martes, 7 de abril de 2009

La musa y el artesano

Para mal o para bien soy hijo de los talleres de creación literaria. He participado en el Taller de Escritores de la Universidad Central, en el Taller de Narrativa de la Biblioteca Pública Piloto de Medellín y en el Taller de Novela Ciudad de Bogotá de Renata. ¿Sirven de algo? Pues más allá del deseo y la pulsión personal por escribir se aprenden cositas, muchas cositas útiles. Sin embargo, mejor dejo responder a Roberto Rubiano con este artículo que publicó El Malpensante en febrero de 2009.

La musa y el artesano

Roberto Rubiano Vargas

1. Hace poco durante una sesión de tutoría en la Maestría en Escrituras Creativas de la Universidad Nacional, una de las escritoras asistentes, al observar el tablero donde comentábamos un cuento que acababa de presentar uno de sus compañeros, se quejaba del exceso de tecnicismos al hacer aquel análisis. Miré los apuntes que habíamos hecho: una sucesión de garrapatas de color verde, rojo y azul que representaban la manera como habíamos desarmado los elementos de la narración. Valorábamos su argumento, desmontábamos los personajes, analizábamos la condición social del relato y así con todos los aspectos de aquel trabajo literario. Mi alumna criticaba, de una manera un poco ingenua, ese recurso un tanto técnico de evaluar un cuento, y manifestaba el deseo de resolver todos los problemas de la creación desde aspectos exclusivamente artísticos. Aunque un poco injusto, su reclamo me llevó a preguntarme dónde estaba el equilibrio entre el uso de recursos analíticos y la espontaneidad creativa. O formulado de otro modo, entre la técnica para hacer cuentos y el arte narrativo propiamente dicho. ¿Podía hacerse esa separación? ¿Dónde el arte se convierte en una reflexión racional? ¿El escritor que se preocupa por los aspectos técnicos termina escribiendo como los académicos? ¿Cómo compartir la experiencia de la escritura entre el que la ha ejercido por muchos años y el que apenas comienza a practicarla?

Quienes se acercan a los talleres de escritura creativa de la red Renata del Ministerio de Cultura, a los talleres de la Universidad Central, al taller de la Biblioteca Pública Piloto de Medellín o a la Maestría en Escrituras Creativas de la Universidad Nacional vienen animados por el deseo de enfrentar con otros los problemas que en la soledad de su escritorio no han logrado resolver. A todos ellos los anima la voluntad de contar algo, la voluntad de escribir.
Hace pocas semanas, en una reunión con el grupo que se va a graduar este año en la Maestría de la Universidad Nacional, una estudiante decía que había lidiado con muchas ironías durante los cuatro semestres de estudios; una de ellas, los estudiantes de literatura o de otras disciplinas que se burlaban de ella: ¿Ya estás lista para graduarte de escritora?, le decían, como si este hecho fuera imposible o poco serio. Sin embargo ya no se lo dicen, por la sencilla razón de que ella tiene en su carpeta un paquete de cuentos que demuestran que tal vez sí, en efecto, ya está lista para graduarse en la maestría pero, sobre todo, que siempre fue una escritora porque eso no es algo que se aprende: es algo que se practica. Y en todo caso, lo que puede aprenderse en la maestría o en los talleres de escritura son recursos, atajos. Allí se pueden compartir experiencias y aprender de los colegas. Sin embargo, no sobra repetir que el taller no reemplaza el oficio de escritor, que éste se practica en la soledad del estudio de cada uno.
La posibilidad del aprendizaje de las artes es un camino ya recorrido, la Academia de Bellas Artes es un concepto con siglos de historia. La arquitectura o la música se aprenden, la literatura no podía ser una excepción. Es cierto que hasta el presente lo más extendido son los estudios literarios que no implican necesariamente el aprendizaje de la escritura. Se partía de la creencia de que la escritura venía como un bono adicional para el que estudiaba teoría literaria. Hace poco, en Cartagena, un escritor me decía en tono quejumbroso que él pertenecía a una generación que creyó que estudiando teoría literaria uno se convertía en escritor, y que por su excesiva confianza en aquella idea había terminado convertido en profesor de literatura y no en el vigoroso escritor que se imaginó. Su comentario destacaba la importancia que él le veía a los talleres como un estadio importante en el proceso de formación de los nuevos escritores y la necesidad de que desde el Ministerio de Educación se asuma la escritura como una de las bellas artes, así como se enseña el dibujo, la música u otras artes según el buen criterio de cada centro escolar.
El aprendizaje de la escritura como un arte es una práctica más bien reciente y no va más allá de la segunda mitad del siglo XIX. Es posible encontrar su origen en los cursos de composición de lengua francesa e inglesa en las universidades y colleges, y su versión más reciente comienza a construir su historia a partir de talleres y programas de escritura creativa como el de la Universidad de Iowa, que tal vez no es el más antiguo pero sí uno de los más influyentes.
Haciendo Versos, el primer curso de escritura creativa dictado en la Universidad de Iowa, fue ofrecido en la primavera de 1897. En 1922 la universidad introdujo un nuevo modelo para el estudio académico de las artes literarias, cuya equivalencia actual respondería al de una maestría. El sistema consistía en cursos y talleres dictados por escritores residentes (esa extraña categoría a la que tantos escritores aspiran) e invitados. El concepto de taller comenzó a ofrecerse en Iowa a partir de 1936. Hoy en Estados Unidos existen más de 500 maestrías y programas de postgrado en escritura creativa, para no mencionar los centenares o miles de talleres y programas comunitarios. Podríamos decir que quizá en Estados Unidos no todos los estudiantes que se gradúan al año en estas maestrías están destinados a ser escritores importantes, pero la gran mayoría de los escritores norteamericanos importantes de la actualidad han salido de esas maestrías y talleres o los han visitado en alguna ocasión, al menos para dictar un curso. Junot Díaz, premio Pulitzer de novela 2008, es una muestra de un escritor que no solo es graduado “como escritor” de la Universidad de Cornell sino que dicta cursos de escritura creativa en MIT.
En Colombia la tradición de los talleres de escritura la inició Eutiquio Leal hacia 1970, con su taller de la Universidad Autónoma y posteriormente con el de la Universidad Central que después heredó Isaías Peña Gutiérrez. En Medellín el taller de la Biblioteca Pública Piloto, a cargo de Manuel Mejía Vallejo, inició labores hace más de 25 años y es uno de los más antiguos del país. El primer curso de composición que podría equipararse a la experiencia de Iowa lo dictó María Fornaguera en la Universidad de los Andes a comienzos de la década de 1970. A estos esfuerzos, que ya cuentan con décadas de experiencia, ahora se les ha sumado la Red Nacional de Talleres de Escritura Creativa del Ministerio de Cultura, que tiene en este momento 39 talleres funcionando en todo el país; la Maestría en Escrituras Creativas de la Universidad Nacional; la especialización de la Universidad Central. También hay algunos proyectos en marcha, como el pregrado en escritura creativa que prepara la Universidad Central. Cabe mencionar que en América Latina solo existen dos maestrías, la de la Universidad Nacional de Bogotá, que dirige Azriel Bibliowicz, y la de la Universidad del Sagrado Corazón de Puerto Rico, que dirige el escritor Luis López Nieves.

El resto del artículo lo pueden leer en la página Web de El malpensante.

Fotografía de Jorge Mario Múnera

2 comentarios:

Nicté dijo...

y que pensarías de los míos? ya estoy lista para graduarme?, también soy hija (ilegítima) de talleres de escritura, pero por el género sigo optando por la clandestinidad.

Samuel Andrés Arias dijo...

Hola, Nicté. Bienvenida al Cuaderno. Revisaré tu blog para comprender por qué eres "escritora clandestina"