Juan Gabriel Vásquez
Yo nunca he pensado que leer literatura sea “bueno” en el sentido en que son buenas las verduras, por ejemplo, y no creo que la lectura de novelas, que para mí es un vicio y por lo tanto tiene algo de irracional, deba ser obligatoria para nadie; y sin embargo, sí creo que un lector, alguien que dedica su atención con cierta constancia a los buenos libros, tiene mejores posibilidades de entender el mundo y por lo tanto de vivir un poco mejor en él. Por eso no puedo tomarme esas iniciativas con cinismo: está muy bien que se hagan, y está muy bien que el dinero público se gaste en poner a cuanta gente sea posible en contacto con cuantos libros sea posible. Pero nunca dejará de parecerme raro, o por lo menos paradójico, que la lectura sea tema de preocupación institucional o estatal, porque para mí un lector de verdad, un lector enviciado, guarda en el fondo a un antisocial.
El lector de ficciones ya es en sí mismo un inconforme y un rebelde, creo yo, alguien que no se siente satisfecho con el mundo o con la vida que le han tocado en suerte, y busca en las novelas vivir otras vidas, estar en otros mundos. Luego, en función del grado de sofisticación, cada uno perseguirá otros placeres, hasta llegar a lo que Nabokov llamaba dicha estética; pero la experiencia indirecta y vicaria de vidas que no son las nuestras sigue siendo y será siempre la principal razón por la cual la gran mayoría de la gente lee novelas. Es por eso que las religiones han desconfiado siempre de las novelas: las religiones ofrecen la respuesta para todo, quieren ofrecer una vida plena y perfecta, y un lector de ficciones es un escéptico. Y hay sobre todo una prueba incontrovertible de su escepticismo social: el lector moderno es, casi por definición, alguien que está solo.
Eso, por supuesto, no está bien visto, nunca lo ha estado. La lectura en soledad llevó a Alonso Quijano a la locura y a Emma Bovary a la infidelidad y a la deuda y al suicidio, y cuando Hamlet aparece fingiendo locura por primera vez, lo que hace es pasearse solo con un libro, y su madre exclama al verlo: “El pobre infeliz viene leyendo”. El lector es alguien que declara con culpa o sin ella que prefiere la soledad a la compañía, por lo menos durante una buena parte de su tiempo, y no sólo la soledad, sino el silencio; y nuestras sociedades, aparte de mirar al solitario con desconfianza, son enemigas a muerte del silencio, tratan de eliminarlo de todas partes, y ya es virtualmente imposible encontrar un espacio público donde no esté sonando a todas horas una música imbécil que no existe para ser escuchada sino, precisamente, para que no nos incomode su ausencia.
Creo que fue Pascal quien dijo que la felicidad de las personas importantes se debe a contar siempre con una multitud que los entretenga: quienes rodean a un rey se preocupan de que no esté nunca solo, no vaya a ser que se ponga a pensar sobre sí mismo. En las sociedades contemporáneas, empeñadas en tratar a cada ciudadano como uno de esos reyes, la lectura es un acto de disidencia. Y la disidencia, en estos días que nos han tocado, no tiene buena prensa.
Juan Gabriel Vásquez. El Espectador. Domingo 8 de noviembre de 2008.
3 comentarios:
¡Arriba los disidentes!
La única columna de Vasquez que no me ha gustado es la última sobre las mentiras de Bush. Esta que ud. fusila aquí es bastante buena, y me encantó el fotomontaje con que la ilustra.
Olvidé mencionar que por el artículo de Vasquez sobre el cuento, fusilado por Samuel en julio, conocí a Tobías Wolff, un excelentísimo cuentista; no dejen de leer De Regreso al Mundo. Todavía no he podido conseguir En el Jardín de los Mártires Americanos, dicen que es mejor que el primero que mencioné, así las cosas debe estar -espero- a la altura de los de Carver.
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