La evidencia
En cuanto a mí, sólo podían convertirme en júbilo y la inocencia, la voluntad de no pensar; sacudirme de los hombros el pasado, la memoria de todo lo que sirviera para identificarme, estar muerto y contribuir a la perfección del mundo con el marido exacto de Elena Sala, un hombre ansioso, mitómano, indeciso, un hijo inmortal de mi pasada desdicha y de los vientres de Gertrudis y la Queca. Ahí estaba, por fin, un poco rígido, desviando los ojos; dócil, de todos modos. Condenado desde el principio del tiempo, a nacer durante mi espera y mi vigilancia absurdas, en el salón ruidoso del Petit Electra, en un momento del anochecer en que se movían olores de aperitivos y de sopas. En cuanto a mí, otra vez, también había sido condenado a este nacimiento, a ser arrastrado por esta ajena audacia a la que no atinaba a resistir; meditar un rápido adiós a Gertrudis, como el saludo a una bandera, símbolo del país del que me expatriaba.
Condenado a dejar mis moneditas sobre la mesa del café, retribuir con el movimiento de los dedos la sonrisa del patrón y volver a mi casa como si me alejara de para siempre de un aire empobrecido, de ambientes, rostros y presentimientos habituales. No distinto ni cambiado, mientras rehacía el camino bajo las primeras luces nocturnas, el campaneo de la iglesia de la concepción; no distinto, no otro Brausen, sino vacío, cerrado, desvanecido, nadie en suma. Me alejaba –loco, despavorido, guiado– del refugio y la conservación, de la maniática tarea de construir eternidades con elementos hechos de fugacidad, tránsito y olvido.
Juan Carlos Onetti. La vida breve. Punto de lectura. Buenos Aíres, 2007. Páginas 106 y 107.
La defensa
Santa María es una realidad literaria, ficticia, artificial: una antirrealidad. En ella, en vez de una historia coherente, ocurren situaciones, episodios sueltos, inspirados en las fobias y filias secretas de su autor y en su afición por el cine negro. Al final, Brausen ayuda al macró Ernesto, asesino de la Queca, a escapar de Buenos Aíres a Santa María, es decir, pasar de la realidad a la ficción. Este final admite una lectura fantástica –no única− que retroactivamente convertiría a La vida breve, hasta entonces una historia realista, en un puro producto de la imaginación. Este salto cualitativo entre lo real y lo ficticio está guardado o tamizado –en uno de los grandes aciertos del libro− por un plano intermedio, a caballo entre la vida objetiva y subjetiva: la relación de Brausen con una vecina, la Queca, una prostituta que viene a ocupar un departamento contiguo al suyo el mismo día que su mujer Gertrudis sufre, en el hospital, la «ablación de mama». En las hechizantes páginas con que se inicia La vida breve, Juan María Brausen imagina esta mutilación física y sus consecuencias, y la prosa visionaria y sádica que describe el episodio tiene esa elegancia de la mugre que perseguía ansiosamente la estética romántica.
Desde un principio se advierte que la historia de La vida breve evolucionará, a la manera de vasos comunicantes, en tres planos claramente diferenciados, que, a medida que avanza la acción, se van contaminando hasta fundirse en el episodio final:
1) El mundo de Juan María Brausen, contado por él mismo y que se puede considerar objetivo, porque tenemos sobre él un mayor grado de certidumbre. A él pertenecen Gertrudis, esposa de Brausen, sus amigos Mami y Stein, su jefe, el viejo MacLeod, y las calles centricas de Buenos Aíres;
2) El mundo de la Queca, la vecina –concentrado en su asfixiante apartamento–, a ratos objetivo y a ratos subjetivo, porque lo que Brausen cuenta de él no lo sabe con seguridad, lo adivina, lo intuye o inventa a partir de lo que oye a través de la delgada pared medianera o de lo poco que consigue espiar(…)
3) Santa María, un mundo fantaseado pero cuyos habitantes, según explica Brausen, tienen por lo menos los principales, modelos reales: Brausen es la matriz del doctor Díaz Grey, Elena Sala se inspira en Gertrudis, el marido de aquella en Stein, etcétera.
En pocas novelas se describe con la astucia con que lo hace La vida breve la gestación de la ficción y las relaciones de ésta con la vida, la razón por la cuál los seres humanos han buscado desde los albores de su historia, el tiempo de los habladores, inventarse, valiéndose de la fantasía y la palabra, otros mundos, y la manera en que los plasman».
Mario Vargas Llosa. II. La vida breve (1950) en El viaje a la ficción. El mundo de Juan Carlos Onetti. Alfaguara. Bogotá, 2009. Páginas 79-96.
La fiscalía
El fiscal se intimidó cuando vio entrar a la sala del juzgado a Mario Vargas Llosa como abogado defensor y decidió escapar a Santa María. Por favor, si lo encuentran en alguna de las novelas de Onetti, díganle que lo esperamos para completar el juicio de La vida breve.
Veredicto
A propósito… Feliz centenario mi querido y entrañable Juan Carlos Onetti.
Publíquese y cúmplase
2 comentarios:
La vida breve es un libro que me deja pensando: no por su calidad (indudable) sino porque es de esos libros que lo dejan a uno cavilando, esperando el golpe contra el suelo que nos haga entender lo grande que fue como lectura.
En la página 345, Onetti explica en una línea por qué esa manía por crear historias, de ser creador, testigo y juez; cuánta razón: por "el solo placer de la injusticia."
Muy bueno ese ensayo de Vargas Llosa. LO leí a principios de año y me marcó como lector y como escritor. Ahora ando buscando la vida breve y no he podido conseguir ese libro en ninguna parte. Por ahora ya tengo los cuentos completos de Onetti.
Excelente post.
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