sábado, 30 de enero de 2010

Obsesiones compusivas: del incomprensible juego de luces al iPad


Recuerdo que el primer juguete electrónico que tuve fue una caja de color negro del tamaño de una panela que me trajo mi tía Norby de Venezuela por allá en 1982, llena de diminutos bombillitos rojos y que pretendía ser un juego de beisbol. Dos problemas: Ni yo ni nadie en mi casa tenía la más remota idea de cómo se jugaba el beisbol, y mucho menos cómo funcionaba el aparatico. Pero no importaba. Yo pasaba horas oprimiendo todos los botones y viendo las trayectorías de luces rojas que dibujaba en el tablero. Al final encontré una forma lógica, para mí, de jugar. No recuerdo si se parecía al deporte pero yo lo disfrutaba. Luego, a pesar de los ruegos míos y de mis hermanos, nadie nos regaló el Atari. Ah, tal vez por nunca haberlo tenido todavía lo deseo: la consola negra, los cartuchos que había que soplar para que funcionaran, el control de una palanca con un único botón rojo... era un gasto suntuoso (cierto), no era educativo (cierto) y enviciaba a los niños (cierto), decía mi mamá. Pero lo deseaba y nunca lo tuve, me tocaba conformarme con ir a jugar donde mis amiguitos, y de vez en cuando gastar las pocas monedas de la mesada en el chuzo de maquinitas del barrio. Es importante aclarar que siempre he sido un petardo para los videojuegos, recuerdo que mis amigos me decían: "venga le recupero ficha, chino" cuando ya me iban a matar y eso les permitía divertirse horas con la fichita que yo había pagado con tanto esfuerzo. A mí no me importaba tanto el juego, me gustaban las "maquinitas" y todavía hoy me siguen fascinando, aunque me niego a tener una consola exclusiva de videojuegos, tal vez mis padres me terminaron convenciendo.
Con el computador fue más fácil: servía para hacer tareas, estimulaba el pensamiento creativo, tenía pinta de elemento de oficina, de juguete serio... perdón, eso no era un juguete, y finalmente nos compraron uno. Y no fue muy pronto, yo ya estaba en la universidad y mis hermanos en el colegio. No recuerdo todas las especificaciones técnicas, sólo que tenía unidad para esos disquetes grandotes de cartón (cinco un cuarto, creo que se llamaban) y la capacidad del disco duro era de 40 megas. Como ya tenía la manía de escribir pendejadas, antes lo hacía en una inmensa máquina Underwood de mi papá levantando toda la casa con el ruido de cada una de sus teclas, me volví el duro en WordPerfect. Tambíen, aún, recuerdo algunas cositas de DOS, cositas que costaron más de una vez llevar el armatoste al ingeniero para que lo resucitara de los daños que yo le causaba al sistema operativo.


Luego vino la Internet, la lucha por obtener una cuenta para conectarse. Todavía recuerdo los gritos de mi mamá rogando que me desconectara que ella estaba esperando una llamada y luego mi ruego para que colgara pronto y volverme a conectar. Recuerdo mis primeras búsquedas por Altavista, la grata sorpresa del porno gratis que no faltó en mi adolescencia tardía y la felicidad que prometía todo el potencial de la WWW. Incluso, alcanzamos a ilusionarnos con que mi hermano se convertiría en un empresario de Internet, pero no pasó, el poder del alcohol es más grande que el espiritú de emprendimiento y nuestras esperanzas desaparecieron antes que explotara la burbuja de las punto com.
Mi relación con los computadores y el mundo informático ha sido muy cercana. Aunque no soy un nativo digital propiamente dicho (jugué trompo, yoyo y canicas, amo los libros... de papel, los de verdad) me siento muy cómodo entre estos aparatos y me gusta explorar las muchas posibilidades para mejorar las tareas que hago habitualmente. Es decir, no soy un experto en hardware ni en software, lo importante para mí es eso que llaman "la experiencia de usuario", sentir que estos juguetes y el potencial de la Web 2.0 me son útiles y que la paso bien con ellos. El problema en los últimos años era que el disfrute siempre estaba limitado por la vulnerabilidad e inestabilidad de Windows. Ya lo asumía como un designio inevitable la formateada del disco duro cada seis meses. En este punto fue que mordí la fruta prohibida: Apple. En una entrada anterior les conté algo de mi adicción por la manzana, desde entonces uso un PC y Windows porque no tengo chance en el trabajo, pero en mi casa, en mi reino soy un usuario Mac incondicional. Además la comunidad maquera, o habrá que llamarla cofradía, secta comparte sus trucos que hacen que cada día sea más satisfactorio trabajar o disfrutar frente a una pantalla Apple. Sin embargo, siempre se le pide más y mas. Todos esperabamos con fervor el momento de una nueva aparición del profeta Steve Jobs para conocer qué nuevo juguete traería para nosotros. El momento llegó: el iPad está aquí.


El rumor comenzó en diciembre. Desde Cupertino anunciaron que Apple había reservado el Yerba Buena Center de San Francisco para el día 27 de enero para lanzar su última innovación. El mundo de la tecnología enloqueció. Todas las especulaciones coincidían en que sería el tan anhelado computador tipo tablet de Apple, pero ¿cómo sería? Las páginas y los blog especializados botaban corriente, diseñaban prototipos en Photoshop y soñaban con una máquina tan poderosa como un MacBook Pro pero tan liviana y versátil como el iPhone. Pocos días antes del lanzamiento, Amazon bajo el precio de su Kindle y sus libros electrónicos previéndo la amenaza del nuevo dispositivo. Se especulaba que su nombre sería iTablet, iSlate o iPad. Las acciones de Apple subieron como espuma.
Llegó el día y el nuevo juguete fue mostrado. El fundador de Apple, visiblemente viejo pero con el ánimo intacto, mostró con palabras grandilocuentes el iPad, las ovaciones fueron moderadas, tanto las de los asistentes al evento como la de mos maqueros adictos en el mundo. Cada uno de ellos tenía en su cabeza el iPad que deseaba y con una fe incondicional en su religión maquera esperaban la llegada del gadget mesías. Pero no fue así. el iPad es otro juguete tan útil o inútil como todos los demás productos de Apple; todo depende de quien lo use y para lo que lo use.



No voy a contarles las específicaciones técnicas del aparato, el iPad es una pantalla con un único botón menú y ya... ¿y ya?... Sí, eso es todo; es del tamaño de un libro grande, tiene 1,3 cm de grosor y pesa alrededor de 700 gramos. El rollo es que esa pantalla es táctil y todo se hace con los dedos: reproducir música, videos, very editar fotografías, leer libros electrónicos (que podrán ser descargados desde iBooks, una nueva tienda virtual que lanzará Apple), trabajar en un procesador de texto (Pages) o en una hoja de cálculo (Numbers), o preparar una presentación (Keynotes); también se puede jugar y quien sabe cuantás más posibilidades llegará a tener; por ahora las 140.000 aplicaciones que tiene la App Store para iPhone y el iPod touch podran ser usadas en el iPad. Ah, y olvidaba la, tal vez, más importante, sirve para navegar en Internet... y de qué manera (pueden verlo en el video abajo). Todo, como siempre en Apple, se hace de la manera más simple, directa e intuitiva. Seguramente, no habrá que leer un pesado manual de 500 páginas para descubrir cómo funciona.
Si se dan cuenta todo lo que puede hacer este juguete ya lo hacen otros computadores o, aún más simple y portátil, lo hace el iPhone. ¿Entonces para qué putas sirve? Como ya lo dije: para todo y para nada; todo depende de para qué lo quiera, eso que llaman los técnicos "experiencia de usuario". Por lo pronto les voy a contar para qué lo quiero yo:
Durante los años he venido acumulando un gran número de obras literarias en medio magnético, que han llegado a mí por distintos medios que no voy a contarles en este blog. Ya son más de siete mil. Si las tuviera en papel no tendría donde ponerlas en mi pequeño apartamento, de por sí mi biblioteca, regada por toda la casa, ocupa ya mucho espacio. Que bueno tener un juguete que me permita cargar mi biblioteca a todas partes. Que eso lo hace un portátil, sí, pero para leer con él tengo que cargar con 2Kg, abrirlo, prenderlo, esperar a que inicie, buscar la aplicación... bah! Mientras con este juguete con un par de toques en la pantalla ya lo tendré disponible. Claro, eso mismo hace el Kindle o el Reader de Sony, y con la ventaja que son tinta electrónica y simulan muy bien la textura visual del papel. Tienen toda la razón, pero con esos dispositivos no puedo ver videos, navegar en Internet, jugar y las muchas otras cosas que ofrece iPad.

Como educador e investigador, otro asunto que me atrae muchísimo es el potencial, poco explotado en Latinoamérica, de iTunes U, el portal educativo creado por Apple para que conferencias, clases, podcast, videos, cursos sean colgados allí y esten disponibles de forma libre, además de las muchas posibilidades de realizar aplicaciones específicas para educación. Actualmente cuenta con más de 250.000 archivos con contenidos educativos de las mejores universidades del mundo y que pueden ser vistos por iTunes o desde el iPhone y apenas esté en el mercado por el iPad. El potencial es inmenso. Cómo quisiera que en la UdeA me cogieran la caña y fuésemos la primera universidad colombiana asociada.
Por último, bacano jugar o verse una peli o repetirme un episodio de Los Soprano en el iPad, o mostrarle las fotos o los videos de María José a las visitas en una pantalla más grande que la del iPhone. Pueda que el revolucionario futuro anhelado por los maqueros decepcionados no haya llegado (o no lo ven aún) pero ese juguetico lo quiero yo. Por eso, una vez más, estoy ahorrando de mi mesada, para tener la platica disponible para comprarlo, a ver si al fin me saco el clavo de nunca haber tenido un Atari cuando era niño.



jueves, 21 de enero de 2010

Poeta: Constantino Cavafis


Ítaca

Constantino Cavafis

Cuando emprendas tu viaje a Ítaca
pide que el camino sea largo,
lleno de aventuras, lleno de experiencias.
no temas a los lestrigones ni a los cíclopes,
ni al colérico posidón,
seres tales jamás hallarás en tu camino,
si tu pensar es elevado, si selecta
es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo.
Ni a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al salvaje Posidón encontrarás,
si no lo llevas dentro de tu alma,
si no los yergue tu alma ante tí.

Pide que el camino sea largo.
Que sean muchas las mañanas de verano
en que llegues -¡con qué placer y alegría!-
a puertos antes nunca vistos.
Detente en los emporios de Fenicia
y hazte con hermosas mercancías,
nacar y coral, ámbar y ébano
y toda suerte de perfumes voluptuosos,
cuantos más abundantes perfumes voluptuosos puedas.
Ve a muchas ciudades egipcias
a aprender de sus sabios.

Ten siempre a Itaca en tu pensamiento.
Tu llegada allí es tu destino.
Mas no apresures nunca el viaje.
mejor que dure muchos años
y atracar, viejo ya, en la isla,
enriquecido de cuanto ganaste en el camino
sin aguardar a que Itaca te enriquezca.

Itaca te brindó tan hermoso viaje.
Sin ella no habrías emprendido el camino.
Pero no tiene ya nada que darte.

Aunque la halles pobre, Itaca no te ha engañado.
Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,
entenderás ya qué significan las Itacas.


jueves, 14 de enero de 2010

Literatura felina: Gay Talese


Cuando el tráfico disminuye y casi todos duermen, en algunos vecindarios de Nueva York enpiezan a pulular los gatos. Se mueven con rapidez entre las sombras de los edificios; los vigilantes, policías, recolectores de basura y demás transeúntes nocturnos los avistan... no por mucho. La mayoría de ellos merodea por los mercados de pescado, en Greenwich Village, y los vecindarios de los lados del Este y Oeste, donde abundan los cubos de la basura. No hay, sin embargo, zona de la ciudad que no tenga sus animales callejeros, y los empleados de los garajes de veinticuatro horas de áreas tan concurridas como la calle 54 han llegado a contar hasta veinte de ellos cerca del teatro Ziegfeld temprano en la mañana. Pelotones de gatos patrullan los muelles por la noche a la caza de ratas. Los guardavías del subway han descubierto gatos que viven en la oscuridad. Parecen que nunca un tren los atropella, aunque a veces algunos los liquida el tercer riel. Unos veinticinco gatos viven veintitres metros por debajo del ala oeste de la terminal Grand Central, son alimentados por los trabajadores subterráneos y nunca se aventuran a la luz del día.
Los vagabundos, independientes y autoaseados gatos de la calle llevan una vida extrañamente diferente a la de los gatos mantenidos de casa o apartamento de Nueva York. Casi todos están infestados de pulgas. A muchos los matan la comida intoxicada, la intemperie y la desnutrición; su promedio de vida es de dos años, mientras que el de los gatos caseros es de diez a doce años o más. Cada año la ASPCA sacrifica unos 1.000 gatos callejeros neoyorquinos para los cuales no encuentran hogar.
No es común el arribismo entre los gatos callejeros de Ciudad Gótica. Rara vez adquieren por gusto una mejor dirección postal. Por lo común mueren en las manzanas que los vieron nacer, aunque un pugoso especímen recogido por la ASPCA fue adoptado por una mujer acaudalada: ahora vive en un lujoso apartamento del lado Este y pasa el verano en la quinta de la dama en Long Island. La asociación Felina Americana una vez traslado dos gatos callejeros a la sede de las Naciones Unidas, tras haberse enterado de que los roedores habían invadido los archivadores de la ONU.
-Los gatos se encargaron de ellos -dice Robert Lothar Kendell, presidente de la sociedad-. Y parecían contentos en la ONU. Uno de ellos dormía en un diccionario del chino.
En cada barrio de Nueva yorklos gatos golfo están bajo el dominio d eun "jefe": el macho más grande y fuerte. Pero salvo por el jefe, no hay mucha organización en la sociedad del gato callejero. Dentro de esa sociedad hay, no obstante, tres "tipos" de gatos: los salvajes, los bohemios y los de medio tiempo en tienda (o restaurante).


Los gatos salvajes dependen, en cuestión de comida, de la ocasional tapa suelta del cubo de basura, o de las ratas, y poco o nada quieren tener que ver con la gente, así sea con quienes los alimentan. Estos, los más desaliñados, tienen una mirada perturbada, una expresión demente y ojos muy abiertos, y en general rondan por los muelles.
El bohemio, por su parte, es más dócil. no hye de la gente. Con frecuencia recibe alimentación diari de manos de sensibles amantes de los gatos (casi siempre mujeres) que los llaman "niñitos", "angelitos" o "queridos" y se indignan cuando los objetos de su caridad son tildados de "gatos de callejón". Tan puntuales suelen ser los bohemos a la hora de comer, que un amante de los gatos ha propuesto la teoría de que saben la hora. Puso el ejemplo de una gata gris que aparece cinco días a la semana a las cinco y media en punto en un edificio de oficinas en Broadway con la calle 17, cuyos ascensoristas le dan comida. Pero la michina nunca cae por allí los sábados y domingos: como si supiera que la gente no trabaja en esos días.


El gato de medio tiempo en tienda (o restaurante), a menudo un bohemio reformado, come bien y espanta a los roedores, pero acostumbra unsar la tienda a manera de hotel y prefiere pasar las noches vagando por las calles. Pese a tan generoso esquema laboral, reclama la mayoría de los privilegios de una raza emparentada (el gato de tienda de tiempo completo o sin pizca de callejero), incluido el derechoa dormir en la vitrina. Un bohemio reformado de un delicatessen de la calle Blecker se agazapa detras de la puerta y ahuyenta a los otros bohemios que mendigan bocados.
A propósito, el número de gatos de tiempo completo ha disminuido grandemente desde el ocaso de la pequeña tienda de abarrotes y el surgimiento de los supermercados en Nueva York. Con el perfeccionamientode los métodos de prevención contra ratas, mejores empaques y mejores condiciones sanitarias, almacenes de cadena como A&P rara vez tienen un gato de tiempo completo.


En los muelles, sin embargo, la gran necesidad de gatos sigue vigente. Una vez un estibador alérgico a los gatos los envenenó a todos. En cuestión de un día había ratas por todas partes. Cada vez que los hombres volteaban a mirar, veían ratas sobre los embalajes. Y en el muelle 95 las ratas epezaron a robar los almuerzos de los estibadores, e inclusos a atacarlos. De modo que hubo que reclutar gatos callejeros de las zonas vecinas, y ahora el grueso de las ratas está bajo control.
-Pero los gatos no duermen mucho por acá -decía un estibador-. No pueden. Las ratas acabarían con ellos. Hemos tenido casos en los que la rata ha destrozado al gato. Pero no pasa con frecuencia. Esas ratas del puerto son unas miserables desgraciadas.

Fragmento tomado de Nueva York, ciudad de cosas inadvertidas de Gay Talesse, publicado en el libro Retratos y encuentros. Aguilar. Bogotá, 2008. Páginas 10 a 12.