jueves, 18 de diciembre de 2008

La ruta de la Estrella polar (1 de 3)


–Son mil quinientos pesos –le dice el dueño mientras recoge la botella vacía de la mesa–. Hoy cerramos temprano.
Gaspar apaga la vela que se consume en el centro de la mesa, cierra el libro en edición pirata que lleva leyendo seis meses y lo guarda en su morral, junto a una varita de incienso que compró para aliviar el olor a humedad de la habitación en que vive. Se pone el viejo saco de lana virgen que heredó de su papá, paga la única cerveza que se tomó en las tres horas que estuvo en el bar, camina hasta la carrera once y se sienta en el paradero frente al centro comercial Granahorrar.
Sin hacerle ninguna señal, una buseta blanca, adornada con luces doradas intermitentes en los bordes, se detiene y abre la puerta. Gaspar, mira a los lados y verifica que está solo. Se sube sin conocer la ruta. Pasa la registradora, saca del bolsillo mil cincuenta pesos y los deja sobre la bandeja que comunica con la cabina blindada del conductor. El único pasajero es un hombre obeso, barbudo y canoso que duerme en el asiento de atrás con la cabeza apoyada en la ventana y que lleva en una mano una botella de Vodka. Gaspar se sienta en la primera fila junto a la puerta abierta, le agrada sentir el aire frío de la noche en las orejas.
El vehículo sigue por la once sin frenar en las esquinas dónde los semáforos titilan en amarillo. En la sesenta y cuatro dobla la esquina para coger la trece y continuar hacia el sur. “hoy, en la casa de mi tía, habrán matado marrano y mañana desayunarán tamales” piensa Gaspar, mientras mira por la ventana. En Chapinero no hay nada abierto, ni siquiera se ven los habituales porteros, con traje de botones dorados y gorra militar, que custodian la entrada de las tabernas lóbregas de la zona.
Dos cuadras después de los puentes de la veintiséis la buseta se detiene y sube una mujer. Ella deposita las monedas en la bandeja, pasa la registradora y se sienta en la misma fila de Gaspar al otro lado del pasillo.
–Es tan amable y me dice la hora –le habla la mujer.
–No tengo reloj –le muestra Gaspar su muñeca desnuda y aprovecha para espiar las piernas gruesas, negras y brillantes que se escapan de la corta minifalda–, pero creo que serán por ahí las once.
–Gracias –Se saborea sus labios gruesos–. Es mercancía barata pero de buena calidad.
–¿Disculpe?
–¡Disculpe qué! Si no estuviera tan mamada haríamos negocio. Soy la única boba que trabaja una noche así. Mire –Señala la calle con la larga uña roja del dedo índice–, hoy no hay ni putas, ni clientes.
En las calles sólo se ve la basura de los andenes y, en la esquina de la trece con veinte, un par de bultos dormidos y sucios.
Cuando el carro voltea hacia el oriente, la iluminación de la avenida diecinueve resalta el escote que contiene el busto grande y apretado de la mujer. Gaspar lo observa y levanta la ceja derecha. Sonríe.
–Buena calidad. Tetas completamente naturales –Ríe mientras las sopesa con las manos.
–Se nota. Son muy lindas.
–Muchas gracias, caballero –Suelta una carcajada y saca de su bolso una caja de aguardiente Néctar–. ¿Se toma uno? No es Blanco del Valle, pero hágale.
–Bueno –Acepta Gaspar sonriente y bebe un trago largo–. Apenas para el frío.
Ella toma también y empieza a cantar el vallenato que suena en la radio. Cuando entona el coro, aprieta los ojos y les exprime un par de lágrimas que humedecen su oscuro rostro y derriten su maquillaje.
–Qué mierda tan triste –afirma ella cuando acaba la canción y toma un nuevo sorbo–. Me llamo Hermelinda Merchán, pero mi nombre artístico es Linda ¿y usted? –pregunta mientras le entrega la caja.
–Gaspar, y no tengo nombre artístico –responde él y bebe.
Van por la carrera quinta, acaban de cruzar la avenida Jiménez y se hunden en el corazón de La Candelaria.
Gaspar estira la mano para despedirse:
–Hasta luego. Me bajo en la esquina.
–¿Vive por acá? –le pregunta ella.
–No, estoy buscando algún chuzo abierto para tomarme un trago hasta que pase toda la algarabía.
–¿Por qué no se va, como todo el mundo, para su casa?
–Porque están muy lejos, en Chiscas. Aquí sólo estoy estudiando.
–¿Chiscas? ¿En dónde queda esa mierda?
–Al norte de Boyacá.
–Grave, lo veo mal –opina Hermelinda y se muerde el labio inferior–. A esta hora no va a encontrar nada, todos los negocios están cerrados. No le digo que yo estaba intentando trabajar y no se pudo.
–Tiene razón, pero no quiero llegar a la pensión dónde vivo.
–¡Camine conmigo! lo invito a que celebremos juntos nuestras amarguras. Yo vivo aquí cerca, en Belén. Nos terminamos está de aguardiente y hablamos mierda. No quería estar acompañada, estas noches me deprimen, pero usted me cayó bien… Eso sí: sanos, vamos como amigos. Ni se haga ilusiones de que se lo voy a dar así de fácil. Una cosa es el trabajo y otra la amistad.
–¡Listo! Me gusta la idea de amigos porque de negocios, ni hablar: las monedas que tengo no alcanzarían para pagar una presa tan buena.
–Ahorre mijo y verá que un día de estos le hago una rebaja –dice Hermelinda y le da una palmada sobre el muslo.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

muy bueno, Sami!

como el comienzo de algo que se está macerando, no?

aunque tampoco lo sabemos. Luego de una primera noche con alguien siempre algo acaba de empezar o acaba de terminar.
espero, para tu texto, que sea lo primero, claro.
besos y nos vemos pronto!
Caro

Samuel Andrés Arias dijo...

Caro:
Es la parte primera de tres. El próximo 22 la segunda tanda.

Un abrazo y te espero pronto en Colombia.

Pulgamamá dijo...

Trato de hacer comentarios inteligentes cuando leo tus cuentos pero no puedo, me convierto en una gruppie: adorooooooo como escribes. Deberías tener libros de libros de libros publicados, los leería todas las noches. Construyes unos personajes hermosos. Nunca me voy a olvidar del viejito del "Circundante mundo parquesino". Por cierto Hermelinda Merchán es un gran nombre, y un gran personaje, no deberías dejarlo morir en tres entregas. Bueno no sé, es sólo que quisiera saberle la vida y obra completa a Hermelinda Merchán. Sólo lei este, mañana leo los otros dos.
Un gran abrazo y lo mejor para 2009

Samuel Andrés Arias dijo...

Extranjera: gracias por tu espontáneo comentario. Sé que eres una muy buena lectora (y escritora) por eso los valoro tanto.
Un gran abrazo y ¡Feliz año nuevo!