domingo, 1 de febrero de 2009

A juicio: Primero estaba el mar de Tomás González


La evidencia


Eran cuatro calles, no más de cincuenta casas y no mucho más de quinientos habitantes. Una amplia faja de playa pública; allí estaban las rastras de madera que J. había visto desde lejos y allí estaban las canoas varadas. Había también un camión viejo que seguramente acababa de llegar, pués él no lo había visto. Éste y otro esperpento similar eran los dos únicos automotores de la región. Tenía aspecto de haber participado en alguna evacuación, invasión o matanza. Sus gruesas latas, atacadas despiadadamente por el oxido –puertas con boquetes, guardabarros roídos­­– habían sido pintadas recientemente en rojo vivo, a brocha. Su aíre guerrero y agresivo cubierto por aquella pintura alegre le daba una apariencia fantástica. “Así reformamos en el trópico las grisuras que nos mandan de los países desarrollados de mierda”, pensó J.

Había gente parada al lado del camión esperando que lo terminaran de cargar para montarse. Otras estaban de pie en las puertas de las tiendas, tomando cerveza. J. soportaba las miradas en su nuca con serenidad y cierto orgullo. Algunos niños lo miraban abiertamente.

—¿Qué miras? —le preguntó a uno de ellos.

El negrito le contestó con una sonrisa que J. le devolvió de un modo ubicuo y rápido que al niño pareció gustarle.

Compraron el mercado en la más grande de las tiendas, local largo con estanterías en madera que lo recorrían de un extremo a otro repletas de productos. Se sentía olor a plásticos y cueros. La atendía su dueño, hombre joven, blanco-amarillento, flaco de espaldas y protuberante de barriga, que se arremangaba la camiseta hasta el esternón para aliviarse del calor húmedo y quieto que agobiaba el aíre de la tienda. Se llamaba Juan y tenía fama de comprar cosas robadas. A J. le pareció cínico y servil. Le ayudaba su mujer, obesa, somnolienta, orgullosa, morena clara, de unos treinta años y rasgos faciales muy hermosos. Daba la impresión de exhalar un hálito sensual parecido a las emanaciones de un pantano en germinación.

Como Gilberto era muy hábil en lo del mercado, J. sólo alcanzó a tomarse cuatro cervezas antes que las bestias estuvieran cargadas con los bultos. Los precios se le hicieron escandalosamente caros. Fue tal vez entonces cuando pensó por vez primera montar él mismo una tienda en la finca.

Tomás González. Primero estaba el mar. Bogotá: La otra Orilla - Norma; 2009. pp. 40-41.



La defensa


Varios amigos me habían hablado muy bien de Tomás González y de esta novela. Para muchos su mejor obra. La revista Pie de página hizo un especial sobre él en 2006 y lo tituló: "Tomás González, el secreto mejor guardado de la literatura colombiana", luego fue la Feria del Libro y decidí comprar la novelita. La tenía en remojo desde entonces hasta que escuché en estos días a Antonio García en una entrevista en TV diciendo que ese sería el libro que se llevaría al diluvio (o algo así en respuesta a la estúpida pregunta que siempre hace la directora del noticiero RCN). Llegó el momento. Lo saqué de mi biblioteca y leí con decreciente interés sus 125 páginas… Me muerdo la lengua, aún no puedo decir nada porque este es el espacio de la defensa y como soy incapaz de hacerla prefiero cederle el turno a Jorge Orlando Melo, uno de los intelectuales más reconocidos de este país, con el texto que está incluido en la revista que ya mencioné:

«El personaje de Primero estaba el mar , “literato, anarquista, izquierdista, negociante, colono, hippie y bohemio”, rehuye el intelectualismo progresista y fatigado del Medellín de 1975 para irse con Elena a buscar la vida “de carne y hueso” en un ambiguo intento empresarial en Urabá: abrir una finca, destruir y producir en contacto con la naturaleza, son actos que en cierto modo expresan un rechazo más vivido que político a la sociedad burguesa. Pero si el capitalismo sin aliento de Medellín tiene mucho de selva, la vida en Urabá, con la abrumadora presencia del mar y la lluvia resulta, con todo y su belleza, inesperadamente agresiva. Una sucesión de pequeñas batallas y derrotas va ahogando la confianza de J., mientras que la empresa agraria adquiere caracteres cada vez más delirantes, y la vida, los afectos, su vida con Elena, las relaciones con amigos o empleados, caen bajo una lógica siniestra que conduce a la inevitable catástrofe final. La prosa sobria, con un ritmo y una imaginería controlados y tensos, a la que no sobra un adjetivo, una frase, un parágrafo, refiere una inexorable tragedia que se va desplegando, gesto a gesto, en todos los actos y en cada una de las imágenes que presenta. El diálogo escueto, duro y absolutamente verosímil, la descripción segura de un paisaje y una naturaleza que afectan a los personajes, la firmeza de los trazos que pintan a los protagonistas y sus relaciones, la irrupción soterrada o abierta de la violencia, son elementos que dan a esta obra la perfección, el dramatismo y la inevitabilidad de una sonata clásica».



La fiscalía


Lo lamento, pero la novelita no me gusto ni poquito. Sí, estoy en contravía de muchos críticos reconocidos de esta patria culta, pero no, qué le vamos a hacer.

Comparto con varias reseñas que el argumento promete, que la historia del animal urbano que se exilia en el campo y que en medio de las alegrías e infortunios de la vida cotidiana fracasa es tentadora y podría haber sido una buena novela ¿o un buen cuento? Sí, me parece que el libro es un cuento alargado y malogrado o el borrador de una gran novela, pero se quedó a mitad de camino entre las dos opciones.

El autor elije narrar a través de una tercera persona que lo cuenta todo y le tapa la boca y restringe los pensamientos de los personajes. Apenas les da voz para pendejadas como la de la “grisura” del camión o para otras perlas fofas que son para Jorge Orlando Melo diálogo escueto, duro y absolutamente verosímil”. ¡Mentira! No son diálogos verosímiles porque prácticamente no hay, el narrador se encarga de callar a los personajes, de contarlo todo, a veces con unas pretensiones poéticas, algunas bien logradas, pero otras con una prosa descuidada (dos “estaban” y tres “había”, dos de ellos parte de “había visto” en las escasas primeras 50 palabras del texto trascrito). Es cierto que no le sobran adjetivos, ¡le faltan! Algunas descripciones son tan esquemáticas, que me sacaron de la historia, parecían un paréntesis, un pie de página; no estaban presentadas como ambientación de la escena sino como sucinta descripción. ¿Han leído el inventario de una oficina?... ahí tienen.

A veces el texto parece resucitar cuando el narrador cede para que el diario de J., el protagonista, cuente; allí al fin podemos escuchar con honestidad al personaje, al fin podemos comprender un poco lo que siente y piensa sin que el narrador lo parafraseé. Pero son solo fragmentos, palomitas breves.

La historia tiene algunos puntos de gran tensión dramática que el autor desperdicia. Me gustó que la tensión derivara de situaciones cotidianas, nada extraordinarias, pero es un desperdicio contarlas de afán, dejar que el narrador las mencione sin dejar que los personajes que participan en el conflicto actúen, vivan. No. La elección del autor es silenciarlos.



Veredicto


Pues tú verás. Hay quienes se explayan en elogios con Tomás González y su obra. Yo por lo pronto lo pensaré dos veces antes de volverlo a leer. Por ahora prefiero que el secreto mejor guardado de la literatura colombiana siga oculto para mí.



Comuniquese y cúmplase

Foto de Peter Schultze-Kraft

8 comentarios:

Martín Franco Vélez dijo...

Parece que con Tomás González sólo hay dos opciones: amarlo u odiarlo. Yo me pongo en el primer grupo, pues a pesar de las reseñas desfavorables me gusta un montón su prosa. Sobre todo esta novela. Pero así como vos, Samuel, conozco a varios que no quieren seguir develando "el secreto mejor guardado". Yo sí. Además Tomás no se cree el cuento del escritor y prefiere evitar cocteles y encuentros literarios para seguir escribiendo. Otros, como el tal Iván Thays, deberían dejar esa pose tan jarta y dedicarse a su profesión. Guácala.

Esteban Dublín dijo...

Yo aún no entro en ninguno de los dos grupos. Pero debo decir que La historia de Horacio era el mejor sonmífero en mis noches de insomnio. Sin embargo, Creo que voy a darle otra oportunidad.

Unknown dijo...

Leí esta novela hace muchos años en una edición del Goce Pagano y creo, que también una de la Universidad de Antioquia. Me gustó, recuerdo. Me pareció una prosa elegante que dejaba entrever a un gran narrador sin pretensiones garciamariquianas. Siempre me ha llamado la atención este tipo de historias de seres urbanos que se sumergen en la naturaleza virgen. Como La Vorágine o Cuatro años a bordo. tendría que volverla a leer pero creo que este escritor es serio y ha dejado de lado tanta farándula como muchos e los nuevos.

Samuel Andrés Arias dijo...

Martín, Esteban y Mauricio: ante las dudas decidí darle una nueva oportunidad con su colección de cuentos: El rey de Honka Monka, un par de lectores de este blog (de los que comentan por e-mail o charlando, pero ni de vainas en el blog) me lo recomendaron. Vamos a ver.
Lo otro es que independiente de que un escritor sea una vedette o un ermitaño, lo que vale es que escriba bien. En los dos grupos hay buenos y malos escritores.

Camilo Jiménez dijo...

Esta fue la primera novela que leí de González y me gustó mucho. No sé, vi en J. a un montón de amigos o conocidos que se fueron para Capurganá, Necoclí y otros lugares parecidos a colonizar con la disculpa de medio componer sus vidas, enguayabaos de la fiesta hippie. Y Tomás González logró retratarlos bien.

Seguí con El rey del HOnka Monka y también me gustó: unas historias tropicales, desbordadas, medio pantagruélicas en el estilo contenido del autor; una especie de corto circuito entre la forma y el contenido: a veces pareciera no que estaba contando una historia, sino que estaba haciendo un reporte de ella. Por supuesto, en el volumen hay unos cuentos mejores que otros, pero en general se salva por mucho.

La tercera que leí me decepcionó bastante, Los caballitos del diablo. Los tomasgonzalistas dicen que es la más floja, efectivamente. Yo lo voy a seguir leyendo. Igual para lo que están publicando tantos autores colombianos... creo que un mal Tomás González es Nabokov al lado de un "buen" Efraím medina.

yacasinosoynadie dijo...

Jajajajajajajajajajajajajajajaj buena comparación la de Camilo. Yo tengo que ponerme de lado de quienes lo aman, aunque lo único que he leído de él es Primero Estaba el Mar y El Rey del Honka Monka… A mi se me hace una prosa riquísima de leer.

Manolo C dijo...

impresionante analisis!!

Unknown dijo...

Hola a todos. Bueno, luego de muucho tiempo, veo que sus comentarios son de años atrás. Hoy, ad portas de comenzar el 2015 he leído 3 obras de Tomás: La Luz Dificil, Temporal y Primero Estaba el Mar. Las tres me dejaron fascinado, en especial La Luz Difícil.

Tomás es un autor conciso y envolvente, sin duda conincido con Samuel cuando aparece la carta a mitad de Primero Estaba el Mar, fue un bache dentro de una buena historia; J. es un personaje más común de lo que parece, al igual que Elena, Gilberto y hasta Octavio, muy naturales, me quedo en el bando que quiere a Tomás y sin duda leeré El rey de Honka Monka.