sábado, 21 de febrero de 2009

A juicio: La enfermedad de Alberto Barrera Tyszka



La evidencia


Desde que la enfermedad se instaló entre ambos, la relación se les ha vuelto menos fluida, más áspera y difícil. Ahora son un trío. Siempre hay un peso invisible entre los dos. Son padre e hijo, y uno más otro, una tercera fuerza innombrable, que jamás los deja a solas. Pasan mucho más tiempo juntos, pero esa cantidad de tiempo es diferente. Hablan cada vez menos. Los dos lo saben, lo sienten, pero no saben cómo expresarlo, qué hacer. Quzás, incluso, ambos desearían apartarse, salir corriendo, no verse. Pero tampoco se atreven a hacerlo. No soportan que así sea su despedida, aunque no tienen otra opción. En más de un sentido, se trata de un fatal lugar común: no tienen otro remedio.

Andrés lo acompaña a las sesiones de quimioterapia, trata de estar con él en el apartamento, después de las cuatro de la tarde, cuando Merny ya se ha ido. Ella finalmente ha accedido a quedarse todos los días en el apartamento de su padre, aunque a veces pareciera no desear involucrarse demasiado. Andrés piensa que tan sólo se protege, que no desea que el viejo Miranda sea también su muerto. Quizás es eso, también, parte de los que a todos nos pasa: la certeza de una muerte cercana produce otras formas de vida.

Los niños también saben que algo ocurre. Tal vez no intuyen bien de qué se trata, pero lo saben. No sólo es la palidez del abuelo, va más allá de la caída de su cabello o de esa floja tristeza que parece haberse sentado en sus ojos. Detrás del pacto de los adultos, hay algo que ni siquiera la apariencia clínica puede esconder. Es una sensación difícil de precisar, escasamente palpable, pero a la vez inocultable. Está ahí. Es una violencia administrada, domesticada, pero no por eso sometida, vencida. Sigue siendo una violencia brutal. Ante los ojos de todos, hay una vida que está siendo arrasada, arrebatada, sin miramientos. Hay mucha gasa, mucha limpieza, mucho personal calificado…, pero no hay ninguna piedad. Es un crimen con demasiados testigos, un crimen legítimo, un crimen que nadie puede detener. (…)

Philiph Toledano - Days whit my father


Andrés pasea por su nostalgia. Tampoco a esa edad, cuando no alcanzaba todavía los quince, soñaba con ser médico. Si le tocara precisar cuando y cómo decidió estudiar medicina, tendría que pensarlo por un largo rato. La gente ve en la enfermedad una señal definitiva: el cuerpo dentro del cuerpo, una señal que perturba pero que también da asco. Por eso suele pensarse que la medicina es una vocación terca, contumaz, de una pureza casi genética: se nace médico, se nace sin miedo a asomarse al interior de otros cuerpos, se nace con una fuerza capaz de mirar de frente otras sangres.

Pero Andrés siente que ese no es su caso. Piensa que, en él, la medicina más que una vocación fue en principio una curiosidad. Nunca ha podido sentir que ser doctor es una variante de ser misionero, un designio casi religioso, un voluntariado que se mueve por caridad, por el ideal de vivir salvando a los demás. La medicina no es una cualidad del ser humano, no es una virtud.


Alberto Barrera Tyszka. La enfermedad. Anagrama. Barcelona, 2006.


La defensa


Este es uno de los libros que tiene una contraportada que realmente invita a leer:

“Ernesto Durán sabe que está enfermo. Aunque los resultados clínicos digan lo contrario, desde que se ha separado de su mujer y vive solo, padece todos los síntomas de un mal que, según sospecha, puede ser mortal. (…) No es un caso de simple hipocondría. Su obsesión va más allá: tiene la certeza de que sólo hay un médico que puede salvarlo. Pero el elegido: el doctor Javier Miranda, en esos mismos momentos, se enfrenta a una tragedia personal: un diagnóstico irrefutable que señala que su padre, que lo crió solo desde que murió su madre, cuando era un niño, y al que está muy unido, tiene cáncer, y le quedan pocas semanas por vivir”.

Este librito, de escasas 168 páginas fue merecedor del Premio Herralde de Novela en 2006. Pero su mérito va más allá de haber recibido un galardón. Esta obra logra exponer el drama de vivir, no solo enfermo, de vivir a secas. Al fin y al cabo, la vida es una enfermedad de transmisión sexual que termina irremediablemente en la muerte. Los afectos, el dolor, la angustia, el amor, la nostalgia tienen su dosis mesurada, pero contundente, en esta novela. Por otra parte, el tratamiento del lenguaje es muy bueno. Frases cortas y sencillas, pero llenas de fuerza y contenido, le dan agilidad a la narración sin que pierda profundidad.

Otro aspecto que me gustó es que, sin ser un pasquín, controvierte muchos de los mitos de la medicina, del actuar médico y de una enfermedad tan, pero tan llena de mitos y metáforas (como diría Susan Sontag) como es el cáncer.


La fiscalía


Contra la novela no tengo nada que decir. Mi queja, esta vez es por la baja divulgación que tenemos en Colombia de la literatura venezolana. Cuando terminé de leer la novela caí en cuenta que la última obra que había leído de ese país fue Doña Bárbara en el colegio hace más de 20 años. Tan cerca y tan lejos.

Hace unos días, en San Librario, Álvaro Castillo (el mejor librero de esta ciudad) me vendió Las voces secretas, una antología del cuento venezolano compilada por Antonio López Ortega y que reuné textos de autores venezolanos nacidos entre 1960 y 1970 (ni tan niños como los de Bogotá 39 ni antiquísimos como Rómulo Gallegos). Lo leeré y pronto lo llevaré a juicio.


Veredicto


Si no lo han hecho, los invito a leerla; si ya lo hicieron, comenten cuál es su opinión de La enfermedad.


Comuníquese y cúmplase

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Sabía del premio, pero no de la novela, que viniendo de otro médico, es saludable el juicio. Y Doña Bárbara está cumpliendo años, entre otras cosas. Isaías

milserifas dijo...

Cuando la leí (y me gustó mucho), anoté esto: "La enfermedad es una equivocación, un horror burocrático de la naturaleza, una falta absoluta de eficiencia. Todo el mundo desea una muerte más eficaz, que dure un segundo, que sea tan sorpresiva como letal. Es un anhelo profundo, forma parte de la condición humana. Es casi una utopía: morir de pronto." (p.118)

Samuel Andrés Arias dijo...

Isaías: Lo mejor es que Alberto Barrera no es médico, lo es su personaje; pero logra plasmar muy bien los conflictos de la profesión. Vale la pena leerla.

Milserifas: Fue muy difícil seleccionar el fragmento para la "evidencia", porque el libro está lleno de perlitas. Hace unas semanas Martín Franco dejo esta en su blog Matamoscas (http://matamoscasdos.blogspot.com/ ): "¿Por qué nos cuesta tanto aceptar que la vida es una casualidad?"

Martín Franco Vélez dijo...

De ese bello -bellísimo- libro que es La Enfermedad, hay muchas frases para subrayar, Samuel. Una más, para seguir por la línea de Milserifas: “La muerte es preferible al dolor. La enfermedad es un peaje amargo, una alcabala, tan caprichosa, capaz de convertir a la muerte en el objeto de todos los últimos deseos”.

Pulgamamá dijo...

Sabes Samuel que yo empecé a leerme La Enfermedad pero lo tuve que dejar porque empecé a sentirme enferma. Lo mismo me pasó con Infórme Médico de Vicente Lecuna Torres, que si no lo has leído deberías buscarlo porque está escrito por un médico. Te va a gustar.
Abrazos