sábado, 26 de junio de 2010

Monsiváis y Deyanira

En una de las tantas entrevistas dadas por Monsiváis, dijo: "Sin mis libros me sería imposible vivir y sin mis gatos, también. Los libros no aúllan ni los gatos proporcionan sabiduría, por eso no podría elegir. Preferiría entonces vivir sin mí". Hoy, a una semana de su muerte, se desconoce la suerte de sus felinos, que según los chismes, ya desaparecieron. Una prima, al parecer muy querida, los "puso a dormir". Al menos, Monsiváis no tuvo que vivir si ellos.

La mejor forma de homenajear a un escritor es leyéndolo, por eso les traje uno de los tantos miles de artículos que publicó este hombre durante toda su vida. Decían que era un gran cronista, tal vez fuera uno de los grandes pintores mexicanos aunque nunca cogió un pincel, porque nadie como él para retratar la realidad mexicana, latinoamericana, me atrevería a decir.


The impossible Dream

Carlos Monsiváis


DESESPERACIÓN. Esa es la palabra definitoria en la vida de Deyanira Gutiérrez, una adolescente clásica pero no típica. A punto de alcanzar los 15 años de edad, "la edad de las desilusiones", como afirma, la desespera un requisito de la bobería y el candor de los padres de familia: la "presentación en sociedad". ¡Qué estupidez! ¿Qué sociedad vale la pena reconocer y por qué someterse a sus prejuicios prementales y sus cursilerías en serie? Al diablo con las supersticiones tribales, las mitologías de la Autoayuda, y los autores del tipo de Carlos Cuauhtémoc Sánchez (el Freddy Kruger favorito de miss Deyanira, una especie de Jason de Halloween ). Todo el asunto le despertaba afanes de contienda.

¡Dioses del Olimpo! Temblaba al imaginarse el discursito de su papá (que se jactaría de sus inyecciones de virtud y decoro), a su mamá protegida de su llanto con toallas, a las bromas recién memorizadas de sus hermanitos, a los amigos haciendo "la ola", a la expresión sádica de los parientes, el hielo seco, el disco de "El sueño imposible", el padrino borrachísimo que arrasaría sus zapatos al emprender "El Danubio Azul". ¡Ahgg! La exasperaban los convencionalismos, y le afligía el gastazo de sus padres, que con ese dinero bien podrían comprar una primera edición del Ulises de Joyce, la Encyclopedia Britannica y quién quita si el manuscrito de la Crítica de la razón pura. (Tomó notas para su ensayo sobre pretensión y clases medias).

La oposición al baile fue en vano. La madre desgarró sus vestiduras (no tan metafísicamente), el padre gritó cuando ella se burló de esos rituales ridículos que hacen de las quinceañeras unos seres bobos, ansiosos de verse comparados con una rosa de 15 capullos, cuya apertura regocija el jardín. No, papá, argumentó sin éxito, hoy las quinceañeras navegan en internet y dan cursos de sexología, y tu hija, yo, Deyanira, trabaja en una refutación de Lacan y en la teoría de las pulsiones. Nada de pétalos y sedas, por piedad. No la convertirían en otra víctima de las cursilerías del salón Pulidas Gemas del Tepeyac...

Todo inútil. Los padres la sobornaron con un boleto para Europa cultural, y ella se amparó en el cinismo. Pero la resignación sazonó la venganza y definió la estrategia. De inmediato aparentó el júbilo de las quinceañeras a la antigua, asistió con puntualidad a los ensayos del primer vals, obtuvo la complicidad de varias amigas (fascinadas) y de amigos (divertidísimos) por razones que no le especificaron, y se consiguió un maestro de baile que no le enseñó pasos deslumbrantes, pero sí las hazañas de Diaghilev, Nijinsky y los Ballet Russes. Y pospuso la revancha para el momento del agradecimiento, allí se mofaría de los convencidos de la inocencia de criaturas que, más bien, y se ponía de ejemplo, se obsesionaban en deconstruir la globalización.

Pasaban los bailes, los gentiles chambelanes se extraviaban en el polvo (metáfora penalizable), se comentaban los programas de moda en la tele... y ocurrió lo esperado: salió Deyanira del pastel inmenso, cuya tapa se levantó con gracia de submarino, la orquesta se empeñó en destruir el "Sueño Imposible" y la quinceañera se enfrentó al delirio: en el salón la anarquía triunfaba. La gran mayoría de los asistentes, hartos del clóset del conformismo, optaba por su identidad posmoderna y enarbolaba videocámaras y grabadoras. ¡El fin del color rosa! Todos se entrevistaban entre sí y a ella se le dedicaba la atención irónica del antropólogo que trabaja como científico y como ave de presa...

¡Sí! A Deyanira la atrapaba el ritmo de los tiempos, tan hartos del candor. Lo moderno era coleccionar señas del fulgor kitsch , de las que sólo quedaban unas cuantas, y en cada ocasión los científicos sociales y los aspirantes a serlo se precipitaban sobre el acto kitsch , con la furia de quien demanda del jurado de su tesis doctoral el Magna Cum Laude. Los que ella creía mozalbetes cursaban el posgrado, eran doctorantes disfrazados, y sus madrinas y padrinos ya no ocultaban sus miradas cubiculares. Sin poderlo evitar, Deyanira se sintió el último ser humano en un mundo de vampiros...

El pandemónium en torno suyo la estremeció. A su padrino se lo habían llevado a la fuerza a un cuarto donde confesaba su vida en el laberinto del kitsch , sus gentiles damitas encuestaban a quienes podían sobre ritos sexuales de la tercera edad, y a lo largo del salón, los que podían leían ponencias con temas como "Descodificación de costumbres perdidas en el sur de la ciudad. Un estudio de caso". El espectáculo del salón era opresivo y, por lo mismo, terminal.

Rodeada de la falta de aplauso, Deyanira, en un brote de inspiración, modificó su estrategia. Nada de intelectualismos ni desmitificaciones. No podía defraudar a una realidad tan devastada por la arrogancia académica. Arrojó mentalmente el discurso que le había llevado un año, trastornó su expresión facial, la colmó de arrobo y se sintió al borde de la emoción pura (ella, que calificaba las lágrimas de "utilería de telenovela"). Agradeció a sus papacitos haberla traído delicadamente al mundo, mencionó por nombre a cada uno de sus pretendientes que a coro negaban el noviazgo, y concluyó: "Amigos míos, este que vivimos no es un valle de tristezassino la Disneylandia del afecto". Entre la rechifla de los asistentes, se comparó con la mariposa que por vez primera se fía de sus alitas en el bellísimo jardín de la existencia.

Y por esta ocasión dejó que el llanto le quitase las ganas de leer en la noche a Wittgenstein y a Claudio Magris.

Escritor

Publicado en algún periódico mexicano el 20 de junio de 2004



jueves, 17 de junio de 2010

Escribir el fútbol

Para vergüenza de algunos de mis amigos, sólo soy aficionado al fútbol en época de Mundial, el resto del tiempo no me importa; incluso lo desprecio. Pero durante este mes le coqueteo, veo algunos partidos y le hago barra a algunas selecciones, aunque ni de fundas toco un balón. Una de las cosas que más me gusta hacer en esta época es leer textos de fútbol hechos por grandes... escritores, no jugadores. Uno de ellos es Juan Villoro, el autor de la entrada de hoy tomada de su libro Dios es redondo.
A propósito, Juan Villoro y Martín Caparrós, dos de los más importantes narradores latinoamericanos están llevando un blog en este Mundial. ¡Está buenísimo!, mejor, incluso, que el mismo campeonato.
El blog se llama Jugadas de pared y lo pueden leer en SoHo o en Letras Libres, todo depende de que tan libertino o godo sea usted.


Escribir de fútbol

Juan Villoro

Es difícil aficionarse a in deporte sin siquiera practicarlo alguna vez. Jugué numerosos partidos y milité en las fuerzas inferiores de los Pumas. A los 16 años, ante la decisiva categoría AA, supe que no podría llegar a primera división y sólo anotaría en Maracaná cuando estuviera dormido.
Escribir de fútbol es una de las muchas reparaciones que permite la literatura. Cada ciertro tiempo, algún crítico se pregunta por qué no hay grandes novelas de fútbol en un planeta que contiene el aliento para ver un Mundial. La respuesta me parece bastante simple. El sistema de referencias del fútbol está tan codificado e involucra de manera tan eficaz a las emociones que contiene en sí mismo su propia épica, su propia tragedia y su propia comedia. No necesita tramas paralelas y deja poco espacio a la inventiva del autor. Esta es una de las razones por las que hay mejores cuentos que novelas de fútbol. Como el balonpíe llega ya narrado, sus misterios inéditos suelen ser breves. El novelista que no se conforma con ser un espejo, prefiere mirar en otras direcciones. En cambio, el crónista (interesado en volver a contar lo ya sucedido) encuentra ahí inagotable estímulo.
Y es que el fútbol es, en si mismo, asunto de palabra. pocas actividades dependen tanto de lo que ya se sabe como el arte de reiterar las hazañas de la cancha. Las leyendas que cuentan los aficionaos prolongan las gestas en una pasión non-stop que suplanta al fútbol, ese Dios con prestaciones que nunca ocurre en los lunes.
En los partidos de mi infancia, el hecho fundamental fue que los narró el gran cronista televisivo Ángel Fernández, capaz de transformar un juego en la caída de Cartago.
Las crónicas comprometen tanto a la imaginación que algunos de los grandes rapsodas han contado partidos que no vieron. Casi ciego, Cristino Lorenzo fabulaba desde el Café Tupinamba de la Ciudad de México; el Mago Septién y otros locutores de embrujo lograron inventar gestas de beisbol, box o fútbol con todos sus detalles a partir de los escuetos datos que llegaban por telegrama a la estación de radio.
Por desgracia,, no siempre es posible que Homero tenga gafete de acreditación en el Mundial y muchas narraciones carecen de interés. Pero nada frena a pregoneros, teóricos y evangelistas. El fútbol exige palabras, no solo las de los profesionales sino las de cualquier aficionado provisto del atributo suficiente y dramático de tener boca. ¿Por qué no nos callamos de una vez? Porque el fútbol está lleno de cosas que francamente no se entienden. De repente, un genio curtido en mil roza con el calcetín la pelota que incluso el crónista hubiera empujado a las redes; un portero que había mostrado nervios de cableado de cobre sale a jugar con guantes de mantequilla; el equipo forjado a fuego lento pierde la química o la actitud o como se le quiera llamar a la misteriosa energía que reúne a once soledades.
Los periodistas de la fuente deben ofrecer respuestas que hagan verosímil lo que ocurre por rareza y muchas veces dan con causas francamente esotéricas: el abductor frotado con ungüento erroneo, la camiseta sustituida del equipo (es horrible y provoca que fallen penaltis), el osito que el portero usa de mascota y fue pateado por un fotógrafo de otro periódico.

Fragmento de Campeón de invierno. La afición en primera persona publicado en Dios es redondo. Editorial Planeta. Bogotá, 2006. Páginas 21 y 22.

martes, 8 de junio de 2010

Educación pobre para un país pobre

Algunos de mis estudiantes están desconcertados por la asamblea permanente en la que estamos los profesores de la Universidad de Antioquia. Y tienen razón, y deberían estar más preocupados, porque al ritmo que va, las cosas muy pronto pueden estar peor, aunque parezca una exagerada profesía apocalíptica, es posible: la Universidad de Antioquia, la Universidad Pública, de verdad "Pública" podría desaparecer. Ya que estamos "con tiempo", lean la intervención que hizo el Senador Jorge Enrique Robledo (uno de los pocos dignos de ese nido de ratas que es el Congreso), en la audiencia pública sobre la reforma a la Ley 30 el pasado 20 de mayo de 2010.
Ah, y los invito a que el próximo 20 de junio votemos por un país que sea capaz de pensar la educación, la cultura, la ciencia y la tecnología como sus principales ejes de desarrollo, junto a la honestidad y la legalidad; y no sólo la formula recalentada y trasnochada de seguridad y más seguridad... ¿para quién?



No voy a centrar mi intervención en los temas de detalle del proyecto de ley ni tampoco de la Ley 30. Va a haber aquí más ponencias al respecto y voy a dedicar mi intervención a comentar el problema de fondo. El problema de fondo ¿cuál es? Primero, la crisis financiera de las universidades públicas. No alcanza la plata, suben las matrículas, cae la calidad, se quiebran las universidades, no hay cupos suficientes, en fin, mil problemas. El gobierno pasa un proyecto de ley que se supone va a arreglarlos modificando la Ley 30, que es la de la financiación. Aquí estamos para analizar qué tan cierto es que ese cambio va a componer las cosas o, por el contrario, va a sesgarlas en una dirección absolutamente incorrecta, además de no resolver el problema financiero. Sobre los detalles habrá más puntadas en el curso de la Audiencia. Simplemente, quiero enfatizar este aspecto, pero mencionando desde ya que el doctor Wasserman, rector de la Universidad Nacional, tiene razón cuando señala que la plata va a ser insuficiente y que el proyecto apunta a direccionar un cierto tipo de universidad que no es que le conviene a Colombia, sino, comento yo, es la universidad que quiere el uribismo. Él no usa estas palabras pero señala con claridad que se trata de direccionar las cosas así y todo, en la lógica de la privatización.

Una educación mediocre para una economía mediocre

Voy entonces a explicar por qué es tan nefasta la política que privatiza la educación pública, porque el paquete sigue siendo el mismo, así en el proyecto nos tiren unos pesos, y cuál es el fondo de una política educativa contraria a una educación de alta calidad. Y voy a ilustrar el asunto utilizando el caso del TLC con la Unión Europea y citando algo que dijo algún exrector de la Universidad. Me propongo probar que aquí, con el libre comercio, lo que hay es una especie de conspiración en contra del progreso material, científico y tecnológico del país y para crear un aparato educativo cada vez más mediocre, que sea el que requiere una economía mediocre.

El capitalismo le hizo grandes aportes al progreso de la humanidad en su papel de derrotar al feudalismo, una fase más atrasada. Esclareció, por ejemplo, que los hombres nacíamos iguales, que no era verdad que unos tenían sangre azul y otros, quienes trabajaban, la que tenemos todos. Estableció que el poder no podía ser una monarquía e impuso la concepción republicana, instaurando la posibilidad de elegir a los gobernantes. Hizo valer una serie de concepciones democráticas, llenas de limitaciones pero de fondo democrático. Y consagró además las soberanías nacionales como un punto clave del progreso social: una nación, así sea más débil, no debe ser sojuzgada, aplastada u oprimida por naciones más poderosas y por imperios. Ese es el principio, en últimas, de la soberanía nacional. Pero el punto al que quiero llegar es a que uno de los aportes más importantes de esa burguesía al progreso de la humanidad fue la revolución del sistema educativo. Hoy aquí estamos en una batalla contra una concepción regresiva. Tratan de llevarnos casi que hacia un feudalismo adecuado al siglo XXI.

Qué fue lo que se estableció. Primero, que todos los habitantes de un país deben educarse, salir de la ignorancia terrorífica del Medioevo, época en que eran ignorantes hasta los reyes. Primera idea, cubrimiento universal. Segunda idea, educación en todos los niveles, no solo en los básicos primarios sino también en los más altos. Tercero, y esto es muy importante reivindicarlo ahora, educación no confesional, es decir, libertad de cátedra y de investigación, el derecho de profesores y estudiantes a pensar como quieran con independencia del pensamiento de las directivas y de las rectorías. Y cuarto, educación de alta calidad, porque si la educación no es de alta calidad, constituye una estafa. Si un muchacho pasa por todos los años de la educación básica y media, y resulta que al final no sabe lo que debería saber, se convierte en una estafa. La mala calidad no desarrolla a los países.

Le educación de alta calidad es responsabilidad del Estado

Todo esto tropezaba con un problema y es que estas metas son altamente costosas. Entonces la revolución ¿en qué va a consistir, además de transformar la concepción, el rumbo, el pensamiento de cómo hacer avanzar a los países? En la idea, primero, de reconocer que la familia, las personas, la vida privada, no eran capaces ya de atender las inmensas necesidades que estaban apareciendo. Tampoco las comunidades religiosas tenían el músculo económico ni el poder suficiente para hacer realidad esa educación universal y de alta calidad y por supuesto gratuita para que pudiera estudiar todo el mundo, porque el capitalismo es por definición un sistema lleno de pobres. ¿Qué es entonces lo que sucede? Que el Estado, probablemente por primera vez en la historia de la humanidad, dice que desarrollar el conocimiento a altísimos niveles y cubriendo a todo el mundo es una responsabilidad suya. ¿Por qué una responsabilidad del Estado? (Y fíjense que no estamos hablando de socialismo, sino de capitalismo). Porque el Estado es el más formidable poder económico de cualquier sociedad y solo él es capaz de cumplir con estas funciones. De lo anterior se deriva que la educación se convierte en un derecho, es decir, el ciudadano adquiere el derecho a ser educado a los más altos niveles por cuenta del Estado y gratuitamente para que pueda cubrirse a todo el mundo. Lo que digo suena muy fácil, pero fue una batalla de siglos en la que todavía estamos. Esta puede ser la concepción que predomina en Francia o en los países nórdicos e incluso en Alemania. En Colombia hubo avances en este sentido, pero la privatización viene echándolos atrás.

¿Y qué es lo que se está estableciendo en la privatización? La educación como mercancía. ¿Qué quiere decir como mercancía? Que alguien la ofrece en el mercado y la gente la compra o no la compra dependiendo de si cuenta o no con capacidad de pago. ¿Cuál es el problema de la educación como mercancía? Muy simple. Que mucha gente, por ser un bien tremendamente costoso, no la puede pagar porque se trata de una educación larga en el tiempo, compleja en sus niveles de ascenso y de alto nivel. Entonces convertir la educación en mercancía lo que significa primero que todo es excluir de la educación a un número inmenso de seres humanos que no pueden pagarla. Y segundo, y quiero enfatizarlo, la calidad depende del costo de la matrícula. He insistido en señalar que por norma general la educación privada es sinónimo de mala calidad, por lo menos en lo que tiene que ver con la educación del pueblo. La educación privada de los hijos de los magnates puede ser tan buena como las mejores de las públicas, pero sobre la base de matrículas carísimas que puedan contratar a los mejores profesores, las mejores bibliotecas, los mejores centros de investigación. Pero la educación privada barata o relativamente barata es por definición de mala calidad. Y esto es fácil ilustrarlo. Siempre será mejor el almuerzo de cien mil pesos que el corrientazo de dos mil. Siempre será mejor un automóvil de cien millones de pesos que un pichirilo de cuatro o de cinco. Siempre serán mejores los zapatos más costosos que los más baratos. Es algo elemental y fácil de entender.

Luego, lo que nos están proponiendo con las políticas privatizadoras es una educación que excluye a mucha gente y que educa a los restantes de una mala manera. Ya tenemos más de la mitad de la educación superior privatizada y siguen imponiéndose todas las concepciones de privatización dentro de la universidad pública. Comentábamos ahora con el rector de la Universidad del Tolima, por ejemplo, que ya los posgrados de las universidades públicas están todos privatizados en cuanto a los precios de sus matrículas, con todo lo que eso significa en lo que tiene que ver con la exclusión de millones de colombianos que no pueden acceder a ellos. Hagamos entonces sinónimos educación privada y exclusión.

Esa educación mediocre se traduce en dos efectos muy negativos. El primero, los individuos que se gradúan de esas universidades de garaje terminan castigados, porque en el mercado laboral ya no todos los ingenieros son iguales. Aquí cada ingeniero civil sacará su título y quien lo va a contratar mirará de qué universidad viene y dependiendo de cuál sea le darán o no el puesto, porque saben que hay un vínculo entre el tipo de título, la marca del título como en los carros, y la capacidad del individuo. Pero hay un problema aún más grave y es que nos afecta socialmente. A un país lo desarrolla que haya muchos ingenieros, pero en el entendido de que sean buenos ingenieros. Pero si a los ingenieros se les caen los puentes o se les tuercen porque no aprendieron el cálculo que deberían aprender, no podrá haber progreso. Resumiendo, entonces, la privatización es sinónimo de mala calidad, mirada por donde se mire. Surge aquí una pregunta: si todos estamos de acuerdo en que no es posible desarrollar el mundo ni un país sin una educación de cubrimiento universal y de alta calidad, ¿por qué la política es la privatización? El fenómeno tiene una explicación bien simple y es que esta educación de alta calidad de la que yo hablo es pensando en un país avanzado, de verdad moderno, desarrollado, vinculado a procesos complejos de producción. Pero si se está pensando es en un país de quinta categoría, se puede resignar a una educación de quinta categoría.

La especialización del libre comercio, según Mockus

Entonces expliquemos qué es lo que nos quieren hacer con el libre comercio. Estamos en el debate sobre el Tratado de Libre Comercio con la Unión Europea, centrado en los daños a la ganadería, la parte menos grave, si se quiere, con todo y lo dañina que es. Lo peor del libre comercio es que nos deja en el subdesarrollo científico y tecnológico, lo que también explica por qué la política es la de la privatización. Les voy a aclarar qué es libre comercio con la exposición que hizo ayer el doctor Antanas Mockus, candidato a la Presidencia de la República, defendiendo el TLC: “¿Cuál es la ventaja de firmar el TLC?” Y contesta: “Que los países saben que se especializan”. Y agrega: “Siempre dejarán ganadores y perdedores en cada lado.” Esa es siempre una concepción del libre comercio, pero no es ahí donde me quiero detener. Dice después: “Podemos decir que los ganadores serán los trabajadores de las flores en Colombia y los trabajadores de los lácteos en Europa”. O sea que se quiebren los de la leche porque van a ganar los de las flores. Sigo citando: “Es como sistematizar la división del trabajo y firmarla (esta es la clave), especializarse.”

La explicación apunta a que no debe haber leche porque va a haber flores. Pero ahí hay una imprecisión que quiero resaltar: no nos vamos a especializar nosotros en flores y ellos en leche. Nos vamos a especializar en flores si es que es cierto que habrá flores, que estaría para discutirse, y ellos no se están especializando solo en leche, un producto más, sino también en alta tecnología, en producción complejísima. Europa es el continente del mundo que más alta tecnología exporta. Esa es la especialización del libre comercio. Nosotros en la producción de materias primas mineras y agrícolas, y las grandes potencias en todo tipo de procesos científicos y tecnológicos complejos. Por eso ellos necesitan educación de altísimo nivel y a nosotros nos basta con una educación mediocre. Lo que hace la globalización es que ellos se especializan en lo complejo, nosotros en lo simple. Ellos en los procesos de alto valor agregado, con mucho trabajo complejo, y nosotros en producir materias primas.

Si esto se entiende, comprenderemos por qué la educación en Colombia tiende a ser una educación de pacotilla. El modelo económico nos condena a ser un país de quinta categoría, como lo fuimos con España, una colonia especializada en la producción de materias primas agrícolas y mineras. Por eso estoy enfatizando en que, con el TLC con la Unión Europea, nos van a cambiar el progreso del país por espejitos. Nuevamente aparecieron con los espejitos los mismos que se llevaron el oro de América. En lo que nos van a especializar, repito, es entonces en el atraso.

¿De qué se trata? De hacer una educación pobre para un país pobre. No porque Colombia tenga que ser pobre, sino porque lo están empobreciendo. Están haciendo pobre en su desarrollo a un país con una potencialidad inmensa. Pero se trata de hacer una educación pobre para un país pobre, porque ellos lo condenan a la pobreza con el modelo económico neoliberal y con el libre comercio. Y dentro de ese país pobre que en general padece una educación mediocre, de tercera categoría, quieren darles a los pobres una educación para pobres. Habrá unos cuantos hijos de magnates que estudiarán en las mejores universidades de Estados Unidos y Europa para funcionar algo así como mayordomos de la colonia, ellos sí educados a altos niveles, el resto no. Es, repito, una educación pobre para un país condenado a ser pobre, porque lo condenan ellos, no porque tenga que serlo. Y una educación pobre para los pobres de Colombia, los de abajo con peor educación que los de arriba, siendo la de los de arriba también bien mala. Porque también digamos con franqueza, y se lo digo con cariño a los estudiantes de las mejores universidades privadas: esas mejores universidades privadas son bastante mediocres para lo que exige el desarrollo nacional. No hay aquí suficiente cantidad de hijos de gente adinerada que sea capaz de pagar el nivel que necesitaría un país como este. Basta con que comparen el precio de las matrículas de las universidades de Colombia con las privadas más costosas de Estados Unidos y de Europa y se darán cuenta de que también ahí hay un espejismo. Que podrán ser los mejor educados en la educación pobre para el país pobre del que estamos hablando, pero que tampoco podrán contribuir como deberían al progreso nacional.

jueves, 3 de junio de 2010

El peligro de una sola historia, de Chimamanda Adichie

Me llegó el enlace por correo electrónico. Tómense su tiempo, dispongan de esos 18 minutos que dura el video y les aseguro que no serán perdidos.
Muy interesante la tesis de la escritora Nigeriana Chimamanda Adichie sobre el peligro y la estigmatización que produce "una sola historia", pero además llama la atención sobre el poder transformador y, si se quiere, ético de la literatura.
Gracias, Eliana, por compartirlo conmigo.
¿Alguién conoce algo de la obra de esta mujer? Chévere leer algo de ella.

Ojo: para quien deseé puede verlo con subtítulos en español (seleccionar en "view subtitles").