jueves, 14 de enero de 2010

Literatura felina: Gay Talese


Cuando el tráfico disminuye y casi todos duermen, en algunos vecindarios de Nueva York enpiezan a pulular los gatos. Se mueven con rapidez entre las sombras de los edificios; los vigilantes, policías, recolectores de basura y demás transeúntes nocturnos los avistan... no por mucho. La mayoría de ellos merodea por los mercados de pescado, en Greenwich Village, y los vecindarios de los lados del Este y Oeste, donde abundan los cubos de la basura. No hay, sin embargo, zona de la ciudad que no tenga sus animales callejeros, y los empleados de los garajes de veinticuatro horas de áreas tan concurridas como la calle 54 han llegado a contar hasta veinte de ellos cerca del teatro Ziegfeld temprano en la mañana. Pelotones de gatos patrullan los muelles por la noche a la caza de ratas. Los guardavías del subway han descubierto gatos que viven en la oscuridad. Parecen que nunca un tren los atropella, aunque a veces algunos los liquida el tercer riel. Unos veinticinco gatos viven veintitres metros por debajo del ala oeste de la terminal Grand Central, son alimentados por los trabajadores subterráneos y nunca se aventuran a la luz del día.
Los vagabundos, independientes y autoaseados gatos de la calle llevan una vida extrañamente diferente a la de los gatos mantenidos de casa o apartamento de Nueva York. Casi todos están infestados de pulgas. A muchos los matan la comida intoxicada, la intemperie y la desnutrición; su promedio de vida es de dos años, mientras que el de los gatos caseros es de diez a doce años o más. Cada año la ASPCA sacrifica unos 1.000 gatos callejeros neoyorquinos para los cuales no encuentran hogar.
No es común el arribismo entre los gatos callejeros de Ciudad Gótica. Rara vez adquieren por gusto una mejor dirección postal. Por lo común mueren en las manzanas que los vieron nacer, aunque un pugoso especímen recogido por la ASPCA fue adoptado por una mujer acaudalada: ahora vive en un lujoso apartamento del lado Este y pasa el verano en la quinta de la dama en Long Island. La asociación Felina Americana una vez traslado dos gatos callejeros a la sede de las Naciones Unidas, tras haberse enterado de que los roedores habían invadido los archivadores de la ONU.
-Los gatos se encargaron de ellos -dice Robert Lothar Kendell, presidente de la sociedad-. Y parecían contentos en la ONU. Uno de ellos dormía en un diccionario del chino.
En cada barrio de Nueva yorklos gatos golfo están bajo el dominio d eun "jefe": el macho más grande y fuerte. Pero salvo por el jefe, no hay mucha organización en la sociedad del gato callejero. Dentro de esa sociedad hay, no obstante, tres "tipos" de gatos: los salvajes, los bohemios y los de medio tiempo en tienda (o restaurante).


Los gatos salvajes dependen, en cuestión de comida, de la ocasional tapa suelta del cubo de basura, o de las ratas, y poco o nada quieren tener que ver con la gente, así sea con quienes los alimentan. Estos, los más desaliñados, tienen una mirada perturbada, una expresión demente y ojos muy abiertos, y en general rondan por los muelles.
El bohemio, por su parte, es más dócil. no hye de la gente. Con frecuencia recibe alimentación diari de manos de sensibles amantes de los gatos (casi siempre mujeres) que los llaman "niñitos", "angelitos" o "queridos" y se indignan cuando los objetos de su caridad son tildados de "gatos de callejón". Tan puntuales suelen ser los bohemos a la hora de comer, que un amante de los gatos ha propuesto la teoría de que saben la hora. Puso el ejemplo de una gata gris que aparece cinco días a la semana a las cinco y media en punto en un edificio de oficinas en Broadway con la calle 17, cuyos ascensoristas le dan comida. Pero la michina nunca cae por allí los sábados y domingos: como si supiera que la gente no trabaja en esos días.


El gato de medio tiempo en tienda (o restaurante), a menudo un bohemio reformado, come bien y espanta a los roedores, pero acostumbra unsar la tienda a manera de hotel y prefiere pasar las noches vagando por las calles. Pese a tan generoso esquema laboral, reclama la mayoría de los privilegios de una raza emparentada (el gato de tienda de tiempo completo o sin pizca de callejero), incluido el derechoa dormir en la vitrina. Un bohemio reformado de un delicatessen de la calle Blecker se agazapa detras de la puerta y ahuyenta a los otros bohemios que mendigan bocados.
A propósito, el número de gatos de tiempo completo ha disminuido grandemente desde el ocaso de la pequeña tienda de abarrotes y el surgimiento de los supermercados en Nueva York. Con el perfeccionamientode los métodos de prevención contra ratas, mejores empaques y mejores condiciones sanitarias, almacenes de cadena como A&P rara vez tienen un gato de tiempo completo.


En los muelles, sin embargo, la gran necesidad de gatos sigue vigente. Una vez un estibador alérgico a los gatos los envenenó a todos. En cuestión de un día había ratas por todas partes. Cada vez que los hombres volteaban a mirar, veían ratas sobre los embalajes. Y en el muelle 95 las ratas epezaron a robar los almuerzos de los estibadores, e inclusos a atacarlos. De modo que hubo que reclutar gatos callejeros de las zonas vecinas, y ahora el grueso de las ratas está bajo control.
-Pero los gatos no duermen mucho por acá -decía un estibador-. No pueden. Las ratas acabarían con ellos. Hemos tenido casos en los que la rata ha destrozado al gato. Pero no pasa con frecuencia. Esas ratas del puerto son unas miserables desgraciadas.

Fragmento tomado de Nueva York, ciudad de cosas inadvertidas de Gay Talesse, publicado en el libro Retratos y encuentros. Aguilar. Bogotá, 2008. Páginas 10 a 12.

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