jueves, 11 de septiembre de 2008

Los mitos del autor inédito

No aguanté las ganas y decidí transcribir el artículo que el escritor cubano Ronaldo Menéndez publico el fin de semana pasado en Babelia. Leánlo. Muy ilustrativo para aquellos que escribimos y queremos ser publicados.


El escritor local y el mercado internacional

Ronaldo Menéndez

¿Qué significa escribir -y pretender publicar- en Latinoamérica, cuando lo que se quiere es salir de Latinoamérica y darse a conocer en el mercado internacional? (Léase, sobre todo, español). Del río Bravo a la Patagonia cada ciudad letrada tiene lo suyo. Las sucursales de Alfaguara o Planeta funcionan con mayor o menor incidencia, justicia o perversión. Y el alcance de las editoriales locales también varía según el barrio.

Durante más de siete años en que estuve estirando mis yacimientos de tiempo por toda Latinoamérica, entre escritores en ciernes, triunfadores y frustrados, fui aprendiendo algo acerca de ciertos mitos. Porque independientemente del color que tenga el problema y el cristal con que se mire, los escritores atrapados en nuestros países de origen levantamos mitos literarios acerca de cuáles son las alternativas para dejar de ser un autor local.

Podríamos alzar un muro de las lamentaciones con las dificultades de inserción del escritor que vive en Latinoamérica con respecto al campo literario español, pero la tarea se parecería a una inútil muralla china, un colosal y árido monumento del aislamiento. Otra cosa sería ponernos pesimistas (léase realistas) con respecto a los mitos donde cuelgan sus trabajos y sus días tantos jóvenes escritores del otro lado del Atlántico. Quizá una mirada desalentadora constituya el mejor estímulo para mirar hacia adentro, hacia la soledad del escritor de fondo, y no preocuparse demasiado por eso que llaman carrera, sobre todo cuando abundan tantos mitos, espejismos y falacias.

El primero y más sustancioso podría llamarse "el mito del príncipe azul-concurso internacional". Muchos escritores viven convencidos de que un concurso te salva y te instala en el paraíso, cual príncipe azul, y que si se tiene talento es probable ganar de un día para otro un concurso internacional por encima de 50.000 euros, capaz de abrir todas las perspectivas con el golpe de un solo cheque. Es una verdad tan dura como una piedra el hecho de que los premios -sobre todo los más cuantiosos- no suelen decidirse en el ámbito del azar y de la cualidad limpiamente literaria, sino en una acción conjunta, y muchas veces antihigiénica, entre las editoriales, los agentes, el marketing y los dueños del cotarro.

Pariente cercano del príncipe azul, está "el mito del editor-hada madrina": ser descubierto e instalado en el parnaso por algún editor que pasa por Latinoamérica a algún evento, feria del libro o cosa por el estilo. Como todo mito tiene sus raíces en la realidad: hay quien ha tenido la suerte de ser descubierto. Pero el campo literario español es tan multitudinario, complejo y competitivo que los resultados a mediano plazo dependen mucho más de la presencia del autor conjunta a la gestión del agente y del editor que al golpe aislado de una novela o un premio. Piénsese cuántos han pasado bombos y platillos a disolverse en la cotidiana nada editorial. Sería una especie de efecto Warhol: no más de 15 minutos (o meses) de suerte, si ésta no se ancla en la constancia de la gestión y en la suma paulatina de los lectores. Como dice mi amigo el editor Javier Azpeitia: cada lector es una conquista.

Éste sí que es romántico: "el mito de la búsqueda del templo perdido". O sea, mandar a ciegas a cuanta editorial exista, peregrinar al estilo del joven Hemingway o de Salinger de casa en casa, hasta que algún editor con visión de futuro apueste por uno. Quienes nos hemos buscado la vida en el prestigioso circuito de los lectores de editoriales, sabemos que cada mes llegan cientos de manuscritos a cualquier departamento de lectura. Entonces se lee poco y mal. Con editoriales grandes (e incluso no tan mastodónticas) mandar a ciegas, probablemente, significa no ser visto. Muchas suelen utilizar la figura del agente como filtro, no leen manuscritos que no vengan de las agencias o recomendados por alguien.

En el otro extremo está "el mito-enajenación de que el mercado corrompe la literatura", y la gran obra se hace en recalcitrante soledad por uno y para uno y viva Kafka. Se tiende a pensar que toda gran obra tarde o temprano va a ser descubierta y a triunfar. Quizá eso ocurría mucho en otros tiempos (aunque no estoy tan seguro, puesto que de lo no rescatado nada se sabe por definición). Siendo optimistas, no creo que muchos quieran hoy ser descubiertos demasiado tarde, a lo Compay Segundo. Además, suponer que una gran obra es por naturaleza sólo para minorías y reacia al mercado es como pensar que porque existe un sujeto que además de ser inteligente es tartamudo, para poseer una auténtica inteligencia es necesario andar tartamudeando por la vida.

Lo grave de fomentar estos mitos durante mucho tiempo es que suelen convertirse en fuente de angustia y automarginación. Por poner un caso, si un joven escritor talentoso de una esquina olvidada del mundo recibe en un año quince cartas-tipo con respuestas adversas a su obra por parte de las editoriales, puede sentirse muy mal pensando que a su literatura se le escapa algo.

Aunque hoy parece un lugar común, sienta bien volver a los orígenes siempre tan profilácticos: escribir sin olvidar que en este oficio existe la soledad del escritor de fondo. El mercado está ahí, y seguirá estando y comportándose según sus reglas, sin que importe lo que piensa alguien en el altiplano. Está claro que en toda periferia se levantan mitos con respecto al centro, pero quizá no está tan claro, aunque es una verdad incontestable, el hecho de que tales mitos sólo contribuyen a que la periferia lo sea aún más. Como decía Confucio: si el problema tiene solución, no hay que preocuparse, y si el problema no tiene solución, tampoco hay que preocuparse.


Publicado en el suplemento Babelia del diario El País el 6 de septiembre de 2008.

6 comentarios:

Camilo Jiménez dijo...

El primer mito ("príncipe azul-concurso internacional") tiene una variación interesante, querido Samuel: el mito de los varios concursos internacionales de provincia. Se refiere al autor experto en enviar a concursos pequeños, de universidades o municipios españoles o mexicanos y argentinos (un premio en cualquiera de los tres países da pedigree). Se ganan uno en la Universidad de Iztlapenango (o cualquier cuchitril tipo Inpahu, o de cualquier municipio como decir aquí Barbosa o Tocancipá) y usan ese premio como carta de presentación: "ganador en México del premio de poesía...".

Otro mito sería el del autor lagarto: el que está en cuanta presentación, conferencia, coctel, firma de libros, en fin, en cualquiera de las mil actividades alrededor de los libros sobando los hombros de editores y autores de la casa, para después pedir carta de referencia. No faltan, y no falta el editor que cae.

Muy buen artículo... hace rato no entro a Babelia, me lo recordaste.

Pulgamamá dijo...

Uy cruelmente acertado. Gracias por publicarlo Samuel. No quiero preguntarme a cual mito pertenezco yo. Voy a abrir mi propia categoría. Luego te aviso.

Frank dijo...

Como siempre un muy buen artículo el que escogiste para publicar; pero de por dios, casi me pongo a llorar, yo que mas o menos le apuesto y soy creyento de todos los mitos allí mencionados, ¿y ahora qué será del escritor desconocido y que además apenas tiene poco más de dos décadas en este planeta? Será seguir trabajando medio tiempo y escribiendo tiempo completo.

Samuel Andrés Arias dijo...

Camilo: Muy atinados los dos nuevos mitos.
Carla: Bienvenida a este sitio. Me cuentas cuando generes tu propia clasificación.
Frank: Creo que no hay más remedio que seguir escribiendo. Por eso me gusta tanto aquella frase de Onetti: hay dos clases de escritores: los que escriben y los que quieren escribir.
¿A cuál pertenecemos?

Johan Bush Walls dijo...

Afortunadamente, queda la literatura, la buena, es la única que salva al escritor.

La mayoría prefiere publicar, se preocupa por publicar, luego, dicen ellos, vendrá la oportunidad para escribir buena literatura.

Salú pue.

Olga dijo...

Bueno en Venezuela tenemos algo que, robándome el bautizo de un querido amigo escritor, se llama la rosca. En esa rosca, que por cierto tiene forma piramidal, viven unos cuentos que son considerados los escritores del momento, las nuevas letras venezolanas, el talento descubierto y qué sé yo que otros. Lo cierto es que si se mira con lupa la cosa resulta que siguiendo unos pasos, a manera de receta de cocina, consigues ser publicado. Uno indispensable es tener un blog, ya sea personal o colectivo, donde descargues tus angustias o pongas algunos cuentos con la esperanza del descubrimiento. El otro es pertenecer a un colectivo, claro sólo los aceptados fundados por los iniciados en la materia. Escribir también, no hay que negarlo. Pero lo fundamental es entrar en la rosca, ser aceptado e ir subiendo paulatinamente a base de "chupar medias" (jalar mecate, adular...), alabar la obra de los miembros consagrados así te parezca una basura y no puedas pasar de las 15 primeras páginas.

En fin, codeándote con la gente que debes codearte, pues casi garantizada la cosa. Aunque como en la bulimia se tenga que vomitar al final del día.