En la primera escena de la película El Aviador, de Martin Scorsese, el niño Howard Hughes conversa con su madre mientras ella lo baña. La mujer deletrea la palabra cuarentena; él hijo la repite. Ella le pregunta si sabe qué es el cólera; él dice que sí. ¿Y la fiebre tifoidea? También. ¿Sabes lo que te pueden causar? Sí, mamá. Ella toma con las manos la cara del pequeño y sentencia: «No estás a salvo».
La escena no sólo representa los miedos que Hughes heredaría de su madre y que lo enloquecerían. También revela el temor que el hombre le tiene a los microbios. Las enfermedades que éstos producen –por ejemplo, la peste, la sífilis, la gripe, la viruela, la tuberculosis, el cólera, el Sida– amenazan con eliminar al ser humano del planeta. Es una guerra de pronóstico reservado que explica el intenso deseo social de extinguir a esas amenazas «invisibles» antes de que ellas lo hagan con el hombre.
En la segunda mitad del siglo XIX se descubrió que unos diminutos organismos invisibles al ojo humano eran los culpables de muchas enfermedades. Entonces, para controlarlas, se plantearon múltiples tecnologías, las que se resumen en la Teoría de la Triada Epidemiológica: Las infecciones pueden combatirse 1) modificando el ambiente con medidas de saneamiento básico, 2) fortaleciendo al ser humano con vacunas específicas para cada tipo de germen y 3) eliminando los microbios directamente con desinfectantes, antisépticos y antibióticos.
En enero de 2007, la British Medical Journal, una de las revistas médicas más importantes del mundo, preguntó a más de once mil profesionales de la salud cuál consideraban que era el logro más importante de la medicina a partir de 1840. Dentro de los cinco primeros lugares figuraban las estrategias de la «triada epidemiológica»; al fin y al cabo ellas habían permitido controlar y erradicar terribles enfermedades infecciosas como la viruela.
Sin embargo, el pánico que genera la sola idea de la enfermedad aumenta en todo el mundo. Ante la sospecha de una posible infección o contaminación, las personas usan todas las armas a su alcance y sin control. La ciencia –y las corporaciones farmacéuticas– no ha inventado uno, sino miles de medicamentos, antibióticos, desinfectantes, vacunas y sustancias que, más que curar, venden la ilusión de protección. En los supermercados abundan los productos de uso cotidiano que prometen ponerte a salvo de los gérmenes y te ilusionan con un cuerpo, un hogar, un mundo libres de microbios. ¿Cuánto dinero gastamos para sentirnos –sólo sentirnos– más seguros?
Es extraño. En esta época en que la ecología es una religión de moda, nadie se preocupa por las bacterias, virus y hongos en vías de extinción. Pocos se preguntan por el terrible impacto ecológico de la enfermiza «asepsia universal». La naturaleza es sabia, pero también es cruel con los que comenten errores. Mientras el hombre –y sus medicamentos– se afana en desaparecer a los microorganismos más débiles, los más fuertes se adaptan o mutan a formas impredecibles que les permitirán sobrevivir y, de nuevo, relacionarse con el ser humano con la forma de nuevas y poderosas enfermedades. El miedo también fabrica monstruos.
El optimismo científico de los años sesenta y setenta, cuando se consideraba que la victoria humana contra los microbios estaba cerca, se esfumó. El resurgimiento de la peste y el cólera en el África, Asia y Latinoamérica; el aumento de la tuberculosis, la aparición del Sida y del virus Ébola, y la inminente epidemia mundial de gripe que nos espera; es decir, la enfermedad, ponen en evidencia la deuda de la ciencia y estimulan la paranoia haciendo que los ciudadanos –los consumidores de salud– se pregunten si las estrategias vigentes para combatir «el mal» son las adecuadas, o si el deseo de exterminar a los microbios es el camino conveniente. ¿Por qué consideramos que la supervivencia de las ballenas, los pingüinos y los osos panda es indispensable para mantener el equilibrio ecológico del planeta y, por otro lado, insistimos en esta guerra sin cuartel contra los microbios?
Según las evidencias (y ya es hora de confesar que soy médico), sólo habrá futuro si aprendemos a convivir con todas las especies del planeta. Y al pensar en «todas», por supuesto, tenemos que incluir al universo invisible e incomprendido de los microbios. Cuando el ser humano modere su terror a las infecciones quizá redescubra que la convivencia con algo de suciedad puede ser una vacuna eficaz y mucho más barata contra algunas enfermedades. Mientras tanto, lo más difícil será hallar una vacuna que proteja al mundo de la dañina egolatría humana.
3 comentarios:
Estoy de acuerdo: hay que convivir con algo de suciedad y con bacterias, porque ayudan a inmunizar. La asepsia extrema también mata. Samuel, ¿en todos los casos de infecciones virales, de gripas, hay que tomar antibióticos? Yo creo que no, porque acaban con los microorganismos nocivos y también con los otros. ¿O estoy equivocado? Intento tomar lo menos posible, pero ahora sí voy a necesitar alguno porque ando desde hace cinco días en cama, también con una gripa "la berraca". Je je. Me interesa saber tu opinión sobre los antibióticos.
Camilo:
Justo las infecciones virales respiratorias son las que nunca deben ser tratadas con antibióticos, pues estos actúan contra las bacterias y ahí no hay nada que hacer. A menos que se sobreinfecten con bacterias: mocos y secreciones verdes, fiebres muy altas, etc, etc. Hoy día en Bogotá tienen, supuestamente, restringida la venta libre de antibióticos, sólo lo hacen con fórmula médica. Así que si andas demasiado apestao te tocó ir al matasanos. Pero la verdad sea dicha, a la mayoría de las gripas uno sobrevive a pesar de los médicos. ¡Ja, ja, ja!
Amigo Samuel, tal vez cuando descubramos la manera de exterminar las epidemias mas grandes de la humanidad, como el hambre, el analfabetismo, la pobreza extrema, las desigualdad social, las guerras, el deseo de poder, el capitalismo, la indiferencia, la intolerancia, el desempleo, la corrupción, la indolencia, el congreso de Colombia, el gobierno de Uribe, las FARC, los Paramilitares, que hoy deja mas miseria y muerte que posiblemente las ocasionadas por aquellos virus, o microorganismos de la naturaleza, que nacen como respuesta a los estímulos de la inteligencia humana, de aquellos que busca enriquecerse sus riquezas a costo de la vida y de la destrucción de nuestro planeta….. Tal vez, logremos poner al servicio de la humanidad en y condiciones diferentes los descubrimientos para preservar la vida.
Por ahora Samuel, la receta de mi madre para esta gripa tan berraca, miel y limón caliente.
Un sobreviviente.
Félix cano.
Publicar un comentario