirar. Lo he aprovechado, y no sólo cuando actúo. Hay otros momentos cuando respirar es un problema. Pero cuando me enteré de la muerte de Miss Collier, lo primero que pensé fue: Oh, Dios mío, ¿qué pasará con Phyllis? Miss Collier era toda su vida. Pero me enteré de que se fue a vivir con Miss Hepburn. Feliz de Phyllis. Lo pasará tan bien ahora. Me gustaría cambiar con ella. Miss Hepburn es una persona maravillosa. En serio. Ojalá fuera amiga mía. Podría llamarla a veces y... bueno, no sé, charlar con ella”.

Hablamos de cómo nos gustaba Nueva York y de cuánto aborrecíamos Los Angeles. “Aunque nací ahí, no se me ocurre nada bueno que decir de Los Angeles. Si cierro los ojos, y me imagino Los Angeles, todo lo que veo es una gran várice.” Hablamos de actores y actuaciones. “Todos dicen que no sé actuar. Decían lo mismo de Elizabeth Taylor. Y se equivocaron. Estuvo magnífica en Ambiciones que matan. A mí nunca me darán el papel apropiado, algo que realmente quiera hacer. No me ayuda el aspecto físico. Demasiado específico”; hablamos un poco de Elizabeth Taylor; quería saber si yo la conocía y le dije que sí, y ella dijo bueno, cómo es, cómo es en realidad, y yo dije bueno, es algo parecida a ti, es muy franca y dice cualquier cosa, y Marilyn dijo vete a la mierda y me dijo bueno, si alguien me preguntara cómo era Marilyn Monroe, cómo era Marilyn Monroe en realidad, qué diría, y le dije que tenía que pensarlo.)

TC: ¿Te parece que podemos irnos de una vez? Me prometiste champagne, ¿recuerdas?

M: Recuerdo. Pero no tengo dinero.

TC: Siempre llegas tarde y nunca tienes dinero. Por casualidad, ¿no estás bajo la impresión de que eres la reina Isabel?

M: ¿Quién?

TC: La reina Isabel. La reina de Inglaterra.

M (frunciendo el ceño): ¿Qué tiene esa mierda que ver conmigo?

TC: La reina Isabel nunca lleva dinero encima. No le está permitido. El vil metal no debe mancillar la palma de la mano real. Hay una ley, o algo así.

M: Ojalá pasaran una ley parecida para mí.

TC: Sigue así y a lo mejor sucede.

M ¿Cómo paga cuando va de compras?

TC: Su dama de compañía trota a su lado con una bolsa llena de peniques.

M: ¿Sabes una cosa? Te apuesto a que le dan todo gratis. Como pago cuando ella dice que usa el producto.

TC: Es muy posible. No me sorprendería en lo más mínimo. Proveedores de Su Majestad. Perros galeses. Todas esas golosinas Fortum & Mason. Marihuana. Preservativos.

M: ¿Para qué quiere ella preservativos?

TC: Ella no, tonta. Para ese bobo que la sigue dos pasos atrás. El príncipe Felipe.

M: Para él. Oh, sí, me gusta. Debe tener un lindo aparato. ¿Te conté esa vez que Errol Flynn sacó el aparato y tocó el piano con él? Bueno, fue hace cien años. Yo recién empezaba y fui a una fiesta tonta. Estaba Errol Flynn, muy contento consigo mismo. Aporreó las teclas. Tocó Eres mi rayo de sol. ¡Cristo! Todo el mundo dice que Milton Berle tiene el schlong más grande de Hollywood. Pero ¿a quién le importa? Eh, ¿tienes dinero encima?

TC: Unos cincuenta dólares.

M: Eso nos debe alcanzar para un poco de champagne.

(Afuera, Lexington estaba vacía de sospechosos: nada más que inofensivos transeúntes. Eran como las dos de una linda tarde de abril, ideal para caminar. Deambulamos hasta la Tercera Avenida. Unos pocos dieron vuelta la cabeza, no porque reconocieran a Marilyn como Marilyn, sino debido a su atavío funerario. Ella rió con esa sonrisa suya tan especial, tentadora como cascabeles, y dijo: “A lo mejor siempre debería vestirme así, verdaderamente anónima”.

Mientras nos acercábamos al bar de P. J. Clarke, dije que éste sería un buen lugar para tomar un refresco, pero Marilyn lo vetó. “Está lleno de esos idiotas de publicidad. Y esa perra Dorothy Kilgallen siempre está allí, emborrachándose. ¿Qué les pasa a estos irlandeses? Chupan más que los indios.”

Me sentí obligado a defender a la Kilgallen, que era algo amiga mía, y dije que en ocasiones podía llegar a ser muy graciosa. Marilyn dijo: “Sea como sea, ha escrito cosas terribles acerca de mí. Todas esas perras me odian. Hedda, Louella. Sé que supuestamente una debe acostumbrarse a eso, pero yo no puedo. Lo que dicen, duele. ¿Qué he hecho yo a esas brujas? El único que escribe cosas decentes de mí es Sidney Skolsky. Pero él es hombre. Los tipos me tratan bien. Como si fuera un ser humano. Por lo menos me otorgan el beneficio de la duda. Y Bob Thomas es un caballero. Y Jack O’Brian”.

Miramos las vidrieras de las tiendas de antigüedades. En una había una bandeja con anillos viejos y Marilyn dijo: “Ese es bonito. El granate con las perlitas. Me gustaría poder usar anillos, pero no me gusta que la gente se fije en mis manos. Son demasiado gordas. Elizabeth Taylor tiene las manos gordas. Pero con los ojos que tiene, ¿quién se va a fijar en sus manos? Me gusta bailar desnuda frente a un espejo y ver cómo se me mueven las tetitas. No son feas. Ojalá no tuviera las manos tan gordas.”

En otra vidriera vimos un hermoso reloj de péndulo, lo que le hizo decir: “Nunca tuve un hogar. Una casa verdadera, con muebles míos. Pero si vuelvo a casarme, y gano mucho dinero, voy a alquilar un par de camiones y recorreré la Tercera Avenida comprando todo lo que se me ocurra. Una docena de relojes de péndulo. Los pondré todos en un cuarto, y todos a la misma hora. Eso sería como un verdadero hogar. ¿No te parece? ¡Eh! ¡Mira! ¡Enfrente!”

TC: ¿Qué?

M: ¿Ves el letrero con la palma de la mano? Ahí deben leer el futuro.

TC: ¿Tienes ganas de entrar?

M: Bueno, vamos a ver cómo es.

(No es un lugar acogedor. Por una vidriera sucia percibimos un cuarto desprovisto de muebles con una mujer flaca, con aspecto de gitana, sentada en una silla de lona debajo de una lámpara roja como el infierno que colgaba del techo y que esparcía un brillo torturador. Estaba tejiendo un par de escarpines. No nos miró. Marilyn estuvo a punto de entrar, luego cambió de idea.)

M: Hay veces que me gusta saber qué pasará. Pero después pienso que es mejor no saberlo. Me gustaría saber dos cosas, sin embargo. Una, si voy a adelgazar.

TC: ¿Y la otra?

M: Es un secreto.

TC: Vamos, vamos. Hoy no puede haber secretos. Hoy es un día de dolor, y los que sufrimos compartimos los pensamientos más recónditos.

M: Bueno, es acerca de un hombre. Hay algo que quiero saber. Pero no diré más. Realmente es un secreto.

(Y pensé: Eso es lo que tú crees. Ya te lo sacaré.)

TC: Estoy preparado para invitarte con champagne.

(Terminamos en la Segunda Avenida, en un restaurante chino vacío, decorado chillonamente. Pero tenía un bar bien provisto, y pedimos una botella de Mumm. Llegó, pero sin helar y sin balde. La tomamos en vasos altos, con cubitos adentro.)

M: Esto es divertido. Como filmar en exteriores. Si a una le gusta. A mí no. Niagara. Qué película mala. Horrible.

TC: Hablemos de tu amor secreto.

M: (silencio).

TC: (silencio).

M: (risitas).

TC: (silencio).

M: Conoces a tantas mujeres. ¿Cuál es la mujer más atractiva que conoces?

TC: Barbara Paley. No tiene rival.

M (frunciendo el ceño): ¿Esa a la que le dicen “Babe”? A mí no me parece una beba. La he visto en Vogue. Es elegante. Encantadora. Mirando las fotos una se siente como una chancha.

TC: Le divertiría oír eso. Te tiene celos.

M: ¿Celos de mí? Te estás burlando de nuevo.

TC: No. Está celosa.

M: Pero ¿por qué?

TC: Por lo que dijo en los diarios una periodista, creo que la Kilgallen. Algo así: “Se rumorea que Mrs. Di Maggio tuvo una cita con el mayor magnate de la televisión, y no precisamente para hablar de negocios”. Ella leyó la nota y creyó que era verdad.

M: ¿Que era verdad qué?

TC: Que su marido tiene un asunto contigo. William S. Paley. El mayor magnate de la televisión. Le gustan las rubias bien formadas. Las morochas también.

M: Eso es un disparate. No conozco a ese tipo.

TC: Ah, vamos, vamos. Conmigo puedes ser franca. Este amante secreto es William S. Paley, n’est-ce pas?

M: ¡No! Es un escritor. El es un escritor.

TC: Eso es mejor. Ya vamos a alguna parte. De modo que tu amante es un escritor. Debe de ser malísimo, o no te avergonzarías de decirme su nombre.

M (furiosa, frenética): ¿Por qué es la “S”?

TC: La “S”. ¿Qué “S”?

M: La “S” en William S. Paley.

TC: Oh, esa “S”. No quiere decir nada. La metió allí porque quedaba bien.

M: ¿Sólo una inicial que no reemplaza nada? Por Dios. Mr. Paley debe de ser un poquito inseguro.

TC: Tiene un montón de tics. Pero volvamos a tu misterioso escriba.

M: ¡Basta! No entiendes. Tengo tanto que perder.

TC: Mozo, otra botella de Mumm, por favor.

M: ¿Estás tratando de aflojarme la lengua?

TC: Sí. Te diré una cosa. Hagamos un trato. Yo te cuento un cuento, y si te parece interesante, tal vez podamos hablar de tu amigo el escritor.

M (tentada, pero renuente): ¿Un cuento de qué?

TC: De Errol Flynn.

M: (silencio).

TC: (silencio).

M (enojada consigo misma): Bueno, empieza.

TC: ¿Recuerdas lo que me contaste de Errol? ¿Lo contento que estaba con su pito? Yo soy testigo de eso. Una vez pasamos juntos una noche muy agradable. Si me entiendes.

M: Lo estás inventando. Estás tratando de engañarme.

TC: Lo juro. Estoy jugando limpio. (Silencio. Pero veo que está muy interesada, de modo que después de encender un cigarrillo, prosigo.) Bueno, sucedió cuando yo tenía dieciocho años. O diecinueve. Durante la guerra. El invierno de 1943. Esa noche daba una fiesta Carol Marcus, que no sé si ya estaba casada con Saroyan, en honor de su mejor amiga, Gloria Vanderbilt. La fiesta fue en la casa de su madre, en Park Avenue. Una gran fiesta. Habría unas cincuenta personas. Como a la medianoche entra Errol Flyn con su doble, un playboy que hacía las escenas de capa y espada, llamado Freddie McEvoy. Los dos estaban bastante borrachos. De todos modos, Errol se puso a charlar conmigo. Era inteligente, y nos reíamos mucho. De pronto dijo que quería ir a El Morocco, y por qué no iba con él y con su amigo McEvoy. Dije que sí, pero McEvoy no quería irse de la fiesta, que estaba llena de jovencitas recién presentadas en sociedad, de manera que Errol y yo nos fuimos solos. Sólo que no fuimos a El Morocco. Tomamos un taxi hasta la zona de Gramercy Park, donde yo tenía un departamento de un ambiente. Se quedó hasta el día siguiente, al mediodía.

M: Y ¿cómo calificarías? ¿En una escala de uno a diez?

TC: Francamente, si no hubiera sido Errol Flynn, ni siquiera me acordaría.

M: No es un gran cuento. No mereces el mío. Ni por asomo.

TC: Mozo, ¿y el champagne? Los dos tenemos sed.

M: Y no me has dicho nada nuevo. Ya sabía que Errol caminaba en zigzag. Tengo un masajista que es como mi propia hermana, que era masajista de Tyrone Power, y él me contó la relación que había entre Errol y Tyrone. De modo que tendrías que contarme algo mejor.

TC: Es difícil hacer tratos contigo.

M: Estoy lista a escuchar. De modo que cuéntame cuál fue tu mejor experiencia. En ese sentido.

TC: ¿La mejor? ¿La más memorable? Mejor que contestes tú primero.

M: ¡Y dices que yo soy difícil! ¡Ja! (tomando champagne) Joe no es malo. Juega bien al béisbol. Si fuera por eso, aún seguiríamos casados. Todavía lo amo. Es sincero.

TC: Los maridos no cuentan. En este juego.

M (mordisqueándose la uña; pensando, realmente): Bueno, conocí a un hombre, medio pariente de Gary Cooper. Un corredor de bolsa, no gran cosa: sesenta y cinco años, usa anteojos gruesos. No sé qué era, pero...

TC: Puedes parar ahí. Sé todo acerca de él por otras chicas. Ese viejo espadachín sigue recorriendo mundo. Se llama Paul Shields. Es el padrastro de Rocky Cooper. Se supone que es sensacional.

M: Lo es. Bueno, vivo. Tu turno.

TC: Olvídalo. No tengo por qué contarte nada. Porque ya sé quién es tu maravilla oculta: Arthur Miller. (Bajó los anteojos negros. Si las miradas mataran...)

M (tartamudeando): Pero ¿cómo? Quiero decir, nadie... Es decir, casi nadie...

TC: Hace por lo menos tres o cuatro años, Irving Drutman...

M: ¿Irving qué?

TC: Drutman. Un escritor del Herald Tribune. El me contó que tú andabas con Arthur Miller. Que estabas enamorada de él. Soy demasiado caballero para haberlo mencionado antes.

M: ¡Caballero! (tartamudeando de nuevo pero con los anteojos negros en su lugar) Tú no entiendes. Eso fue hace mucho. Eso terminó. Pero esto es nuevo. Todo es diferente ahora y...

TC: No olvides invitarme a la boda.

M: Si dices algo de esto, te mato. Te hago eliminar. Conozco un par de hombres que me harían ese favor con todo gusto.

TC: Es algo que no dudo ni por un minuto.

(Por fin regresa el mozo con la segunda botella.)

M: Dile que se la lleve. No quiero más. Quiero irme de aquí.

TC: Siento haberte molestado.

M: No estoy molesta.

(Pero lo estaba. Mientras pagaba la cuenta, fue al toilette. Deseé tener conmigo un libro para leer: sus visitas al toile-tte a veces duraban tanto como la preñez de una elefanta. Mientras pasaba el tiempo, me puse a pensar si estaría tomando píldoras tranquilizantes o estimulantes. Tranquilizantes, sin duda. Había un diario en el bar. Lo tomé. Estaba escrito en chino. Después de unos veinte minutos, decidí investigar. A lo mejor se había tomado una dosis letal, o cortado las muñecas. Encontré el baño de damas y llamé a la puerta. Dijo: “Pasa”. Estaba frente a un espejo mal iluminado. Pregunté: “¿Qué estás haciendo?”. Ella contestó: “Mirándola”. En realidad, se estaba pintando los labios color rubí. Además, se había quitado el pañuelo de la cabeza y peinado ese pelo brillante y finito que tenía.)

M: Espero que te quede bastante dinero.

TC: Depende. No como para comprar perlas, si es tu idea de hacer las paces.

M (riendo, nuevamente de buen humor. Decidí no volver a mencionar a Arthur Miller): No. Para un viaje en taxi, nada más.

TC: ¿Adónde vamos, a Hollywood?

M: Diablos, no. A un lugar que me gusta. Ya verás cuando lleguemos.

(No tuve que esperar tanto, pues no bien subimos al taxi, oí que le decía que nos llevara al muelle de la calle South, y pensé: “¿No es allí donde se toma el ferry para Staten Island?”. Y mi conjetura fue: tomó píldoras además del champagne, y está loca ahora.)

TC: Espero que no vayamos a tomar un barco. No llevo dramamine encima.

M (feliz, riendo): Vamos al muelle, nada más.

TC: ¿Puedo preguntar por qué?

M: Me gusta. Huele a otro país, y puedo dar de comer a las gaviotas.

TC: ¿Qué les darás? No tienes nada.

M: Sí, tengo la cartera llena de bizcochitos chinos. Los robé del restaurante.

TC (haciendo una broma): Sí, sí. Mientras estabas en el baño abrí uno, y el papelito de adentro era un chiste verde.

M: Por Dios. ¿Obscenidades en vez del porvenir?

TC: Seguro que a las gaviotas no les importará.

(Pasamos el Bowery. Tiendas diminutas de empeño, estaciones de donación de sangre, cuartos con camas por cincuenta centavos, pequeños hoteles sórdidos de alojamiento por un dólar, bares de blancos, bares de negros y por todas partes vagos, vagos jóvenes, ancianos vagos en cuclillas sobre la vereda sentados en medio de vidrios rotos y de vómitos, vagos apoyados contra las puertas y acurrucados como pingüinos en las esquinas. En una oportunidad, al detenernos ante una luz roja, un espantapájaros de nariz roja avanzó tambaleándose hacia nosotros y empezó a limpiar el parabrisas del taxi con un trapo húmedo que aferraba su temblona mano. Nuestro conductor protestó, gritando obscenidades en italiano.)

M: ¿Qué es esto? ¿Qué pasa?

TC: Quiere una propina por limpiar el vidrio.

M (cubriéndose la cara con la cartera): ¡Qué horrible! No lo aguanto. Dale algo. Apúrate. ¡Por favor! (Pero ya el taxi partía, derribando casi al viejo borracho. Marilyn lloraba.) Estoy descompuesta.

TC: ¿Quieres irte a casa?

M: Se ha arruinado todo.

TC: Te llevaré a casa.

M: Espera un minuto. Ya estaré bien.

(Así seguimos hasta la calle South; ya allí, el ferry anclado, la vista de Brooklyn del otro lado, las gaviotas que revoloteaban y se divertían, blancas contra el horizonte marino y el cielo veteado de vellones de nubes, diminutas y frágiles como encaje, pronto tranquilizaron su espíritu. Al bajar del taxi vimos a un hombre que llevaba a un perro chino de una correa. Era un pasajero que se dirigía al ferry. Al pasar junto a él, mi compañera se detuvo a acariciar el perro.)

EL HOMBRE (firme y poco amistosamente): No debería tocar perros desconocidos. Especialmente a éstos. Podrían morderla.

M: Los perros nunca me muerden. Sólo los humanos. ¿Cómo se llama?

EL HOMBRE: Fu Manchu.

M (riendo): Oh, como en el cine. Qué amor.

EL HOMBRE: Usted, ¿cómo se llama?

M: ¿Yo? Marilyn.

EL HOMBRE: Eso pensé. Mi mujer no me creería. ¿Me puede dar su autógrafo?

(Sacó una tarjeta y una lapicera. Utilizando su cartera como apoyo, ella escribió: Que Dios lo bendiga - Marilyn Monroe).

M: Gracias.

EL HOMBRE: Gracias a usted. Voy a mostrar esto en la oficina.

(Seguimos hasta el borde del muelle, donde nos pusimos a escuchar el ruido del agua.)

M: Yo solía pedir autógrafos. Todavía lo hago, a veces. El año pasado vi a Clark Gable sentado cerca de mí en Chasen, y le pedí que me firmara la servilleta.

(Apoyada contra un poste de amarras, la observé, de perfil: Galatea oteando las distancias no conquistadas. La brisa le esponjaba el pelo. Volvió la cabeza hacia mí con gracia etérea, como si la hiciera girar la brisa.)

TC: ¿Cuándo alimentamos los pájaros? Yo también tengo hambre. Es tarde, y no almorzamos.

M: Recuerda, te dije que si alguna vez te preguntaran cómo era yo, cómo era, en realidad, Marilyn Monroe, ¿cómo contestarías esa pregunta? (Su tono era juguetón, burlón, sin embargo sincero al mismo tiempo: quería una respuesta honesta): Apuesto a que dirías que era una palurda.

TC: Por supuesto, pero también les diría...

(Ya se iba la luz. Ella parecía desvanecerse con la claridad, mezclarse con el cielo y las nubes, retroceder y ocultarse detrás. Yo quería alzar la voz por encima de los gritos de las gaviotas y preguntarle: “Marilyn, Marilyn, ¿por qué todo tuvo que salir así? ¿Por qué es una mierda esta vida?”)

TC: Yo diría...

M: No te oigo.

TC: Diría que eres una hermosa criatura.

Tomado de: Truman Capote. El duque y sus dominios y otros relatos. Colección La otra Orilla, Editorial Norma. Bogotá, 1997. Páginas 129-146



miércoles, 22 de julio de 2009

El nuevo periodismo en Rolling Stone

Tal vez desde diciembre de 2008 ya no la volví a ver en los puestos de revistas. Creo que el último número de Rolling Stone-Colombia tiene el afro dorado del pibe en la carátula y un muy buen perfil sobre él escrito por Ricardo Silva Romero. Supongo que es eso que llaman la crisis económica mundial, pero bueno, seguiré husmeando de vez en cuando la revista desde internet, así sea la edición gringa.
El texto a continuación es la introducción del libro Reportajes. El Nuevo Periodismo en Rolling Stone publicado en 1977, a los diez años de su fundación en San Francisco, y traducido al español por Anagrama en 1979. Tuve la fortuna de encontrar esta joya con la ayuda de Álvaro Castillo, en su entrañable librería San Librario.
¿Qué tienen los artículos de Rolling Stone para haberse convertido, algunos de ellos, en míticos? Eso es lo que trata de explicar Paul Scanlon, director de la revista de aquella época, en esta introducción.
A propósito, lo planteado no sólo aplica al periodismo, considero que calza perfecto también para los escritores de ficción.


Ya que se trate de un autor que busca un encargo, un periodista que escribe un artículo para nosotros, o un amigo curioso, surge inevitablemente la pregunta: ¿Qué es el estilo Rolling Stone?
¿Cómo explicarles que no existe tal engendro? Nosotros no tenemos una legión de redactores que desmenucen cada artículo y lo estructuren de acuerdo a un credo específico. De hecho, utilizamos como guía de coherencia estilística el Manual de Estilo de University of Chicago Press... volumen conocido sólo por nosotros y algunos cientos más de publicaciones periódicas. No Pedimos a la gente que escriba pensando en "un pasota melenudo de Iowa" o de donde sea. Pedimos que el pasota, el corredor de bolsa, el cocinero de comida orgánica, el coronel retirado, el músico y el profesor tengan posibilidades similares de apreciar el artículo.
No pedimos a la gente que escriba un artículo "a la manera de Hunter S. Thompson o de Tom Wolfe", aunque suelen preguntarnos si pueden hacerlo. Ayudamos a un autor a decidir si un trabajo necesita ser narrado en primera, segunda o tercera persona, o si no necesita en absoluto este instrumento. Nos atenemos a ciertos principios del llamado Nuevo Periodismo, y a otros del viejo. Los autores que piden lecturas escogidas que les ayuden a desarrollar su tarea, suelen sorprenderse a menudo con la respuesta. Junto con selecciones de Wolfe, Talese, Thompson, Didion, Sheehy, Wakefield y otros, le pediremos que lea Golden Book on Writing, de David Lambuth, Elements of Style, de Strunk y White e Interpretative Reporting, de Curtis MacDougall.
Hasta que no hallas dominado los prncipios básicos del bien escribir y el bien informar, no tiene objeto intentar penetrar en el flujo mental de una estrella de cine, adoptar una postura favorable respecto a las carreras de caballos o inventar un nuevo tipo de puntuación. Desgraciadamente, muchos escritores jóvenes de los últimos diez años han intentado dar un salto cuántico de la A a la Z sin detenerse a considerar lo que hay en medio. El hundimiento de la prensa underground (un movimiento pujante en los años sesenta y hoy sólo unos cuantos folletos) es un buen ejemplo. La prensa underground nació con muy buenas intenciones como reacción ante al hipocresía y la represión originadas por una guerra injusta. Durante un tiempo, se convirtió en una importante fuerza social para los jóvenes de este país, que penetró en sectores que la prensa "tradicional", por inercia o por compromiso, ignoraba en términos generales. Ayudó a elevar la conciencia de una generación, pero no logró regular la suya propia. Las diatribas empezaron a sustituir progresivamente a la información; los hechos se oscurecían, se retorcían o se ignoraban descaradamente. No se hacía, por regla general, ninguna corrección. Los artículos, en su mayor parte, llegaron a ser ilegibles. Su contenido, increíble. Las publicaciones alternativas (leáse, no underground) que empezaron en ese periodo y sobreviven hoy, lo lograron ateniéndose a las normas básicas del buen periodismo y a la certeza de que no se puede engañar a mucha gente mucho tiempo.
En Rolling Stone procuramos, además, no engañarnos a nosotros mismos. Se incluyen aquí dieciocho ejemplos de cómo abordar nuestra tarea. Los temas son diversos; los estilos aún más. En conjunto, debe constituir un ejemplo de lo que en realidad es "el estilo Rolling Stone": no una forma de escribir sino una actitud.
Rolling Stone empezó en 1967 como publicación orientada a la música rock. La mayoría de las publicaciones (tanto revistas como periódicos) no sólo no se tomaban en serio la música sino que además no entendían su significado cultural. Rolling Stone sí, y llenó con ello un hueco, y logró prosperar. La música sigue siendo parte integrante de la cultura, pero ya no constituye el eje, como en 1967. La revista ha desviado la atención, en consecuencia, hacia una serie de temas, sin dejar de cubrir la música rock, pero abarcando otras áreas culturales. La actitud que ayudó a Rolling Stone a empezar no ha variado ni cambiado: otras publicaciones olvidan el objeto de la información que ofrecen, ignorando acontecimientos significativos, o se ven limitadas por sus propias censuras y actitudes anacrónicas. Admitimos, por supuesto, un porcentaje de errores. Pero no hay que olvidar que llevamos ya nueve años en la brecha.
Los artículos incluidos en este libro son diversos en cuanto al tema, pero tienen todos una cosa en común: representan cada uno un problema que el escritor hubo de resolver, bien la recopilación de material, bien la estructura de éste; el de abordar y narrar un acontecimiento, tal como se presenta o el de intentar interpretarlo. Y hasta qué grado interpretarlo. No hay nada insólito en estos planteamientos. Todo periodista, sea cual sea la publicación para la que escriba, se enfrenta con dilemas similares. Lo que quizá sea único, si uno quiere experimentar (sin olvidar los principios básicos), si uno quiere arriesgar unas cuantas innovaciones, son las soluciones.
Ejemplo: Joe Eszterhas fue a McCall, Idaho. Leyó los informes policiales, vio las transcripciones de radio, entrevistó a los ayudantes, a gente del pueblo, a los funcionarios municipales, estudio la cultura local y volvió a San Francisco a reflexionar sobre aquel laberinto. El sheriff Jim Perkins fue tiroteado y muerto por sus propios ayudantes después de una caza a gran velocidad iniciada por el propio Perkins. La tragedia no tenía explicación fácil, pero había claves. Eszterhas decidió que si contaba la historia a través de un narrador, un personaje de ficción que llevase mucho tiempo residiendo en McCall, podría exponer las claves y ayudar a explicar el porqué de la furia del sheriff Jim Perkins:

A Jim Perkins no es que le interesase gran cosa la política, pero a finales del otoño pasado empezó a hablar del Watergate y empezó a usar la palabra "derrumbe" para englobar sus otras quejas. Decía que cualquier hombre sensato que mirase a su alrededor podía ver claramente cómo se desmoronaban los cimientos: el país, la ley y ahora el presidente de Estados Unidos. No quiero exagerar esto para que los sensacionalistas no lo hinchen y hagan de ello un titular... en realidad Watergate era sólo una de las cosas que le molestaba a Jim...

Un narrador, visible o no, real o ficticio, puede ser contraproducente si se utiliza en un contexto inadecuado. En este caso, el narrador explica la historia de un modo que sería imposible con una simple enumeración directa de los hechos, y permite además al autor crear una tensión dramática, como en un relato corto.
Otro ejemplo: Tom Burke quiso examinar la situación del movimiento gay centrándose en el desfile y concentración en pro de los derechos gays que se celebra anualmente en Nueva York. Quería dejar claro, al mismo tiempo, al principio del artículo y a través de él, que, pese al empuje del movimiento gay, había aún un abismo entre homosexuales y heterosexuales. Escribió, pues, la introducción a través del prisma de dos norteamericanos conservadores de clase media:

No, no se confunda, ellos no son los típicos paletos de provincias, este buen ciudadano de Pasadena y su mujercita, son gente civilizada, no son propensos a escandalizarse y no van a caer de culo en medio de Nueva York con sus bermudas, sus camisas chillonas y sus cámaras colgadas del cuello como talismanes, pero esto, esto, les deja patidifusos, convertidos en estatuas de sal como la mujer de Lot, cuando se topan de cara con este espectáculo de pesadilla: 10.000 pervertidos avanzando hacia ellos, a pleno mediodía de domingo, bajando la séptima avenida embozados en suntuosos perifollajes; machos cósmicos con zapatos de plataforma de color lima, machos agresivos con hombreras de balón-volea cogidos de las manos, chicos barbudos vestidos de enfermeras, lesbianas con sonoras zambonas, con capotes Sweet O.R.R. y gorras de béisbol, todos conducidos de modo triunfal a través de Manhattan por una docena de gargantuescos travestís...

Las soluciones no siempre se presentan en una forma de narradores, monólogos interiores o lo que mi colega el Dr. Thompson denominó en cierta ocasión "introducción simbiótica trapezoidal". Lo más frecuente es que la solución consista en trabajar de firme. Pensemos en "El terrible poder de la industria nuclear y cómo silencio a Karen Silkwood", de Howard Kohn. En primer lugar, mucho trabajo detectivesco, sin dejarse influir por lo que parece un encubrimiento de las circunstancias que rodearon la muerte de Silkwood. Segundo, un conocimiento global de la industria nuclear, la Comisión de Energía Atómica y los problemas que plantean los generadores; tercero, un conocimiento de lo que es el plutonio y de los efectos que puede causar en el organismo humano. Y, por último, unas quince mil palabras de texto definitivo. Y, por supuesto, valor.
Desde el punto de vista del director, las soluciones estriban en conseguir un espacio para quince mil palabras, o dejar al escritor desarrollar libremente una idea nueva, o desafiar lo que uno considera la actitud de su público. Lo cual vuelve a llevarnos a la cuestión primera y, ojalá, a una respuesta. El Nuevo Periodismo, como el "estilo Rolling Stone", es una cuestión de actitud más que de forma. Muchos de los artículos y trabajos incluidos en este libro tratan de acontecimientos que también abordó la prensa diaria y otras publicaciones periódicas. Y la mayoría de esos otros artículos se vieron limitados por fórmulas consagradas y precisas o por falta de espacio suficiente, o empañados por la incapacidad de la publicación para sacrificar una o dos vacas sagradas.
Algunos de los trabajos incluidos aquí son estilísticamente audaces; otros consisten básicamente en periodismo de información, convencional y directo. Pero todos son, a su manera, únicos. Y eso nos lleva a la cuestión definitiva: ¿Qué es el estilo Rolling Stone? Es, literalmente, la suma de sus partes.

PAUL SCANLON

Tomado de: Paul Scanlon. Reportajes. El Nuevo Periodismo en "Rolling Stone". Editorial Anagrama. Barcelona, 1979. pp. 5-10




sábado, 18 de julio de 2009

Empeliculado: Atonement (2007)


Briony Tallis (Saorise Ronan) es una niña de trece años que ve por una ventana de su casa una escena que la desconcierta y confunde: su guapa hermana Cecilia (Keyra Knightley) está saliendo con la ropa empapada y adherida a su delgado cuerpo exhibiéndose frente al jardinero, el apuesto hombre que todos quieren y en quien todos confían: Robbie Turner (James McAvoy). Esta confusión, sumada a otros eventos que la potencian, hace que Briony mienta sobre una violación y que la vida de Robbie y Cecilia se desbarate. La culpa la perseguirá por siempre y muy cerca a la muerte, cuando ya está por encima del bien y del mal decide exorcizarla llevándola a la ficción.
¡Qué buena película! Motivado por ella decidí leer por primera vez a Ean McEwan, el autor de la novela original y productor de la película; pero comencé por otra novela: Amsterdam, que pronto será llevada a juicio aquí en El cuaderno. Y a partir de Amsterdam volví a la cinta de Joe Wright hace unas semanas y nuevamente salí de ella extasiado y torturado.
Pero más allá de una buena historia y del excelente guión, toda la película está llena de un montón de detalles que sumados dan una sensación de perfección: las tres actrices que representan a Briony en distintas edades, la selección de locaciones y el cuidado de la imagen y los ambientes, la espectacular escena de Durkirk, donde se muestra por largos siete minutos, siguiendo a los personajes, la devastación de la derrota de las tropas inglesas en el norte de Francia cuando apenas comenzaba la Segunda Guerra Mundial, y, por supuesto, Keira, mi adorada flacuchenta preferida.
La historia de Atonement es dirigida por la culpa y muestra cómo la literatura, el arte, la ficción son capaces de torcer la realidad para exorcizar sus demonios y librarnos de su inexorable condena... No les suena... pues a mí sí: denle una miradita al juicio hecho en este blog de La vida Breve, de Onetti y lo que dice Mario Vargas Llosa sobre el asunto. Ya ven, las coincidencias del arte.




viernes, 10 de julio de 2009

Literatura felina: Saki


Los grandes logros del gato

Saki


El animal a quien los egipcios adoraban como a un dios, al que los romanos veneraban como símbolo de la libertad y que fue anatemizado por los europeos de la ignorante Edad Media, quienes lo tenían por un ser demoniaco, ha demostrado a lo largo de todas las épocas dos rasgos de carácter íntimamente mezclados: valor y  dignidad. Y aun en circunstancias menos propicias, el gato siempre se ha distinguido por ambas características.
Si enfrentamos a un niño, a un cachorro y a un gatito a un peligro inminente, el niño buscará ayuda instintivamente, el cachorro se humillará con abyecta sumisión ante la amenaza que se cierne sobre él y el gatito aprestará su minúsculo cuerpo para plantear una resistencia desesperada. Separemos a un gato amante del lujo del ambiente social acomodado en el que por lo general se las arregla para vivir y observémoslo con ojo crítico sometido a las circunstancias adversas de la civilización... de esa civilización que puede incitar a un hombre a degradarse hasta el punto de vestirse con ropas llamativas y obscenas y hacer cabriolas en plena calle como un saltimbanqui, todo para ganar un puñado de monedas que lo mantengan en el lado respetable y no delictivo de la sociedad. El gato callejero de los suburbios, muerto de hambre, rechazado por todos, acosado, se pasea en medio de la adversidad con ese andar de pantera, atrevido y libre, con el que antaño transitará por los patios de los templos tebanos, y sigue haciendo gala de esa actitud atenta e independiente de la que el hombre no ha logrado enseñarle a prescindir.
Y cuando sus artimañas y astutos manejos no le bastan para apartar de sí un destino inexorable, cuando sus enemigos resultan ser demasiado fuertes y numerosos para su capacidad defensiva, el gato muere luchando hasta el final, estremecido por la rabia ahogada de quien domina el arte de la resistencia y dando voz en su alarido de muerte a la queja amarga y agónica que los animales humanos también han lanzado muchas veces contra los altos poderes; la última protesta contra un destino que, pudiendo haberles concedido la felicidad, se la ha negado.

Tomado de: Las mejores historias sobre gatos. Editorial Siruela. Madrid, 2005.

sábado, 4 de julio de 2009

Obsesiones compulsivas: Vivir sin Internet

Hay una canción dulzona de Maná que dice "como quisiera poder vivir sin aíre", quisiera componer una similar pero dedicada a Internet.
Resulta que a finales de mayo, cuando ya confirmé que me iba a trasladar a vivir a Medellín, solicité a la ETB la desconexión de mi servicio de internet. Imaginé que demorarían dos o tres semanas en cortarme el chorro, pero no. Esa misma noche, cuando fui a actualizar mi blog y revisar mis correos electrónicos en mi casa... ¡toparías!, como dice mi madre, nada. A los muy malditos les dio por fin por ser eficientes. El resultado: un poco más de un mes sin acceso a la red.
Comprendí la desesperante necesidad de los adictos por buscar su droga. Intenté robar la señal WiFi de mis vecinos, pero los muy egoístas la tenían con contraseña. No me quedó más remedio que ir a los centros comerciales a bajar mis correos y subir las escasas tres entradas que hice en junio en este blog. Pero lo superé pronto. El viaje a Medellín, la angustia de la gata, el ajetreo del trasteo, María José creciendo en la panza de Lina, organizar el apartamento y hacerle unos últimos ajustes a la novela no me dieron tregua para dejarme embargar por la abstinencia. Bueno, está bien, estoy mintiendo, desde el celular me conectaba, una, dos, tres... varias veces al día, revisaba el correo y navegaba un rato; esas microdosis fueron las que me salvaron del delirium tremens.
De todas formas, apenas me entregaron el apartamento, tomé el teléfono, llamé a UNE y pedí con urgencia una nueva conexión.
Tardó casi una semana.
Esta mañana, al fin, pude sentarme en santa paz para entrar a Internet. Primera sorpresa: 11 actualizaciones de Mac. ¡Dios mío, como pude desactualizarme tanto! Luego revisé los 103 correos acumulados (algunos leídos, muy pocos respondidos); en Facebook los amigos parecían más ancianos y mis blogs favoritos estaban llenos de nuevos post que no he leído.
Ahora, algunas horas después de está azucarada sobredosis de Internet me pregunto cómo harán aquellos Yonkis quienes no tienen conexión en su casa y deben ir a recibir su dosis en cafés internet... algo así como esos parques en Amsterdam, con sus agujas tiradas sobre el césped, y me pregunto también: ¿cómo sería el mundo de hoy sin Internet y si yo sería capaz de sobrevivir en él?
¡Dios nos libre y salve la World Wide Web!