miércoles, 8 de diciembre de 2010

Poeta: Idea Vilariño


Decir no
decir no
atarme al mástil
pero
deseando que el viento lo voltee
que la sirena suba y con los dientes
corte las cuerdas y me arrastre al fondo
diciendo no no no
pero siguiéndola.

lunes, 6 de diciembre de 2010

Escribir, una manera de vivir: Mario Vargas Llosa



Ya lo había dicho en alguna entrada de este blog: soy 100% Vargasllosista (siempre y cuando estemos hablando de literatura). No solo porque la estructura de sus novelas son hermosas obras arquitectónicas hechas con palabras; sino porque es uno de los escritores más generoso a la hora de trasmitir, de exponer la carpintería del oficio, de mostrar el revés del tejido. Así como en sus obras de ficción se esmera por una construir estructuras sin fallos, en sus ensayos, disecciona con gran habilidad literaria cada una de las tripas de los escritos de sus narradores favoritos: Victor Hugo, Flaubert, Gabriel García Márquez, Onetti, etc., y este ejercicio ilunmina la lectura o relectura que uno puede hacer de estos autores.
He leído varios libros de creación literaria, pero tal vez el que llevo siempre en mi memoria y en mis afectos es Cartas a un joven novelista de Mario Vargas Llosa. Este pequeño manual ha sido imprescindible en mi proceso de aprendiz de escritor.
Si usted tiene pretensiones de autor tiene que ver este video; si simplemente disfruta, consume buena literatura, tomese media hora para que escuche esta deliciosa charla de este generoso y gran maestro.







viernes, 24 de septiembre de 2010

Literatura felina: Pablo Neruda


Desaparición o muerte de un gato

Pablo Neruda

También la vida tiene misterios sencillos e inaccesibles, existen los rumores del granero inacabablemente, el perpetuo acabarse de las nueces verdes y amargas, la caída de las peras olorosas madurando, se reviene la sal transparente, desaparece o muere el gato de María Soledad. Hasta su cola era usada como un instrumento, el color era de retículos negros y blancos, era una forma familiar y animada andando en cuatro píes de algodón, oliendo la noche fría y adeversa, roncando su actitud misteriosa en las direcciones de la alfombra.
Se ha escurrido el gato con sigiliosidad de aire, nadie lo encuentra en la lista de sol que comía atardeciendo, no aparece su cola de madera flexible, tampoco relucen sus verdes mitades pegadas a la sombra como clavándolas a los rincones de la casa.
Ahí está María Soledad, con los cuadros del delantal jugando con los ojos a los dados, pensando en los rincones preferidos del gato y en su fuga o en su muerte de la que ella no es culpable, María Soledad a quien también le cuesta igilar sus ojos anchos. Para los días que dure la ausencia deja de ponerse alegre como si el color del gato hubiera estado anillado con sus risas de agua. En la noche estaríalos estremeciendo el fulgor de la luna, él a los pies de ella, pasarían las rondas de la noche, tocarían las grandes horas solitarias; entonces María Soledad, está más lejos, con esa lejanía de ojos cerrados, pasan campos y países debajan puentes, cielos, no se llega nunca, nunca a fondear tu sueñoa ninguna distancia, con ningún movimiento, María Soledad, solo tu gato fulgurece los ojos y te sigue, ahuyentando mariposas extrañas. Ahí está de repente, a la orilla de un viejo mueble, aparece con su pobreza verdadera, con su realidad de animal muerto, entonces está llorando de nuevo, María Soledad, tus lágrimas caesn, lagunan al borde del compañero, la sola muerte señala el llanto caído, más allá el balcón de los sueños sin regreso.

Atenea, Concepción, mayo de 1926 / Anillos, 1926

domingo, 19 de septiembre de 2010

El viejo cuaderno se renueva


Este cuaderno ya parece una casa abandonada. Así como la de la fotografía: desvencijada, descuidada. Pareciera que al dueño no le importara si se va desmoronando poco a poco. Pero sí me importa. Aunque le tenga abandonado, le tengo cariño a este blog, a este espacio cómplice donde he compartido lecturas, películas, escritos y uno que otro secreto que dejó de serlo apenas lo sometí a la fisgona mirada de Internet.

En medio de los afanes, a veces le doy vuelta, veo como algunos de los blog más queridos están igual: la indeseada despedida de El ojo en la paja hace dos meses, la furia detenida hace nueve meses de Angry Girl, Mi querida Extranjera que por lo visto dejó de serlo y ya se acomodó a Nueva York, La Agencia Pinocho que hace mucho rato pasó a mejor vida y ahora es una gran agencia de noticias (falsas, porsupuesto) con una página Web a toda ley. Supongo que así debe ser la vejez, cuando uno ve que los amigos se van quedando al lado del camino y cuando se mira también está por fuera hace rato.


Sin embargo, el Cuaderno se niega a morir. La culpa de su letargo fue totalmente de su dueño, podríamos atribuirsela a exceso de trabajo, a una tristeza y rabia chiquitica que se estaba enquistándo y creciendo, pero que fue debidamente exorcisada. Ahora estoy de vuelta, con el ánimo de cambiar de ropajes este blog, darle una nueva cara al Cuaderno y postear con regularidad mis obsesiones compulsivas, los textos de literatura felina, los juicios y otras cositas que me encuentro por aquí y por allá que quiera compartir con quienes deseen ojear de vez en cuando esta bitacora.

Gracias por la espera.

sábado, 31 de julio de 2010

Escribir para no ser o para ser

Por Emilano Mongue
Publicado hoy en Babelia



Sobre la forma correcta de crear un personaje se han escrito cientos de miles de páginas, por supuesto, inútiles todas: que si éste debe poseer tales cualidades, que si necesita ser reflejo de su tiempo, que si es fundamental la sutileza o la certeza o la entereza. Ni hablar ya de las contribuciones técnicas que los redactores de estas páginas creen hacer a la literatura en nombre de una sintaxis que convertida en derechos de autor se vuelve en sus bolsillos la más acartonada de las praxis. Igual que los fulleros de los parques, los tahúres de las letras venden su mentira disfrazada de promesa: siguiendo la instrucción de este libro crearás un personaje inolvidable.

La noticia en otros webs

webs en español
en otros idiomas
Peores que estos redactores de mentiras son sus primos más cercanos: los maestros de talleres literarios, esas comadronas especializadas en sacar con fórceps lo que debía sacarse con pujidos, esos caníbales hambrientos que succionan del personaje de su alumno lo único que en verdad era importante: el sudor, la sangre, el músculo y la bilis, esos malabaristas de las horas que cegados por el pago de una próxima visita se vuelven incapaces de aceptar una verdad como un templo: la manera indicada de crear un personaje memorable es fundamentalmente inexplicable. "En arte todo se puede aprender y nada o casi nada se puede enseñar", escribió Eduardo Chillida hace ya varios años.

Por supuesto, no es que sea inexplicable el carácter de un determinado personaje, sus virtudes morales, sus vacíos espirituales o sus carencias vitales, como tampoco resulta inexplicable la estrategia literaria, el tono elegido o las herramientas que se han utilizado para crearlo. Lo que es inexplicable es la gestación del personaje, su emerger en una mente como emergen en la niebla los objetos, el mecanismo de resortes que arrastra un presentimiento desde las profundidades últimas del alma y lo moldea hasta dejarlo convertido en algo más humano que los hombres, en un ser incluso más real que aquél que lo ha creado. Lo que resulta inexplicable es pues lo único importante: la manera en que un autor inventa, insufla de existencia y comparte con su creación el lugar que hasta entonces ocupaba solo en el mundo. "Allí donde fallo yo como hombre, fallan también mis personajes. Por otro lado, ellos sienten orgullo por las mismas cosas que yo, es decir, por los pormenores cotidianos de la vida", aseguró el escritor checo Bohumil Hrabal.

Sé que sobrarán los que tras leer estas palabras me corrijan, los talleristas que me enseñen aquello que no entiendo, los críticos que se apresuren a explicarme lo inexplicable. Antes de que lo hagan, déjenme decir que sé lo fácil que es diseccionar un personaje, un texto, una situación o incluso una palabra, y también lo inútil que resulta. Así que mejor contéstenme cómo es que Tolstói huyó de su muerte, para ser exactos de su casa instantes antes de su muerte, para no morir en las mismas condiciones que Iván Ilich: rodeado de una familia indiferente, interesada y que lo tenía completamente harto. O cómo es posible que Bohumil Hrabal, el autor de obras como Trenes rigurosamente vigilados y Una soledad demasiado ruidosa, se suicidara tirándose de un quinto piso mientras daba de comer a sus palomas: exactamente igual que el más insigne de sus personajes. Escribir para no ser o para ser...

sábado, 26 de junio de 2010

Monsiváis y Deyanira

En una de las tantas entrevistas dadas por Monsiváis, dijo: "Sin mis libros me sería imposible vivir y sin mis gatos, también. Los libros no aúllan ni los gatos proporcionan sabiduría, por eso no podría elegir. Preferiría entonces vivir sin mí". Hoy, a una semana de su muerte, se desconoce la suerte de sus felinos, que según los chismes, ya desaparecieron. Una prima, al parecer muy querida, los "puso a dormir". Al menos, Monsiváis no tuvo que vivir si ellos.

La mejor forma de homenajear a un escritor es leyéndolo, por eso les traje uno de los tantos miles de artículos que publicó este hombre durante toda su vida. Decían que era un gran cronista, tal vez fuera uno de los grandes pintores mexicanos aunque nunca cogió un pincel, porque nadie como él para retratar la realidad mexicana, latinoamericana, me atrevería a decir.


The impossible Dream

Carlos Monsiváis


DESESPERACIÓN. Esa es la palabra definitoria en la vida de Deyanira Gutiérrez, una adolescente clásica pero no típica. A punto de alcanzar los 15 años de edad, "la edad de las desilusiones", como afirma, la desespera un requisito de la bobería y el candor de los padres de familia: la "presentación en sociedad". ¡Qué estupidez! ¿Qué sociedad vale la pena reconocer y por qué someterse a sus prejuicios prementales y sus cursilerías en serie? Al diablo con las supersticiones tribales, las mitologías de la Autoayuda, y los autores del tipo de Carlos Cuauhtémoc Sánchez (el Freddy Kruger favorito de miss Deyanira, una especie de Jason de Halloween ). Todo el asunto le despertaba afanes de contienda.

¡Dioses del Olimpo! Temblaba al imaginarse el discursito de su papá (que se jactaría de sus inyecciones de virtud y decoro), a su mamá protegida de su llanto con toallas, a las bromas recién memorizadas de sus hermanitos, a los amigos haciendo "la ola", a la expresión sádica de los parientes, el hielo seco, el disco de "El sueño imposible", el padrino borrachísimo que arrasaría sus zapatos al emprender "El Danubio Azul". ¡Ahgg! La exasperaban los convencionalismos, y le afligía el gastazo de sus padres, que con ese dinero bien podrían comprar una primera edición del Ulises de Joyce, la Encyclopedia Britannica y quién quita si el manuscrito de la Crítica de la razón pura. (Tomó notas para su ensayo sobre pretensión y clases medias).

La oposición al baile fue en vano. La madre desgarró sus vestiduras (no tan metafísicamente), el padre gritó cuando ella se burló de esos rituales ridículos que hacen de las quinceañeras unos seres bobos, ansiosos de verse comparados con una rosa de 15 capullos, cuya apertura regocija el jardín. No, papá, argumentó sin éxito, hoy las quinceañeras navegan en internet y dan cursos de sexología, y tu hija, yo, Deyanira, trabaja en una refutación de Lacan y en la teoría de las pulsiones. Nada de pétalos y sedas, por piedad. No la convertirían en otra víctima de las cursilerías del salón Pulidas Gemas del Tepeyac...

Todo inútil. Los padres la sobornaron con un boleto para Europa cultural, y ella se amparó en el cinismo. Pero la resignación sazonó la venganza y definió la estrategia. De inmediato aparentó el júbilo de las quinceañeras a la antigua, asistió con puntualidad a los ensayos del primer vals, obtuvo la complicidad de varias amigas (fascinadas) y de amigos (divertidísimos) por razones que no le especificaron, y se consiguió un maestro de baile que no le enseñó pasos deslumbrantes, pero sí las hazañas de Diaghilev, Nijinsky y los Ballet Russes. Y pospuso la revancha para el momento del agradecimiento, allí se mofaría de los convencidos de la inocencia de criaturas que, más bien, y se ponía de ejemplo, se obsesionaban en deconstruir la globalización.

Pasaban los bailes, los gentiles chambelanes se extraviaban en el polvo (metáfora penalizable), se comentaban los programas de moda en la tele... y ocurrió lo esperado: salió Deyanira del pastel inmenso, cuya tapa se levantó con gracia de submarino, la orquesta se empeñó en destruir el "Sueño Imposible" y la quinceañera se enfrentó al delirio: en el salón la anarquía triunfaba. La gran mayoría de los asistentes, hartos del clóset del conformismo, optaba por su identidad posmoderna y enarbolaba videocámaras y grabadoras. ¡El fin del color rosa! Todos se entrevistaban entre sí y a ella se le dedicaba la atención irónica del antropólogo que trabaja como científico y como ave de presa...

¡Sí! A Deyanira la atrapaba el ritmo de los tiempos, tan hartos del candor. Lo moderno era coleccionar señas del fulgor kitsch , de las que sólo quedaban unas cuantas, y en cada ocasión los científicos sociales y los aspirantes a serlo se precipitaban sobre el acto kitsch , con la furia de quien demanda del jurado de su tesis doctoral el Magna Cum Laude. Los que ella creía mozalbetes cursaban el posgrado, eran doctorantes disfrazados, y sus madrinas y padrinos ya no ocultaban sus miradas cubiculares. Sin poderlo evitar, Deyanira se sintió el último ser humano en un mundo de vampiros...

El pandemónium en torno suyo la estremeció. A su padrino se lo habían llevado a la fuerza a un cuarto donde confesaba su vida en el laberinto del kitsch , sus gentiles damitas encuestaban a quienes podían sobre ritos sexuales de la tercera edad, y a lo largo del salón, los que podían leían ponencias con temas como "Descodificación de costumbres perdidas en el sur de la ciudad. Un estudio de caso". El espectáculo del salón era opresivo y, por lo mismo, terminal.

Rodeada de la falta de aplauso, Deyanira, en un brote de inspiración, modificó su estrategia. Nada de intelectualismos ni desmitificaciones. No podía defraudar a una realidad tan devastada por la arrogancia académica. Arrojó mentalmente el discurso que le había llevado un año, trastornó su expresión facial, la colmó de arrobo y se sintió al borde de la emoción pura (ella, que calificaba las lágrimas de "utilería de telenovela"). Agradeció a sus papacitos haberla traído delicadamente al mundo, mencionó por nombre a cada uno de sus pretendientes que a coro negaban el noviazgo, y concluyó: "Amigos míos, este que vivimos no es un valle de tristezassino la Disneylandia del afecto". Entre la rechifla de los asistentes, se comparó con la mariposa que por vez primera se fía de sus alitas en el bellísimo jardín de la existencia.

Y por esta ocasión dejó que el llanto le quitase las ganas de leer en la noche a Wittgenstein y a Claudio Magris.

Escritor

Publicado en algún periódico mexicano el 20 de junio de 2004



jueves, 17 de junio de 2010

Escribir el fútbol

Para vergüenza de algunos de mis amigos, sólo soy aficionado al fútbol en época de Mundial, el resto del tiempo no me importa; incluso lo desprecio. Pero durante este mes le coqueteo, veo algunos partidos y le hago barra a algunas selecciones, aunque ni de fundas toco un balón. Una de las cosas que más me gusta hacer en esta época es leer textos de fútbol hechos por grandes... escritores, no jugadores. Uno de ellos es Juan Villoro, el autor de la entrada de hoy tomada de su libro Dios es redondo.
A propósito, Juan Villoro y Martín Caparrós, dos de los más importantes narradores latinoamericanos están llevando un blog en este Mundial. ¡Está buenísimo!, mejor, incluso, que el mismo campeonato.
El blog se llama Jugadas de pared y lo pueden leer en SoHo o en Letras Libres, todo depende de que tan libertino o godo sea usted.


Escribir de fútbol

Juan Villoro

Es difícil aficionarse a in deporte sin siquiera practicarlo alguna vez. Jugué numerosos partidos y milité en las fuerzas inferiores de los Pumas. A los 16 años, ante la decisiva categoría AA, supe que no podría llegar a primera división y sólo anotaría en Maracaná cuando estuviera dormido.
Escribir de fútbol es una de las muchas reparaciones que permite la literatura. Cada ciertro tiempo, algún crítico se pregunta por qué no hay grandes novelas de fútbol en un planeta que contiene el aliento para ver un Mundial. La respuesta me parece bastante simple. El sistema de referencias del fútbol está tan codificado e involucra de manera tan eficaz a las emociones que contiene en sí mismo su propia épica, su propia tragedia y su propia comedia. No necesita tramas paralelas y deja poco espacio a la inventiva del autor. Esta es una de las razones por las que hay mejores cuentos que novelas de fútbol. Como el balonpíe llega ya narrado, sus misterios inéditos suelen ser breves. El novelista que no se conforma con ser un espejo, prefiere mirar en otras direcciones. En cambio, el crónista (interesado en volver a contar lo ya sucedido) encuentra ahí inagotable estímulo.
Y es que el fútbol es, en si mismo, asunto de palabra. pocas actividades dependen tanto de lo que ya se sabe como el arte de reiterar las hazañas de la cancha. Las leyendas que cuentan los aficionaos prolongan las gestas en una pasión non-stop que suplanta al fútbol, ese Dios con prestaciones que nunca ocurre en los lunes.
En los partidos de mi infancia, el hecho fundamental fue que los narró el gran cronista televisivo Ángel Fernández, capaz de transformar un juego en la caída de Cartago.
Las crónicas comprometen tanto a la imaginación que algunos de los grandes rapsodas han contado partidos que no vieron. Casi ciego, Cristino Lorenzo fabulaba desde el Café Tupinamba de la Ciudad de México; el Mago Septién y otros locutores de embrujo lograron inventar gestas de beisbol, box o fútbol con todos sus detalles a partir de los escuetos datos que llegaban por telegrama a la estación de radio.
Por desgracia,, no siempre es posible que Homero tenga gafete de acreditación en el Mundial y muchas narraciones carecen de interés. Pero nada frena a pregoneros, teóricos y evangelistas. El fútbol exige palabras, no solo las de los profesionales sino las de cualquier aficionado provisto del atributo suficiente y dramático de tener boca. ¿Por qué no nos callamos de una vez? Porque el fútbol está lleno de cosas que francamente no se entienden. De repente, un genio curtido en mil roza con el calcetín la pelota que incluso el crónista hubiera empujado a las redes; un portero que había mostrado nervios de cableado de cobre sale a jugar con guantes de mantequilla; el equipo forjado a fuego lento pierde la química o la actitud o como se le quiera llamar a la misteriosa energía que reúne a once soledades.
Los periodistas de la fuente deben ofrecer respuestas que hagan verosímil lo que ocurre por rareza y muchas veces dan con causas francamente esotéricas: el abductor frotado con ungüento erroneo, la camiseta sustituida del equipo (es horrible y provoca que fallen penaltis), el osito que el portero usa de mascota y fue pateado por un fotógrafo de otro periódico.

Fragmento de Campeón de invierno. La afición en primera persona publicado en Dios es redondo. Editorial Planeta. Bogotá, 2006. Páginas 21 y 22.

martes, 8 de junio de 2010

Educación pobre para un país pobre

Algunos de mis estudiantes están desconcertados por la asamblea permanente en la que estamos los profesores de la Universidad de Antioquia. Y tienen razón, y deberían estar más preocupados, porque al ritmo que va, las cosas muy pronto pueden estar peor, aunque parezca una exagerada profesía apocalíptica, es posible: la Universidad de Antioquia, la Universidad Pública, de verdad "Pública" podría desaparecer. Ya que estamos "con tiempo", lean la intervención que hizo el Senador Jorge Enrique Robledo (uno de los pocos dignos de ese nido de ratas que es el Congreso), en la audiencia pública sobre la reforma a la Ley 30 el pasado 20 de mayo de 2010.
Ah, y los invito a que el próximo 20 de junio votemos por un país que sea capaz de pensar la educación, la cultura, la ciencia y la tecnología como sus principales ejes de desarrollo, junto a la honestidad y la legalidad; y no sólo la formula recalentada y trasnochada de seguridad y más seguridad... ¿para quién?



No voy a centrar mi intervención en los temas de detalle del proyecto de ley ni tampoco de la Ley 30. Va a haber aquí más ponencias al respecto y voy a dedicar mi intervención a comentar el problema de fondo. El problema de fondo ¿cuál es? Primero, la crisis financiera de las universidades públicas. No alcanza la plata, suben las matrículas, cae la calidad, se quiebran las universidades, no hay cupos suficientes, en fin, mil problemas. El gobierno pasa un proyecto de ley que se supone va a arreglarlos modificando la Ley 30, que es la de la financiación. Aquí estamos para analizar qué tan cierto es que ese cambio va a componer las cosas o, por el contrario, va a sesgarlas en una dirección absolutamente incorrecta, además de no resolver el problema financiero. Sobre los detalles habrá más puntadas en el curso de la Audiencia. Simplemente, quiero enfatizar este aspecto, pero mencionando desde ya que el doctor Wasserman, rector de la Universidad Nacional, tiene razón cuando señala que la plata va a ser insuficiente y que el proyecto apunta a direccionar un cierto tipo de universidad que no es que le conviene a Colombia, sino, comento yo, es la universidad que quiere el uribismo. Él no usa estas palabras pero señala con claridad que se trata de direccionar las cosas así y todo, en la lógica de la privatización.

Una educación mediocre para una economía mediocre

Voy entonces a explicar por qué es tan nefasta la política que privatiza la educación pública, porque el paquete sigue siendo el mismo, así en el proyecto nos tiren unos pesos, y cuál es el fondo de una política educativa contraria a una educación de alta calidad. Y voy a ilustrar el asunto utilizando el caso del TLC con la Unión Europea y citando algo que dijo algún exrector de la Universidad. Me propongo probar que aquí, con el libre comercio, lo que hay es una especie de conspiración en contra del progreso material, científico y tecnológico del país y para crear un aparato educativo cada vez más mediocre, que sea el que requiere una economía mediocre.

El capitalismo le hizo grandes aportes al progreso de la humanidad en su papel de derrotar al feudalismo, una fase más atrasada. Esclareció, por ejemplo, que los hombres nacíamos iguales, que no era verdad que unos tenían sangre azul y otros, quienes trabajaban, la que tenemos todos. Estableció que el poder no podía ser una monarquía e impuso la concepción republicana, instaurando la posibilidad de elegir a los gobernantes. Hizo valer una serie de concepciones democráticas, llenas de limitaciones pero de fondo democrático. Y consagró además las soberanías nacionales como un punto clave del progreso social: una nación, así sea más débil, no debe ser sojuzgada, aplastada u oprimida por naciones más poderosas y por imperios. Ese es el principio, en últimas, de la soberanía nacional. Pero el punto al que quiero llegar es a que uno de los aportes más importantes de esa burguesía al progreso de la humanidad fue la revolución del sistema educativo. Hoy aquí estamos en una batalla contra una concepción regresiva. Tratan de llevarnos casi que hacia un feudalismo adecuado al siglo XXI.

Qué fue lo que se estableció. Primero, que todos los habitantes de un país deben educarse, salir de la ignorancia terrorífica del Medioevo, época en que eran ignorantes hasta los reyes. Primera idea, cubrimiento universal. Segunda idea, educación en todos los niveles, no solo en los básicos primarios sino también en los más altos. Tercero, y esto es muy importante reivindicarlo ahora, educación no confesional, es decir, libertad de cátedra y de investigación, el derecho de profesores y estudiantes a pensar como quieran con independencia del pensamiento de las directivas y de las rectorías. Y cuarto, educación de alta calidad, porque si la educación no es de alta calidad, constituye una estafa. Si un muchacho pasa por todos los años de la educación básica y media, y resulta que al final no sabe lo que debería saber, se convierte en una estafa. La mala calidad no desarrolla a los países.

Le educación de alta calidad es responsabilidad del Estado

Todo esto tropezaba con un problema y es que estas metas son altamente costosas. Entonces la revolución ¿en qué va a consistir, además de transformar la concepción, el rumbo, el pensamiento de cómo hacer avanzar a los países? En la idea, primero, de reconocer que la familia, las personas, la vida privada, no eran capaces ya de atender las inmensas necesidades que estaban apareciendo. Tampoco las comunidades religiosas tenían el músculo económico ni el poder suficiente para hacer realidad esa educación universal y de alta calidad y por supuesto gratuita para que pudiera estudiar todo el mundo, porque el capitalismo es por definición un sistema lleno de pobres. ¿Qué es entonces lo que sucede? Que el Estado, probablemente por primera vez en la historia de la humanidad, dice que desarrollar el conocimiento a altísimos niveles y cubriendo a todo el mundo es una responsabilidad suya. ¿Por qué una responsabilidad del Estado? (Y fíjense que no estamos hablando de socialismo, sino de capitalismo). Porque el Estado es el más formidable poder económico de cualquier sociedad y solo él es capaz de cumplir con estas funciones. De lo anterior se deriva que la educación se convierte en un derecho, es decir, el ciudadano adquiere el derecho a ser educado a los más altos niveles por cuenta del Estado y gratuitamente para que pueda cubrirse a todo el mundo. Lo que digo suena muy fácil, pero fue una batalla de siglos en la que todavía estamos. Esta puede ser la concepción que predomina en Francia o en los países nórdicos e incluso en Alemania. En Colombia hubo avances en este sentido, pero la privatización viene echándolos atrás.

¿Y qué es lo que se está estableciendo en la privatización? La educación como mercancía. ¿Qué quiere decir como mercancía? Que alguien la ofrece en el mercado y la gente la compra o no la compra dependiendo de si cuenta o no con capacidad de pago. ¿Cuál es el problema de la educación como mercancía? Muy simple. Que mucha gente, por ser un bien tremendamente costoso, no la puede pagar porque se trata de una educación larga en el tiempo, compleja en sus niveles de ascenso y de alto nivel. Entonces convertir la educación en mercancía lo que significa primero que todo es excluir de la educación a un número inmenso de seres humanos que no pueden pagarla. Y segundo, y quiero enfatizarlo, la calidad depende del costo de la matrícula. He insistido en señalar que por norma general la educación privada es sinónimo de mala calidad, por lo menos en lo que tiene que ver con la educación del pueblo. La educación privada de los hijos de los magnates puede ser tan buena como las mejores de las públicas, pero sobre la base de matrículas carísimas que puedan contratar a los mejores profesores, las mejores bibliotecas, los mejores centros de investigación. Pero la educación privada barata o relativamente barata es por definición de mala calidad. Y esto es fácil ilustrarlo. Siempre será mejor el almuerzo de cien mil pesos que el corrientazo de dos mil. Siempre será mejor un automóvil de cien millones de pesos que un pichirilo de cuatro o de cinco. Siempre serán mejores los zapatos más costosos que los más baratos. Es algo elemental y fácil de entender.

Luego, lo que nos están proponiendo con las políticas privatizadoras es una educación que excluye a mucha gente y que educa a los restantes de una mala manera. Ya tenemos más de la mitad de la educación superior privatizada y siguen imponiéndose todas las concepciones de privatización dentro de la universidad pública. Comentábamos ahora con el rector de la Universidad del Tolima, por ejemplo, que ya los posgrados de las universidades públicas están todos privatizados en cuanto a los precios de sus matrículas, con todo lo que eso significa en lo que tiene que ver con la exclusión de millones de colombianos que no pueden acceder a ellos. Hagamos entonces sinónimos educación privada y exclusión.

Esa educación mediocre se traduce en dos efectos muy negativos. El primero, los individuos que se gradúan de esas universidades de garaje terminan castigados, porque en el mercado laboral ya no todos los ingenieros son iguales. Aquí cada ingeniero civil sacará su título y quien lo va a contratar mirará de qué universidad viene y dependiendo de cuál sea le darán o no el puesto, porque saben que hay un vínculo entre el tipo de título, la marca del título como en los carros, y la capacidad del individuo. Pero hay un problema aún más grave y es que nos afecta socialmente. A un país lo desarrolla que haya muchos ingenieros, pero en el entendido de que sean buenos ingenieros. Pero si a los ingenieros se les caen los puentes o se les tuercen porque no aprendieron el cálculo que deberían aprender, no podrá haber progreso. Resumiendo, entonces, la privatización es sinónimo de mala calidad, mirada por donde se mire. Surge aquí una pregunta: si todos estamos de acuerdo en que no es posible desarrollar el mundo ni un país sin una educación de cubrimiento universal y de alta calidad, ¿por qué la política es la privatización? El fenómeno tiene una explicación bien simple y es que esta educación de alta calidad de la que yo hablo es pensando en un país avanzado, de verdad moderno, desarrollado, vinculado a procesos complejos de producción. Pero si se está pensando es en un país de quinta categoría, se puede resignar a una educación de quinta categoría.

La especialización del libre comercio, según Mockus

Entonces expliquemos qué es lo que nos quieren hacer con el libre comercio. Estamos en el debate sobre el Tratado de Libre Comercio con la Unión Europea, centrado en los daños a la ganadería, la parte menos grave, si se quiere, con todo y lo dañina que es. Lo peor del libre comercio es que nos deja en el subdesarrollo científico y tecnológico, lo que también explica por qué la política es la de la privatización. Les voy a aclarar qué es libre comercio con la exposición que hizo ayer el doctor Antanas Mockus, candidato a la Presidencia de la República, defendiendo el TLC: “¿Cuál es la ventaja de firmar el TLC?” Y contesta: “Que los países saben que se especializan”. Y agrega: “Siempre dejarán ganadores y perdedores en cada lado.” Esa es siempre una concepción del libre comercio, pero no es ahí donde me quiero detener. Dice después: “Podemos decir que los ganadores serán los trabajadores de las flores en Colombia y los trabajadores de los lácteos en Europa”. O sea que se quiebren los de la leche porque van a ganar los de las flores. Sigo citando: “Es como sistematizar la división del trabajo y firmarla (esta es la clave), especializarse.”

La explicación apunta a que no debe haber leche porque va a haber flores. Pero ahí hay una imprecisión que quiero resaltar: no nos vamos a especializar nosotros en flores y ellos en leche. Nos vamos a especializar en flores si es que es cierto que habrá flores, que estaría para discutirse, y ellos no se están especializando solo en leche, un producto más, sino también en alta tecnología, en producción complejísima. Europa es el continente del mundo que más alta tecnología exporta. Esa es la especialización del libre comercio. Nosotros en la producción de materias primas mineras y agrícolas, y las grandes potencias en todo tipo de procesos científicos y tecnológicos complejos. Por eso ellos necesitan educación de altísimo nivel y a nosotros nos basta con una educación mediocre. Lo que hace la globalización es que ellos se especializan en lo complejo, nosotros en lo simple. Ellos en los procesos de alto valor agregado, con mucho trabajo complejo, y nosotros en producir materias primas.

Si esto se entiende, comprenderemos por qué la educación en Colombia tiende a ser una educación de pacotilla. El modelo económico nos condena a ser un país de quinta categoría, como lo fuimos con España, una colonia especializada en la producción de materias primas agrícolas y mineras. Por eso estoy enfatizando en que, con el TLC con la Unión Europea, nos van a cambiar el progreso del país por espejitos. Nuevamente aparecieron con los espejitos los mismos que se llevaron el oro de América. En lo que nos van a especializar, repito, es entonces en el atraso.

¿De qué se trata? De hacer una educación pobre para un país pobre. No porque Colombia tenga que ser pobre, sino porque lo están empobreciendo. Están haciendo pobre en su desarrollo a un país con una potencialidad inmensa. Pero se trata de hacer una educación pobre para un país pobre, porque ellos lo condenan a la pobreza con el modelo económico neoliberal y con el libre comercio. Y dentro de ese país pobre que en general padece una educación mediocre, de tercera categoría, quieren darles a los pobres una educación para pobres. Habrá unos cuantos hijos de magnates que estudiarán en las mejores universidades de Estados Unidos y Europa para funcionar algo así como mayordomos de la colonia, ellos sí educados a altos niveles, el resto no. Es, repito, una educación pobre para un país condenado a ser pobre, porque lo condenan ellos, no porque tenga que serlo. Y una educación pobre para los pobres de Colombia, los de abajo con peor educación que los de arriba, siendo la de los de arriba también bien mala. Porque también digamos con franqueza, y se lo digo con cariño a los estudiantes de las mejores universidades privadas: esas mejores universidades privadas son bastante mediocres para lo que exige el desarrollo nacional. No hay aquí suficiente cantidad de hijos de gente adinerada que sea capaz de pagar el nivel que necesitaría un país como este. Basta con que comparen el precio de las matrículas de las universidades de Colombia con las privadas más costosas de Estados Unidos y de Europa y se darán cuenta de que también ahí hay un espejismo. Que podrán ser los mejor educados en la educación pobre para el país pobre del que estamos hablando, pero que tampoco podrán contribuir como deberían al progreso nacional.

jueves, 3 de junio de 2010

El peligro de una sola historia, de Chimamanda Adichie

Me llegó el enlace por correo electrónico. Tómense su tiempo, dispongan de esos 18 minutos que dura el video y les aseguro que no serán perdidos.
Muy interesante la tesis de la escritora Nigeriana Chimamanda Adichie sobre el peligro y la estigmatización que produce "una sola historia", pero además llama la atención sobre el poder transformador y, si se quiere, ético de la literatura.
Gracias, Eliana, por compartirlo conmigo.
¿Alguién conoce algo de la obra de esta mujer? Chévere leer algo de ella.

Ojo: para quien deseé puede verlo con subtítulos en español (seleccionar en "view subtitles").


domingo, 30 de mayo de 2010

Literatura felina: Darío Jaramillo Agudelo


Unos encarnan a Dios en un gato y profesan el gateísmo. Otros creen que cada gato es un Dios y son gatólatras. Unos y otros ven un lado de la misma moneda. Todos ignoran que Dios duerme la siesta desde toda la eternidad y que los gatos de esta tierra son dioses mientras duermen.

******************

Se necesita maña y constancia para que un gato se deje acariciar. A veces condesciende solamente porque los gatos son buenos amos.

***************

Estados de la materia.

Los estados de la materia son cuatro: Líquido, sólido, gaseoso y gato. El gato es un estado especial de la materia, si bien caben las dudas: ¿es materia esta voluptuosa contorsión? ¿no viene del cielo esta manera de dormir? Y este silencio, ¿acaso no procede de un lugar sin tiempo? Cuando el espíritu del gato juega a ser materia entonces se convierte en gato.

******************

Para los gatos Dios hizo a los hombres, mal llamados amos, hizo también a los otros gatos, en un momento de euforia los creó, bendito sea, y para placer y tortura de los gatos inventó Dios el olor a pescado, el instante sublime en que abren en la casa una lata de atún. Para los gatos Dios hizo el pescado y el olor a pescado, para los gatos la noche, para ellos la pereza, para los gatos hizo Dios todo.

******************

La luna dora los techos. Inesperadas, aparecen las sombras de los gatos. Son tan sigilosos que son solamente sus sombras. Ellos ven todo sin ser vistos y todo debe estar quieto mientras se mueven para que ellos puedan sentirse inmoviles, los gatos, sus sombras.

******************

Sabiduría del gato: hacer pereza todo el día sin llegar nunca al tedio.

Materialización de gato: cuando el gato se convierte en materia, saca las uñas.

Astucia del gato: fingir que es un animal doméstico.

Silencio del gato: los gatos guardan todos los secretos de la noche.

Misterios del gato: todo en el gato es misterioso.


Tomado de: Gatos de Darío Jaramillo Agudelo. Editorial Pre-Textos. México DF, 2005.




martes, 18 de mayo de 2010

Aprender porque sí

Este post debí haberlo puesto el sábado pasado que se celebró el día del maestro, pero nunca es tarde. Comparto con ustedes este buen artículo que publicó el año pasado la revista El Malpensante donde la autora resalta que más importante que tener un buen maestro es tener deseo de aprender. Siempre le digo a mis alunmos: por más que les enseñe, nadie aprende lo que no quiere aprender. Despertar el deseo de aprender es la función principal de quienes nos dedicamos a esto de ser profesores.
¡Feliz día, colegas!


La alegría de aprender
A favor del estudio asistemático

María Fernanda Palacios

Montaigne decía “no hago nada sin alegría”. Esta sería la mejor norma o “filosofía” que podríamos adoptar para civilizar el mundo, o al menos, para devolverle un poco de sentido y armonía. Por un lado, nos invita a vivir entonados con la vida, sin anteponer siempre una queja por las pesadumbres que la acompañan. Por otro, nos aparta de la búsqueda del placer a juro, del hartazgo sin alegría, mera lujuria, que la hay tanto sexual como mental. La alegría bien temperada es una música que no excluye la tristeza, no expulsa el sentimiento del dolor ni la gravedad de la vida, sino que acompaña nuestra mortalidad con un “sí” más profundo.
Creo que volveré sobre este “sí” en otra ocasión, pero ahora quisiera relacionar la alegría con el aprender y particularmente con el estudio después de que dejamos de ser estudiantes. Cuando ya no es una obligación, un aprendizaje ordenado institucionalmente, vigilado y evaluado con miras a una finalidad externa, cuando ya no tenemos que estudiar, el estudio puede transformarse en una alegría, algo gratuito que hacemos por puro gusto.
Un exagerado espíritu de seriedad tiende a dejar fuera del aprendizaje este sentimiento. Y no lo digo por aquello de “la letra con sangre entra”; creo que nunca está de más un castigo a su hora y en su sitio. Ni creo que el aprendizaje deba confundirse, como suele suceder ahora con demasiada frecuencia, con un parque de diversiones donde los contenidos se reparten como chocolatinas. Como reza la antigua sabiduría: “Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora”. Y en el aprendizaje, la alegría llega después, no tarde sino a su hora. Parece que es después de haber pasado por el tiempo escolar que descubrimos, con alegría, un niño dentro de nosotros, ávido de aprender. Esa es la hora en que comenzamos a sentir necesidades o carencias de las que estábamos menos conscientes, curiosidades o inquietudes para las que nunca tenemos tiempo. Entonces, ya no se estudia por deber ni por mero placer, se estudia para atender urgencias más discretas y no por eso menos vitales.
En su ensayo sobre “Los fines de la educación” T. S. Eliot apunta lo siguiente:
Son de diferente clase el objetivo que un hombre se fija en su formación para ganarse la vida y el objetivo que se fija altrabajar para desarrollar y cultivar su inteligencia y su sensibilidad. El primero es un objetivo en cuya realización hay que mantener conscientemente presentes tanto el fin como los medios. Se decide primero el campo general de actividad en el que se quiere encontrar empleo y se siguen luego los cursos de instrucción establecidos o comúnmente aceptados como preparación adecuada para ese empleo. Pero para cultivar las posibilidades y facultades que tienden a completar nuestra educación, al margen de nuestras ocupaciones profesionales, es preciso el desinterés: hay que seguir los estudios por los estudios en sí...
Aún cuando sabemos que la formación profesional intenta conciliar ambos fines, o al menos hace lo posible por no impedirlo, lo que ya es bastante, la diferencia que señala Eliot existe y es lo que explica la posibilidad de otras formas de aprender, a otras horas de la vida. Para Eliot el principio que lo rige sería el desinterés. Veamos, pues, de qué desinterés se trata, ya que un estudio desinteresado no es incompatible con el interés que suscita el estudio. Al contrario, libre de finalidades y métodos orientados a obtener una formación uniforme, los estudios muestran su cara azarosa y aventurera: se hacen interesantes porque trabajan en estrecha sintonía con las fantasías e inquietudes del interesado. Digamos, empleando el término en sentido metafórico, que se trata de un estudio que responde exclusivamente al instinto de aprender que hay en cada ser humano. Instinto éste que no estaría muy lejos del instinto de juego, inclinaciones ambas que ponen una nota de alegría en la vida.
Suponer que al concluir los estudios formales ya estamos formados es uno de los tantos equívocos que nos convierten en personas sin interés; interesados solamente por unas pocas cosas que ya “sabemos” o que “manejamos”. Personas que son “tacos” en lo suyo, que van por la vida con una formación a prueba de balas, sólidamente ajustadas a un molde que no dejan de perfeccionar.
Entre paréntesis: ciertamente, hoy en día se sabe que toda buena formación profesional, por sólida que sea, debe mantenerse siempre en vilo, sujeta a renovadas revisiones y adiciones. Para eso están los cursos de especialización, ampliación y actualización, y toda la gama de postgrados interdisciplinarios que hoy forman parte de la vida profesional. Pero no me estoy refiriendo a este tipo de estudios. Estos estudios son una prolongación obligada de la formación profesional, son estudios sistemáticos ajenos a la rapsódica gratuidad de la que hablo.
Existe el estudio asistemático, un aprendizaje que carece de materias obligatorias, prelaciones y exámenes porque la valoración de lo que se aprende se ha desplazado de los objetivos institucionalizados al sujeto. La persona valora lo que aprende en la misma medida en que siente la alegría de aprender. Ya sea por la inmediata sensación de no estar perdiendo el tiempo, de estar recibiendo un alimento distinto al que le ofrece la rutina, con sus ocupaciones y diversiones programadas, o bien porque a largo plazo la persona observa cómo su vida se ha animado sin que literalmente haya tenido que cambiarle nada. Esto es algo muy distinto al placer ocasional y momentáneo de cenar con los amigos. No es la happy hour en la que ahogamos la infelicidad, ni los compromisos sociales con que rellenamos las horas desocupadas.
El estudio asistemático abre puertas que ya estaban dentro de nosotros, puertas solo nuestras, ésas que se fueron colocando a medida que tomamos, como quien dice, “un camino en la vida”. Las dejamos atrás o a un lado; constantemente van apareciendo otras nuevas ante las que también, fatalmente, tendremos que pasar de largo. Pero llega la hora en que podemos hacer un alto en el camino y, sin abandonarlo, mirar a los lados y ver que cada puerta es una invitación a entreabrirla.

Los estudios asistemáticos comunican con esos amplios corredores de la memoria y la experiencia, nos descubren lo que no habíamos visto del camino. Son estudios discretos y consoladores, que no se empeñan en que dejemos de ser lo que somos, en que abandonemos una profesión para emprender otra, ni nos empujan a acumular títulos y carreras. Son estudios que más bien contribuyen a ensanchar la vida que llevamos, haciéndonos más conscientes del entramado que la sostiene: la complejidad y la belleza sobre las que resbalan nuestras impresiones más ordinarias, la maraña de malentendidos y prejuicios que sesgan nuestras opiniones, la fuerza y la vigencia del legado milenario de nuestros antepasados.

No quiero utilizar el término “educación continua” para referirme a esto porque lo continuo del estudio no garantiza su gratuidad, mucho menos su alegría. Hablemos más bien del estudio interminable, de un estudio siempre inacabado porque se ha convertido en parte de nuestro diario vivir. Como dice T. S. Eliot, “la educación abarca la totalidad de la vida”, es decir, no solo puede prolongarse sino que “envuelve” incluso aquello que en nuestras vidas no está siendo educado formalmente. Y son estas partes las que necesitamos seguir educando toda la vida para ahuyentar el peligro creciente de regresar a nuestra naturaleza mal educada, bárbara.
Dando clases para un público sumamente heterogéneo, a personas ya muy bien formadas (en su mayoría mucho más formadas que yo), descubrí la maravilla del estudio verdaderamente gratuito y dichoso. Nada y nadie los obliga a estar ahí, y sin embargo ahí están, una y otra vez, siguiendo un hilo invisible y personal, obedeciendo un llamado quizá inaudible para ellos mismos; están ahí a pesar de las horas en el tráfico, a pesar de los compromisos familiares y sociales, a pesar del cansancio y del desánimo que se apodera de nosotros cuando terminamos la jornada diaria; están ahí haciendo un alto, una pausa extraña y en absoluto pasiva, para seguirle la pista a algo que les ha interesado; puede ser un libro o un autor que conocen o del que oyeron hablar, un asunto de historia, un problema actual o un valor universal; algo, en fin, que les merece interés, respeto, simple curiosidad, o bien se trata de una vieja pasión olvidada y desatendida. El profesor se encarga de abrir un camino, de entreabrir esa puerta que está dentro de cada uno, para que la “materia” circule en conexión con la memoria y las inquietudes de cada quien. Pero además –y esto es sumamente importante– está también el papel que juega el ambiente, la atmósfera que se crea en ese “ha lugar” de la clase. A medida que van llegando, una a una, estas personas ya “formadas”, cada una con su cansancio y su soledad, con sus prisas y sus intereses, van soltando poco a poco, una a una, sus ocupaciones y pre-ocupaciones, van desocupándose para que pueda entrar lo desinteresado del aprendizaje, o lo inesperado (que es otra forma de decirlo). Esta atmósfera tiene el don de regresarlos por un rato a los bancos de la escuela, de suscitar de nuevo la aparición, en cada uno, del niño que aprende. Del niño como esa figura interior ávida y necesitada de aprender y jugar al mismo tiempo, para quien todo interés es desinteresado y todo juego algo serísimo.
Esta alegría, como puede verse, responde a una experiencia muy distinta de la que puede ofrecernos “un rato de esparcimiento”. Esta alegría es menos ruidosa y más duradera, pide más constancia y ofrece a la larga más compañía. Así, sin darnos cuenta, nos hacemos aficionados al estudio de ciertas materias, de ciertos asuntos que solicitan nuestra atención y nuestro interés.
Siempre he tenido gran respeto por nuestras aficiones. Hay algo muy serio que fluye alegremente junto con ellas: un poco de lo que pudo ser y no fue, del tren que perdimos, del viaje que no hicimos o la llamada que solo ahora estamos en posibilidad de atender. Algo que nos ata a esta vida que nos envuelve y nos desata de esa otra que nos agobia.

Tomado de: El Malpensante No. 99. Julio de 2009

domingo, 2 de mayo de 2010

Las reglas de Malalma y Mockus

Esta canción de Malalma ejemplifica magistralmente la razón por la que hay que votar por Mockus. Ojo, fue banda sonora, junto a Superlitio, de Perro come perro, película colombiana llevada juicio en este blog.

viernes, 23 de abril de 2010

El fin de la soledad

Como ya lo han notado los asiduos a este blog soy un gomoso de eso que llaman las "tecnologías de la comunicación y la información", creo que el potencial que tienen para la educación y para democratizar el conocimiento y la ciencia es mucho; sin embargo esa aparente ventaja también encarna riesgos importantes que William Deresiewicz expone en este buen ensayo publicado recientemente en El Malpensante.



El fin de la soledad

William Deresiewicz

¿Qué quiere el yo contemporáneo?La cámara ha creado una cultura de la celebridad; el computador está creando una cultura de la conectividad. Al tiempo que convergen (la web pasa del texto a la imagen gracias a la banda ancha y las redes sociales extienden cada vez más el tejido de la interconexión), las dos tecnologías revelan un impulso común. Tanto la celebridad como la conectividad son formas del reconocimiento. Eso es lo que el yo contemporáneo quiere. Quiere ser reconocido, quiere estar conectado: quiere visibilidad. Si no ante millones de personas, como en un reality o en El show de Oprah, entonces ante cientos de ellas en Twitter o Facebook. Ésta es la característica que nos define, así es como nos volvemos reales ante nosotros mismos: al ser vistos por otros. El gran pavor contemporáneo es el anonimato. Si Lionel Trilling tenía razón, si la característica que definía al yo en el romanticismo era la sinceridad, y en la modernidad era la autenticidad, entonces en el postmodernismo es la visibilidad.
Vivimos exclusivamente en relación con los otros y lo que desaparece de nuestras vidas es la soledad. La tecnología nos arrebata nuestra privacidad e intimidad así como nuestra capacidad para estar solos. Aunque no debería decir “nos arrebata”. Eso lo hacemos nosotros mismos; estamos renunciando a ese derecho muy fácilmente. La tía de una adolescente que conozco me contó que ésta había enviado hacía poco tres mil mensajes de texto en un mes. Es decir, cien por día o uno cada diez minutos mientras estaba despierta (mañana, tarde y noche), todos los días de la semana, en clase, durante el almuerzo, mientras hacía las tareas y se cepillaba los dientes. En promedio nunca está sola más de diez minutos seguidos. Esto es, nunca está sola.

Una vez les pregunté a mis alumnos sobre el lugar que ocupaba la soledad en sus vidas. Uno admitió que ve tan angustiosa la posibilidad de estar solo que prefiere estar acompañado incluso si tiene que hacer un trabajo. Otra preguntó, ¿a quién se le ocurre estar solo?


Para esa sorprendente pregunta, la historia ofrece algunas respuestas. Es cierto que el hombre es un animal sociable, pero la soledad tradicionalmente ha tenido un valor social. En particular, el hecho de estar solo se ha entendido como una dimensión esencial de la experiencia religiosa, aunque restringida a unos cuantos elegidos. A través de la soledad de espíritus excepcionales, el colectivo renueva su relación con lo divino. El profeta y el ermitaño, el sadhu y el yogui van tras sus iluminaciones, buscan sus trances en el desierto, en el bosque o en la cueva. Porque la voz calmada y tenue solo habla en el silencio. La vida social es un ajetreo de asuntos insignificantes, una embestida de preocupaciones cotidianas, y las instituciones religiosas no son la excepción. Uno no puede escuchar a Dios cuando la gente parlotea y la palabra divina (a pesar de las intenciones de esas instituciones) se resiste a descender sobre el monarca o el sacerdote. La experiencia comunitaria es la ley humana, pero el encuentro solitario con Dios es el acto sobresaliente que renueva esa ley (sobresaliente, porque nadie es profeta en su tierra. Tiresias sufrió la injuria y luego fue declarado inocente, santa Teresa de Ávila sufrió el interrogatorio pero luego fue canonizada). La soledad religiosa es una especie de mecanismo social autocorrector, una forma de acabar con la maleza del hábito moral y la costumbre espiritual. El vidente regresa con nuevas tablas de la ley o con nuevas danzas, su cara iluminada con la verdad eterna.
Al igual que otros valores religiosos, la soledad fue democratizada por la Reforma y vuelta secular por el romanticismo. De acuerdo con Marilynne Robinson, el calvinismo creó el yo moderno al centrar el alma en la introspección, dejándola al encuentro con Dios, como el antiguo profeta, en “profundo aislamiento”. A la lista de Calvino, Margarita de Navarra y Milton, como los pioneros de la modernidad, podemos agregar a Montaigne, Hamlet e incluso a don Quijote. Esta última figura nos advierte sobre el papel esencial de la lectura en esa transformación, y de la imprenta, que en el siglo XVI y posteriores cumple una función análoga a la de la televisión e internet en el nuestro. La lectura, en palabras de Robinson, “es un acto de inmensa introspección y subjetividad”. “El alma se encuentra consigo misma en relación con un texto, primero el Génesis o san Mateo y luego El paraíso perdido u Hojas de hierba”. Con el protestantismo y la imprenta, la búsqueda de la voz divina estuvo al alcance de todos e incluso fue de incumbencia colectiva.

Pero es con el romanticismo cuando la soledad alcanza su más grande notoriedad cultural al volverse tanto literal como literaria. La soledad protestante todavía es figurativa. Rousseau y Wordsworth la volvieron física. El yo no se encuentra ahora en Dios sino en la naturaleza y para estar en la naturaleza hay que ir a ella. Y eso se debe hacer con una sensibilidad especial: el poeta desplazó al santo como vidente social y modelo cultural. Pero ya que el romanticismo también heredó la idea dieciochesca de la compasión social, la soledad romántica se dio en relación dialéctica con la sociabilidad: no tanto por Rousseau y aun menos por Thoreau, el más solitario de todos, sino por Wordsworth, Melville, Whitman y muchos otros. Para Emerson, “el alma se rodea de amigos para acceder a un mayor autoconocimiento o a una mayor soledad; y luego se queda sola por una temporada, para engrandecer su conversación o a la sociedad”. La práctica romántica de la soledad es a todas luces una expresión de la “sinceridad” planteada por Trilling: creer que el yo se reafirma por una congruencia entre actuación pública y esencia privada, aquella que estabiliza su relación consigo mismo y con los otros. Especialmente, como señala Emerson, con el otro bien amado. De ahí las famosas parejas de amistad del romanticismo: Goethe y Schiller, Wordsworth y Coleridge, Hawthorne y Melville.
Pero la modernidad eliminó esta dialéctica. Su concepto de la soledad era más severo, más contradictorio, más aislante. Como modelo del yo y de sus interacciones, la compasión social de Hume dio paso a la fuerte barrera de la personalidad de Pater y al narcisismo de Freud: la noción de que el alma, encerrada en sí misma e inabordable para el mundo, no tiene otra opción que la soledad. Con algunas excepciones, como Woolf, los modernos evitaron la amistad. Joyce y Proust la menospreciaron; D. H. Lawrence no se fiaba de ella; las parejas de amistad de la modernidad (Conrad y Ford, Eliot y Pound, Hemingway y Fitzgerald) en general fueron más tranquilas que sus contrapartes del romanticismo. El mundo se entendía ya como un asalto al yo, y con toda razón.

Continuar leyendo en El Malpensante, edición 105.

domingo, 18 de abril de 2010

Obsesiones compulsivas: Recuperar la dignidad de un país mafioso


Sí, Colombia es un país mafioso y corrupto. Eso no significa que todos los colombianos lo seamos... aunque casi. Aquí celebramos la trampa y a los tramposos. En este país tiene más valor un mafioso en traquetomovil que un campesino desplazado. El primero es un "vivo" y se le festeja, y el segundo es un "bobo" y lo condenamos.
En este blog no se suele hablar de política, pero cuando toca toca, más cuando mi cédula quedó inscrita en Chapinero y dudo que viaje a Bogotá sólo por amor a la democracia. Entonces no me queda nada más que hacer proselitismo para persuadir algún no votante y reponer mi voto perdido.
Parto del punto en que los candidatos no son Mesías, ninguno trasformará el país con el toque mágico de una varita mágica, pero algunos si podrían darle un rumbo distinto.
De entrada NO a Juan Manuel Santos, NO a Noemí, NO a Vargas Llerras. Mi corazón y mis afectos políticos están a la izquierda y me considero un seguidor de las ideas liberales, las de verdad, es decir, las que no tienen nada que ver con el partido Liberal de marras y su larga trayectoria burocrática y de corrupción; por esa razón histórica Pardo, siendo un buen tipo y un buen candidato no llegará al poder: no tiene partido, en contados días los "liberales", o más bien, los miembros del Partido Liberal huirán en desbandada como ratas cuando el barco se hunde y Pardo se quedará solo con su rostro de depresión mayor.
No soy militante de ningún partido. Considero que aunque son necesarios terminan imponiendo la política a la ética y eso para mí es inaceptable. Por eso soy más afecto al Carlos Gaviria profesor, magistrado y candidato de hace cuatro años que al presidente del Polo o al de hoy, quien apoya la candidatura de Petro más por lealtad con su partido que por convicción. Y digámoslo de una vez: Petro fue un excelente congresista hasta que vendió su voto para elegir al maligno ultraconservador Ordoñez como Procurador. Ese día, Petro perdió para mí toda credibilidad y mató su carrera política. La izquierda decente de este país no debería perdonarle nunca esa salida en falso.
¿Quién queda? Mockus. La verdad es demasiado godo y narciso para mi gusto. Las dos alcaldías en Bogotá lo demostraron, pero tiene un detalle que lo hace para mí mi candidato: es un godo digno. Como pocos políticos lo han sido en este país. Y aunque en más de una ocasión, desde que era rector de la Universidad Nacional, no he estado de acuerdo con sus posiciones, siempre he pensado que es un tipo ético, digno y decente. Por eso creo que es la mejor opción en estas elecciones.

Con su propuesta comparto algunos de sus principios:
1. La educación, la cultura y el desarrollo de la ciencia y la tecnología son el único camino real que nos permitirá crear un proyecto de país viable y sostenible a largo plazo. Lo demás son medidas de urgencia para apagar incendios, que son necesarias, pero no suficientes. Una sociedad educada es una sociedad con poder de decisión, una sociedad deliberativa capaz de elegir el rumbo que quiere tomar.
2. Recuperar el valor de los argumentos sobre el poder de la corrupción para la toma de decisiones políticas... ¡Eso lo quiero ver! Parece una Utopía imposible de lograr, pero esa pelea hay que darla. Si este país es capaz de ponerse de acuerdo en vencer la cultura mafiosa en que vivimos, no importa el modelo de desarrollo por el que optemos, seremos capaces de avanzar.
3. Ligado al anterior, recuperar la legitimidad y la credibilidad en la ley y la justicia. Este punto es peligroso: no siempre la Ley es justa (y a Mockus le gusta la Ley por la Ley, más de una vez lo ha probado), pero si somos capaces de transformarnos en una democracia deliberativa tendremos el chance de modificarla y hacerla justa y legítima para todos. En ese momento la ilegalidad dejará de ser un valor preciado para nuestra torcida sociedad y seremos capaces de creer y confiar en nuestra justicia.
4. No es necesario decir nada más: LA VIDA ES SAGRADA.

Los invito, entonces, a que se unan a esta inmensa ola verde para al fin poder cantar con orgullo en el Himno Nacional: "Cesó la URIBE noche, la libertad sublime..."
Si con estos argumentos logro persuadir a alguien para que vote por Antanas Mockus me absolveré de la culpa por el olvido de inscribir mi cédula y le daremos a él la oportunidad de liderar la transformación de este país. Seguramente no se resolveran todos nuestros problemas, pero, tal vez, recuperemos la dignidad y dejemos de ser un país mafioso.

lunes, 5 de abril de 2010

Cómo empecé a escribir


Gabriel García Márquez

Primero que todo, perdóneme que hable sentado, pero la verdad es que si me levanto corro el riesgo de caerme de miedo. De veras. Yo siempre creí que los cinco minutos más terribles de mi vida me tocaría pasarlos en un avión y delante de 20 a 30 personas, no delante de 200 amigos como ahora. Afortunadamente, lo que me sucede en este momento me permite empezar a hablar de mi literatura, ya que estaba pensando que yo comencé a ser escritor en la misma forma que me subí a este estrado: a la fuerza. Confieso que hice todo lo posible por no asistir a esta asamblea: traté de enfermarme, busqué que me diera una pulmonía, fui a donde el peluquero con la esperanza de que me degollara y, por último, se me ocurrió la idea de venir sin saco y sin corbata para que no me permitieran entrar en una reunión tan formal como esta, pero olvidaba que estaba en Venezuela, en donde a todas partes se puede ir en camisa. Resultado: que aquí estoy y no sé por dónde empezar. Pero les puedo contar, por ejemplo, cómo comencé a escribir.

A mí nunca se me había ocurrido que pudiera ser escritor pero, en mis tiempos de estudiante, Eduardo Zalamea Borda, director del suplemento literario de El Espectador de Bogotá, publicó una nota donde decía que las nuevas generaciones de escritores no ofrecían nada, que no se veía por ninguna parte un nuevo cuentista ni un nuevo novelista. Y concluía afirmando que a él se le reprochaba porque en su periódico no publicaba sino firmas muy conocidas de escritores viejos, y nada de jóvenes en cambio, cuando la verdad —dijo— es que no hay jóvenes que escriban.

A mí me salió entonces un sentimiento de solidaridad para con mis compañeros de generación y resolví escribir un cuento, no más por taparle la boca a Eduardo Zalamea Borda, que era mi gran amigo, o al menos que después llegó a ser mi gran amigo. Me senté y escribí el cuento, lo mandé a El Espectador. El segundo susto lo obtuve el domingo siguiente cuando abrí el periódico y a toda página estaba mi cuento con una nota donde Eduardo Zalamea Borda reconocía que se había equivocado, porque evidentemente con “ese cuento surgía el genio de la literatura colombiana” o algo parecido.

Esta vez sí que me enfermé y me dije: ¡En qué lío me he metido!” ¿Y ahora qué hago para no hacer quedar mal a Eduardo Zalamea Borda?” Seguir escribiendo, era la respuesta. Siempre tenía frente a mí el problema de los temas: estaba obligado a buscarme el cuento para poderlo escribir.

Y esto me permite decirles una cosa que compruebo ahora, después de haber publicado cinco libros: el oficio de escritor es tal vez el único que se hace más difícil a medida que más se practica. La facilidad con que yo me senté a escribir aquel cuento una tarde no puede compararse con el trabajo que me cuesta ahora escribir una página. En cuanto a mi método de trabajo, es bastante coherente con esto que les estoy diciendo. Nunca sé cuánto voy a poder escribir ni qué voy a escribir. Espero que se me ocurra algo y, cuando se me ocurre una idea que juzgo buena para escribirla, me pongo a darle vueltas en la cabeza y dejo que se vaya madurando. Cuando la tenga terminada (y a veces pasan muchos años, como en el caso de Cien años de soledad que pasé diez y nueve años pensándola), cuando la tengo terminada repito, entonces me siento a escribirla y ahí empieza la parte más difícil y la que más me aburre. Porque lo más delicioso de la historia es concebirla, irla redondeando, dándole vueltas y revueltas, de manera que a la hora de sentarse a escribirla ya no le interesa a uno mucho, o al menos a mí no me interesa mucho.

La idea que le da vueltas

Les voy a contar, por ejemplo, la idea que me está dando vueltas en la cabeza hace ya varios años y sospecho que la tengo ya bastante redonda. Se las cuento ahora, porque seguramente cuando la escriba, no sé cuando, ustedes la van a encontrar completamente distinta y podrán observar en qué forma evolucionó. Imagínense un pueblo muy pequeño donde hay una señora vieja que tiene dos hijos, uno de 17 y una hija menor de 14. Está sirviéndoles el desayuno a sus hijos y se le advierte una expresión muy preocupada. Los hijos le preguntan qué le pasa y ella responde: No sé, pero he amanecido con el pensamiento de que algo muy grave va a suceder en este pueblo”.

Ellos se ríen de ella, dicen que esos son presentimientos de vieja, cosas que pasan. El hijo se va a jugar billar, y en el momento en que va a tirar una carambola sencillísima, el adversario le dice: “Te apuesto un peso a que no la haces”. Todos se ríen, él se ríe, tira la carambola y no la hace. Pago un peso y le pregunta: ¿Pero qué pasó, si era una carambola tan sencilla? Dice: “Es cierto, pero me ha quedado la preocupación de una cosa que me dijo mi mamá esta mañana sobre algo grave que va a suceder en este pueblo”. Todos se ríen de él y el que se ha ganado el peso regresa a su casa, donde está su mamá y una prima o una nieta o en fin, cualquier parienta. Feliz con su peso dice: “Le gané este peso a Dámaso en la forma más sencilla, porque es un tonto”. “¿Y por qué es un tonto?”. Dice: “Hombre, porque no pudo hacer una carambola sencillísima estorbado por la preocupación de que su mamá amaneció hoy con la idea de que algo muy grave va a suceder en este pueblo”.

Entonces le dice la mamá: “No te burles de los presentimientos de los viejos, porque a veces salen”. La parienta lo oye y va a comprar carne. Ella dice al carnicero: “véndame una libra de carne” y, en el momento en que está cortando, agrega: “Mejor véndame dos porque andan diciendo que algo grave va a pasar y lo mejor es estar preparado”. El carnicero despacha su carne y cuando llega otra señora a comprar una libra de carne, le dice: “Lleve dos porque hasta aquí llega la gente diciendo que algo muy grave va a pasar, y se está preparando, y andan comprando cosas”.

Entonces la vieja responde: “Tengo varios hijos, mire, mejor deme cuatro libras”. Se lleva cuatro libras y para no hacer largo el cuento, diré que el carnicero en media hora agota la carne, mata otra vaca, se vende toda y se va esparciendo el rumor. Llega el momento en que todo el mundo en el pueblo está esperando que pase algo. Se paralizan las actividades y de pronto, a las dos de la tarde, hace calor como siempre. Alguien dice: “Se han dado cuenta del calor que está haciendo?”. “Pero si en este pueblo siempre ha hecho calor”. Tanto calor que es un pueblo donde todos los músicos tenían instrumentos remendados con brea y tocaban siempre a la sombra porque si tocaban al sol se les caían a pedazos. “Sin embargo —dice uno— nunca a esta hora ha hecho tanto calor”, “sí, pero no tanto calor como ahora”. Al pueblo desierto, a la plaza desierta, baja de pronto un parajito y se corre la voz: “hay un pajarito en la plaza”. Y viene todo el mundo espantado a ver el pajarito.

“Pero, señores, siempre ha habido pajaritos que bajan”. “Sí, pero nunca a esta hora”. Llega un momento de tal tensión para los habitantes del pueblo que todos están desesperados por irse y no tienen el valor de hacerlo. “Yo sí soy muy macho —grita uno— yo me voy”. Agarra sus muebles, sus hijos, sus animales, los mete en una carreta y atraviesa la calle central donde está el pobre pueblo viéndolo. Hasta el memento en que dicen: “Si este se atreve a irse, pues nosotros también nos vamos”, y empiezan a desmantelar literalmente al pueblo. Se llevan las cosas, los animales, todo. Y uno de los últimos que abandona el pueblo dice: “Que no venga la desgracia a caer sobre todo lo que queda de nuestra casa” y entonces incendia la casa y otros incendian otras casas. Huyen en un tremendo y verdadero pánico, como en éxodo de guerra, y en medio de ellos va la señora que tuvo el presagio clamando: “Yo lo dije, que algo muy grave iba a pasar y me dijeron que estaba loca”.

Discurso pronunciado por Gabriel García Márquez en una de sus visitas a Venezuela y más tarde divulgado en El Espectador, en el que el futuro Premio Nobel expuso las razones que lo llevaron a convertirse en un escritor de oficio. Publicado originalmente el 3 de mayo de 1970, discurso en Caracas, Magazín Dominical. Tomado de: El Espectador.com

miércoles, 31 de marzo de 2010

El almuerzo


Los zapatos cubiertos de barro se deslizan sobre la trocha durante el ascenso. Ligia, la pequeña mujer que los calza tiene algo más de cincuenta años. En su rostro casi no hay arrugas y sus ojos azules resaltan sobre la brillante piel blanca, pero el largo cabello entrecano y su frecuente expresión dolorosa la muestran mucho mayor. Su vestido negro, que estrenó hace tres años, en la última Semana Santa que pasó en el pueblo y que le quedaba ajustado, hoy está empapado y cuelga de sus huesos.

Se sigue resbalando, los tenis azules de tela se hunden en el lodo y con ellos las piernas ocres hinchadas por las dolorosas várices.

Con las manos empuñadas y pegadas sobre el pecho sostiene una bolsa negra y varias monedas que sobraron de la compra que hizo en la verdulería que queda junto al paradero de los buses. Arriba, en el horizonte deformado por la lluvia, se ve, junto a otros similares, el pequeño rancho: las tablas grises, amontonadas y húmedas que apilaron cuando llegaron a la ciudad. A la entrada, debajo de una teja oxidada de zinc que sobresale del techo a manera de alero, junto a la puerta abierta de maderas podridas, está el viejo sentado en una butaca, con la espalda curva y la mirada extinta puesta en el vacío.

Ligia se acerca despacio y le acaricia la oreja derecha con la mano mojada. El viejo no responde.


Continuar leyendo en Revista Cronopio