lunes, 8 de septiembre de 2008

Dos semanas con los Sikuani

Los invito a leer la crónica Dos semanas con los Sikuani que me publicaron en el último número de la Revista Universidad de Antioquia... bueno, si son capaces de conseguirla. Al menos que la lean los lectores de este blog que viven en Medellín. A los demás les dejo este fragmento mientras la U se decide a organizar, al fin, su versión electrónica (que está más demorada que la de El Malpensante) o a mejorar la distribución de la revista... amanecerá y veremos.

Fotografía de Giovanny Urrea Bolivar

Cuando llegamos a Iwiwí, un grupo de unos doce niños nos atacó con sus risas; rodeaban el carro, querían conocernos y saber qué traíamos. Nos tocaban, nos hablaban sin parar y reían, reían mucho. Al poco tiempo aparecieron sus madres, sonrientes también, y nos contaron que los hombres de la comunidad, excepto dos ancianos, se habían ido a cazar por varios días.
De las que visitamos, ésta era la única comunidad donde todavía practicaban la caza y la pesca, lo que se reflejaba en el estado nutricional de los niños y las mujeres. Fue también la única donde no encontramos a nadie con desnutrición.
Después de trabajar y charlar un rato con las mujeres, me dejé seducir por los niños y nos fuimos para el charco a bañarnos. El sol de la tarde y la sombra de los árboles se dibujaban sobre la superficie oscura y quieta del caño represado.
Los niños me miraban, reían, hablaban y me hacían señas de que me tirara. Mi cobardía urbana lo impidió, pero en cambio los convencí de que ellos entraran primero. Recordé las historias de güíos (boas) gigantes, capaces de devorar un ternero, que se encontraban en las aguas quietas de los Llanos. Los niños, ni cortos ni perezosos, se lanzaron al agua y una vez adentro me insistían en que me tirara. Nunca lo hice. Caminé despacio desde la orilla, sintiendo cómo mis dedos se hundían en la arena y el lodo del fondo y me fui sumergiendo poco a poco en el agua. Una vez adentro, fui atacado por varias de esas pequeñas criaturas humanas, que ese día encontraron en mí un buen juguete.
Al caer la tarde, mientras lavábamos la ropa con Mimí, le pregunté:
—¿Por qué aquí sonríen todo el tiempo?
Mimí levantó los hombros:
—Porque la felicidad se amaña mucho con esta gente... Pregúnteles usted a ver qué le responden.
Así lo hice. En la noche, bajo el embrujo de una gran luna roja, comiendo pescado moqueado, es decir, cocinado con el calor que produce estar enterrado debajo del fogón, con las mujeres y los chiquiribiji, luego de haber canjeado con uno de ellos uno de mis esferos por una puya, le comenté a Alcira sobre la alegría que todos en esa comunidad irradiaban. Ella se rió y luego, con aire sereno, comentó en sikuani y Mimí tradujo:
«Mire: el blanco trabaja y trabaja para seguir pobre toda la vida, porque su vida es trabajar, mientras que el indio trabaja apenas para no morirse; igual vive pobre, pero vive y vive feliz».

5 comentarios:

mauricio rodriguez dijo...

Samuel, no conocía de tu actividad literaria. El blog está muy bueno.
Quien tomó las fotos de este artículo?

Samuel Andrés Arias dijo...

Mauricio:
Bienvenido a El cuaderno. Te cuento que las fotos son bajadas de Google. Ni idea de quien sea su autor (un pequeño crímen contra la propiedad intelectual).
Pronto visitare tus blogs.

Anónimo dijo...

preciosa crónica, Sami!

Paola dijo...

Hola.
Las fotos que has tomado son de Giovanny Urrea Bolivar, facultad de Sociología de la Universidad Santo Tomas de Bogotá de su trabajo de grado para optar al título de sociológo.

Por favor te agradecería que contactes al autor de la fotografía porque además él tiene un registro fotográfico amplio y donó parte de su material al Semillero Grupos Indigenas de la Facultad al que perteneció.

Soy una amiga cercana te dejo su correo:
giovannyurrea78@gmail.com
sgruposindigenas@hotmail.com

Samuel Andrés Arias dijo...

Gracias, Paolita, por la información. Pondré ya mismo el crédito en el píe de foto y le escribiré a su autor.
De nuevo muchas gracias.