martes, 23 de diciembre de 2008

La ruta de la Estrella polar (final)


–Llegamos –exclama José desde delante. Se baja y abre el portón. La Estrella Polar entra e ilumina en el fondo un catre en medio de herramientas y de repuestos viejos y grasientos. María está sobre él, semisentada, con las piernas flexionadas, y desnuda del abdomen hacia abajo.

–¡Se vino! –chilla la parturienta.

Ángel Gabriel se acerca y le coge la mano derecha.

–Dios te salve María…

–No se va a poner a rezar ahora, compadre –reclama José–. Suéltela y más bien me ayuda a pensar que hacemos para llevarla al hospital.

Hermelinda y Gaspar tienen que bajar la bicicleta para salir del carro.

–Pongan esa burra aquí al lado del catre –ordena José.

Un alarido de María despierta a Nicolás, quien desciende, se asoma y, al verla llorar, sudorosa, con su sexo sangrante y con las piernas bañadas en líquido amniótico, se le pasma la borrachera.

–¡Esa mujer se está muriendo, hagamos algo!

–Está pariendo, no se está muriendo –Le dice Hermelinda.

–El problema es que no tengo plata para llevarla al hospital –explica José.

-Vengan ­–los llama Nicolás al otro lado del catre–. Hagamos una vaca.

–Lo que teníamos se lo dimos a éste cuando nos atracó –señala Gaspar a José.

–El producido del día lo entregué a las diez y ustedes fueron los únicos pasajeros que tuve después –contesta Ángel Gabriel–. Tengo esto: tres mil ciento cincuenta pesos.

Nicolás saca su billetera y la esculca.

–Pues yo tengo un billete de cinco mil y… una tarjeta de crédito de oro, una Gold Master Card ¿la recibirán en el hospital?

–¡Dejen de hablar mierda y ayúdenme! –alega María.

–Está mujer ya no aguanta –indica Hermelinda–. Tranquila María, yo no he parido, pero a tres de mis hermanitos los he visto llegar al mundo.

La negra saca del bolso un frasquito de aceite mineral con esencias florales, se lo soba en las manos y le palpa en el vientre a María.

–Huele bueno cierto. No imaginan los usos que le doy en mi trabajo –comenta la negra–. La criatura está bien acomodada, yo creo que es un machito.

Ahora se baña las manos con aguardiente, se las seca con un pañuelo blanco que le alcanza Nicolás y hunde su mano en los genitales de María.

–Este pelao ya está aquí. María, cuando sienta el dolor, puje, mija, puje como si fuera a cagar.

María afirma con la cabeza y dice:

–Ya viene el dolor, ahí viene…

–Puje, María, puje… eso, eso, así, tranquila que eso siempre pasa, con la cagada viene el bebé. Ánimo, puje, puje… muy bien, ya casi… ¿Ya pasó?, descanse, respire profundo, así, así… En la próxima sí lo sacamos.

María, por primera vez en esa noche, sonríe.

–Gracias…

–Hermelinda, mami, yo me llamo Hermelinda Merchán –se presenta la negra mientras le frota aceite en la barriga–, el que está prendiendo la varita de incienso, para ahuyentar el olor de tu cagada, es Gaspar, y el viejito borracho del oro plástico es Nicolás.

–Hermelinda, viene otra vez. José, papi, dame la mano.

–Eso maría, así, miren, ahí está, ahí viene la cabecita.

Afuera truenan los sonidos de la pólvora y las voces de fiesta en la calle. La alarma del reloj de Nicolás da las doce. “Que no se me olvide la pastilla de la tensión” piensa.

Bajo la luz de las farolas de la Estrella Polar, un niño untado de mantequilla materna y bañado en los jugos del vientre de María hace retumbar el taller con su llanto.

–¡Les dije que era un machito, carajo! –Hermelinda saca del bolso un cortaúñas, lo limpia con el cuncho que queda del aguardiente y le corta al bebé el cordón. Luego con un preservativo liga el ombligo.

Nicolás se quita el abrigo y se lo da a Hermelinda. Ella envuelve al niño en el fino paño inglés y lo pone sobre el pecho de María:

–Felicitaciones mamá y péguelo a la teta.

–Qué hermosura, si parece un ángel –dice María.

José mira por unos segundos a Ángel Gabriel, éste, ruborizado, eleva los hombros. José sonríe.

–Sí, es un ángel, mi amor –recalca el padre, besa los labios pálidos de su esposa y acaricia con timidez al bebé.

–¿Y cómo le van a poner? –pregunta Gaspar.

–Emmanuel –responde emocionado José.

–¡Qué va! Si hubiera sido niña se llamaría Epifanía, pero como es un varoncito se llamará Jesús –Replica María.

¡Feliz Navidad!

2 comentarios:

Anónimo dijo...

ta bueno, sami. sólo que --perdón, perdón: soy obsesiva y no puedo evitarlo-- fijate que al final tenés una rima involuntaria (epifanía y maría)

besote y ya nos estamos viendo!

Samuel Andrés Arias dijo...

¡Sí, Caro! Tienes razón. Pero con rima maluca y todo espero que te haya gustado.
Un abrazo y te espero en enero en Bogotá.