martes, 28 de octubre de 2008

Alma de la Calle


No importa cuál sea su nombre de pila, para todos, para ella es Alma de la Calle. Dicen que desde hace años recorre el centro de la ciudad con su caja de lustrar botas. Tiene una larga lista de prestigiosos clientes y otros no tanto. Pero su pasión es la literatura.
La conocí en el Taller de Novela Ciudad de Bogotá. Estaba trabajando en una promisoria novela infantil: "Entre brincos y letras".
En el taller, los comentarios de Alma siempre eran espontáneos, muchas veces salidos de contexto, pero siempre honestos. Como buena escritora, tiene un amor propio grande y pronto sus conversaciones derivababan en alguna de sus tantas anécdotas como militante de la calle.
Aunque algunos les cueste creerlo es poeta de las que publican, pero como casi todos los de su especie, poco vende. Sus obras editadas recientes son: El hijo de la muerte, Observando el universo, 11 poesías para no morirse. ¡Vaya paradoja! ... para no morirse.
Hace unos días, Alma sufrió una enfermedad cerebrovascular. Dicen que es posible que no vuelva a escribir, incluso que no pueda volver a trabajar. El costo de su atención, por las buenas o por las malas, lo tiene que cubrir su asegurador o el Distrito (no es un asunto de caridad, esa es la ley), pero ella y su familia tienen que sobrevivir y su fuente de ingresos principal no son sus poemas, es su decorada caja de lustrar zapatos. La enfermedad no le permitirá volver a su oficio, al menos por un buen tiempo; y más que justo sería que su obra le ayudara a mantenerse en estos momentos.
Por eso los invito a comprar sus libros. Los interesados en los poemarios pueden llamar a Marcela Santos, su hija, al teléfono celular 310 8045452.

Para rematar les dejo la bella canción que Soraya le compuso a la valiente y querendona Alma de la Calle.

Se llama María, es abuela con nueve nietos
sin diploma, sin un centavo, se ganó el corazón de un pueblo
sin conocer a sus padres, sin abrazar a sus hermanos
cuando era niña la abandonaron y cayó en malas manos
sobre una cama de acero soñaba con los versos
que leía cada noche en las historias del Testamento

como una yegua sin riendas la quisieron amansar
sin pensar que este espíritu tenía que volar

yo soy Alma de la Calle
soy solo lo que soy
mi refugio son mis versos
el ritmo de la calle
es el latido de mi corazón
soy Alma de la Calle
esta es mi vida esta soy yo
soy Alma de la Calle
soy la voz que se escapó
soy la niña que creció en el alma de la calle

la vida le dió golpes y ella vida a sus hijas
con su amor les enseño ser fuertes y unidas
por las mañanas trabajaba frente a un centro de cultura
y por las noches se escapaba y hablaba con su musa

sin más que fe en su bolsillo flotaba en la emoción
sin saber que su poesía le iba dar tal ovación

yo soy Alma de la Calle...

humilde y sencilla nos narra sus pensamientos
con sus dedos manchados y el cansancio en sus huesos
nuestra María vive en miseria, nuestra María es poeta
nuestra María lustra botas sentada en su caja de madera

como un espejo sus palabras nos hacen apreciar
que hay belleza en todo y todos somos igual

jueves, 23 de octubre de 2008

Literatura felina: Hemingway

Esta nota de Mariana Enriquez fue publicado en Radar del dario Página 12 en agosto del año pasado. Creo que Hemingway estaría muy satisfecho si supiera quienes heredaron su propiedad en Key West.


En la década del ’30, un capitán de barco le regaló a Ernest Hemingway un gato, que se llamaba Snowball. No era un felino común: tenía polidactilia, es decir, más dedos que lo habitual en sus patas traseras y delanteras; a veces parecía estar usando mitones, porque sus “pulgares” estaban muy desarrollados. Hemingway llevó a Snowball a su casa de Key West, Florida, donde escribió Por quien doblan las campanas y varios cuentos clásicos, como “Las nieves del Kilimanjaro”. Y él mismo se sorprendió cuando Snowball fue padre de gatitos, y todos tenían dedos de más, a pesar de que la mamá gata era normal.
Hoy, la casa del escritor es la Ernest Hemingway Home and Museum, un museo que visitan 300 mil personas por año. Además de los objetos personales del escritor, alberga a unos 60 descendientes de Snowball, todos con polidactilia, todos hermosísimos, bautizados con nombres como Audrey Hepburn o Truman Capote. Están bien alimentados, tienen su propio veterinario que los visita una vez por semana, cada año se les dan las vacunas –se encarga de eso la clínica cercana All Animal– y todos los procedimientos rutinarios, como despulgarlos y desparasitarlos, se hacen en el museo. Eukanuba les dona comida orgánica, y los laboratorios Pfizer, medicamentos especiales para los parásitos. La gran mayoría está castrada, salvo un puñado elegido para reproducirse y continuar la dinastía. Los visitantes pueden acariciarlos y jugar con ellos, pero no alimentarlos porque su dieta está supervisada. En fin, que los gatos viven como reyes en la preciosa casa, disfrutando del clima tropical.
Pero este año estalló una disputa que los puso en peligro de encierro, e incluso de expulsión. Los administradores del museo están en disputa con el Departamento de Agricultura de Estados Unidos: el organismo del gobierno federal dice que los gatos están en “exhibición” y que el museo necesita una licencia especial para conservarlos, la misma que necesitan los circos y los zoológicos. El museo repuso que los gatos no actúan, ni están exhibidos; sencillamente viven ahí, son mascotas que le dan un atractivo particular al museo, pero no están obligados a hacer nada. El Departamento insistió en que deberían estar enjaulados cuando el museo se cierra –a las 5 de la tarde–; también trajo a colación una vieja ley del estado de Florida que prohíbe más de cuatro animales domésticos por casa. Por suerte, la Comisión Ciudadana de Key West intervino poco antes de que ocurriera el desalojo, y les concedió a los gatos una excepción salvadora: “Residen en la propiedad de la misma manera que lo hacían cuando vivía Hemingway. No son una exhibición del modo en que lo son los animales de un circo. La Comisión encuentra que la familia de gatos con polidactilia de Hemingway son animales de significancia histórica, social y turística”. Así, junto a los miles de visitantes y simpatizantes que desde que empezó este absurdo lío estuvieron haciendo campaña, los gatos ganaron y se pueden quedar en casa.

viernes, 17 de octubre de 2008

A juicio: Taller de novela Ciudad de Bogotá 2008













La evidencia


Cuenta la tradición oral que por allá en el 2006 comenzó como un taller de cuento. A finales de 2007 se convirtió, no sé muy bien cómo, en un taller de novela apoyado por El Ministerio de Cultura, la Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte de Bogotá y la Fundación Gilberto Álzate Avendaño.

Llegué en paracaídas. Una tarde de finales de febrero fui a visitar a Isaías Peña, «El Padrino» de los talleres literarios en Colombia, porque Carolina Sborovsky, una amiga argentina (excelente escritora, entre otros muchos atractivos), quería enredarse en alguno de los talleres que se ofrecen en Bogotá. Él nos contactó con Nahum Montt, director del taller de novela, quien nos aceptó sin ningún reparo.

Carolina fue a la primera sesión y no regresó, yo me quedé hasta el final, hasta su muerte, hasta la última sesión, que fue hace pocas semanas.

El blog, nunca actualizado, del taller dice:

El taller de novela está concebido como un espacio de reunión y diálogo donde los escritores rompen su aislamiento para hablar de sus obras y de otras obras. Un punto de encuentro donde se comparten preocupaciones comunes en torno a los oficios de leer y escribir novelas. Espacio donde se lee como escritor y se escribe, más allá de los criterios de una correcta redacción, haciendo énfasis en las intencionalidades comunicativas y en los rigores de la escritura con pretensiones estéticas. (…)
Dirigido a escritores que ya tienen un camino y un perfil ante la ficción novelesca. El taller pretende orientar sus procesos y acompañar sus búsquedas creativas a través de una interlocución, un diálogo productivo que abra horizontes y brinde las bases para superar la incertidumbre y la subjetividad de estos que se presentan en estos procesos. (…)
Nadie se hace novelista en un taller. En cambio, se pretende promover acciones que estimulen la escritura desde nuestra diversidad cultural y desarrollen la competencia comunicativa de sus participantes, acciones que puedan servir de punto de partida o de apoyo para cada proceso creativo.



La defensa


El taller era un espacio de puertas abiertas. Se acogía a quien quería llegar a él; tal vez porque, en esencia, Nahum es un tipo generoso.

Como en abril, Felipe, un nuevo integrante, se me acercó y me mostró la versión Disney de Baloo, el oso que crió y malcrió a Mowgli en El Libro de la selva. “Es igualito”, afirmó refiriendose al director del taller.

Sí, físicamente, Nahum es como Baloo: grande y voluminoso; pero también se parece en lo bonachón, buena vida y su muy grande generosidad. ¿Pero, que quiere decir “generoso”? Nahum es un buen maestro, no es celoso y michicato con sus conocimientos. Por el contrario los suelta sin más ni más. Pueda que sea desordenado y costeño de río, que a la final es lo mismo; pero al tipo no le duele dar todo lo que tiene como persona y como maestro. Eso es ser generoso.

Bien distinto a algunos de los escritores que nos visitaron. En este año fueron Jorge Franco, Sergio Álvarez, Mario Mendoza y otro que no recuerdo ni el nombre. Todos ellos, excepto Franco, tienen tan bien montado su personaje de sí mismos que le impide a cualquiera acceder al verdadero escritor que pudiera dar algún consejo honesto y real sobre el oficio. También nos visitó Conrado Zuluaga. Nada que decir, este decano de los editores colombianos está por encima del bien y del mal.

Si Nahum era Baloo, todos los participantes del taller éramos las distintas bestias de la jungla. Cada uno tenía una raya en el cerebro: Oscar Pantoja, que parecía un personaje freak más de alguna de sus propias novelas; Germán López, quien en una sesión envío a su doble para que lo disculpara pos su ausencia; Alejadra López, ser ruda para disimular la ternura; Alma de la Calle, “poeta de la calle” como ella se define y que espero (ruego a Dios) que se recupere de una grave enfermedad que la tiene en jaque; Álvaro Pardo, el humor más fino; Ubaldo y su síndrome de envejecimiento prematuro; Marcelo del Castillo, ser de ultratumba que si lo conociera Rubem Fonseca, lo haría personaje de su próxima novela; Gerardo, un buen lector que escudriña los textos como se debe arañar la tierra para arrancar una esmeralda; Susana, Susana, Susana… Catherine, Pacho, Martha, Mauricio y otros más que ahora no recuerdo; todos, todos compartíamos la misma ilusión de ser novelistas. Claro, unos con más certeza que esperanza, otros con más deseo que verdad.

Hubo ejercicios divertidos. El bueno, el malo y el feo: gozamos de lo lindo rajando de las obras que no hemos sido capaces de escribir; cine y literatura: ¿puede el cine dar herramientas para el proceso de creación literaria? ¡Ah, buenísimo! Pa’ qué, pero la pase muy bueno en el taller. ¡Lástima que se acabó!


La fiscalía

El taller no tenía estructura. Si bien la pretensión nunca fue la de un curso formal de “escriba una novela en diez lecciones”, se iba al otro extremo. En más de una ocasión me pregunté “esta vaina para dónde va”. Creo que nadie lo tenía claro, ni siquiera Nahum. ¿Y es que tenía que ir para algún lado? Es posible que no; pero si hablamos de que el taller era un espacio que debía ofrecer herramientas útiles para que cada uno, en su propio proceso, las aplicara en su proyecto narrativo, el taller se quedó corto.

Algunos de los textos que se trabajaron adolecían de algunos elementos formales básicos que hubiesen podido mejorar su calidad desde el inicio o durante el proceso y no después de tener un primer borrador. Con esas herramientas algunas de las primeras versiones hubiesen podido ser más pulidas, más claras, más cercanas a la obra final que a la caneca de basura.

Hubiese sido bonito: terminar de discutir Suspense de Patricia Highsmith, o Mientras Escribo de Stephen King; haber leído alguna buena novela y haberla disecado en su estructura narrativa entre todos… hubiese sido bonito.


Veredicto


Exonerado de toda culpa.

Estoy de acuerdo en que “nadie se hace novelista en un taller”… pero ayuda.

En mi caso, me estimuló para trabajar con disciplina la novela que estoy terminando y que llevaba rondando en mi cabeza una buena cantidad de tiempo.

Pero más allá de lo literario, o más bien, muy relacionado con lo literario (porque la literatura para mí es uno de los más grandes placeres de la vida), lo rescato como un espacio lúdico. Cada semana esperaba con ansiedad la llegada del sábado para ir a la biblioteca Virgilio Barco a aguantar frío y a divertirme con quienes comparten conmigo la —a veces ilusa— pretensión de ser novelistas.


Comuníquese y cúmplase


lunes, 13 de octubre de 2008

http://...Etiqueta Negra y El malpensante

Ya era hora, para ambas, ya era hora. La semana anterior, dos de las mejores revistas Latinoamericanas (tal vez, las mejores): Etiqueta Negra y El Malpensante, estrenaron página en internet.
¡Felicitaciones!

La página de El Malpensante es bonita, sobria, al fin vencieron el pánico a poner los artículos en texto completo, aunque no del todo, porque sino colgarían el número más reciente y no el anterior. Pero bueno, algo es algo. Permite navegar por ediciones anteriores y por los autores que han visitado las páginas de la revista en los últimos números.
¿Nada más?
Nada más.
¿Cuál es la ventaja de esta edición electrónica sobre la de papel que llega cada mes?
Ninguna.
Los muchos recursos que ofrece la web quedan desperdiciados. En esencia es una réplica de la revista en papel. Bueno, no hay que ser desagradecido, diría mi madre, entre ésto y el adefecio que tenían hace unos meses, pués cualquier cosa es cariño. Sin embargo, esperemos que las "sorpresas" por venir, realmente, sean novedosas.


En cambio Etiqueta Negra botó la casa por la ventana. Para quienes no vivimos en Perú es un inmenso regalo y, supongo, que para quienes viven allí, también, porque, además de replicar el contenido de la revista, ofrece más y juega con las muchas herramientas de internet: blogs, videos, fotografías, diferentes opciones de búsqueda y navegación.
Detalles tontos, pero que enamoran: en la página de inicio ponen una frase tomada de alguno de los artículos publicados, casi un aforismo, una frase que golpea o mata. Por ejemplo, hoy está Susan Sontag: "Bello ha pasado a significar 'apenas' bello: no existe un elogio más vulgar". Usted le da clic a la frase y lo lleva al artículo de donde provino.
La edición impresa de la revista la puede, textualmente, hojear, o si prefiere la descarga completa en pdf o también puede ver en formato HTML cada uno de los artículos por aparte.
Los blog pintan muy bien. Son cinco: uno está a cargo de los editores, otro lo tiene Juan Pablo Meneses y su insistente "periodismo portátil"; otro, Daniel Alarcón y de los dos restantes no conozco a sus autores.
¿Qué más regalos trae Etiqueta Negra? Enlaces a páginas de internet interesantes que se renuevan constantemente (sección "En la web"), "bájate el primer capítulo" que permite descargar la parte inicial de varios libros y una excelente sección de fotografía que se llama "portafolio".
Bueno, entren y esculquen por ustedes mismos. Seguramente la van a disfrutar.

domingo, 5 de octubre de 2008

A juicio: Los ejércitos de Evelio Rosero

La evidencia:

Vi al llegar que la verja en casa de Geraldina estaba cerrada, con cadena y candado, al igual que la puerta interior. La puerta de mi casa también: le habían puesto la aldaba, por dentro; en vano me puse a golpear, dando gritos para que abrieran. Me sobrecogió entender que si Otilia se encontraba dentro ya hubiese abierto, y preferí no entenderlo más. Era posible que, sencillamente no me escuchara. ¿Seguía todavía allí la hija de Sultana, o se había ido?
Oigo sollozos adentro.
—Soy yo, abre rápido.
Nadie responde.
En la esquina de la calle, no lejos de donde me encuentro —mi frente apoyada en la puerta, las manos levantadas contra la madera— aparece otro grupo de soldados, descubro, ladeando ligeramente la cara. Son siete, o diez, con uniforme de camuflaje, pero usan botas pantaneras, son guerrilleros. También me han visto reclinado a la puerta, y saben que los miro. Vienen hacia mí, creo, y entonces una descarga desde la esquina opuesta a ellos los sacude y acapara por completo su atención: corren hacia allá, encogidos, apuntando con sus fusiles, pero el último de ellos se detiene un segundo y durante ese mismo segundo me voltea a mirar como si quisiera decirme algo o como si me reconociera y empezara a preguntar si soy yo, pero no ha dicho una palabra, no habla, ¿me va a hablar?, distingo el rostro cetrino, joven, como entre niebla, los ojos dos carbones encendidos, se lleva la mano al cinturón y entonces me arroja, sin fuerza, en curva, algo así como una piedra. Una granada, Dios, me grito yo mismo, ¿voy a morir? Ambos vemos en suspenso el trayecto de la granada, que cae, rebota una vez y rueda igual que cualquier piedra a tres o cuatro metros de mi casa, sin estallar, precisamente entre la puerta de la casa de Geraldina y mi puerta, al filo del andén. El muchacho la contempla un instante, extasiado, y habla por fin, escucho su voz como un festejo en toda la calle: «Uy, qué suerte abuelo cómprese la lotería». Yo pienso ingenuamente que debo responder algo, y voy a decir sí, qué suerte, ¿no?, pero ya ha desaparecido.

Evelio Rosero. Los ejércitos. Tusquets. Barcelona, 2007.


La defensa:

La novela se defiende sola, como buena parte de las obras de Evelio Rosero (porque su autor, más allá de escribirlas no hace mucho por su defensa). Tiene a su favor haber ganado la segunda versión (con cara de primera, porque ésta quedó desierta) del Premio Tusquets en 2006. Un premio bien merecido. A primera vista podría verse como una novela más sobre el conflicto colombiano, no será la primera ni la última aunque mañana todos nos reconciliáramos como amiguitos; pero a diferencia de muchísimas otras, el núcleo de esta novela está en lo estético, es decir, aquí prima la belleza de lo literario sobre el horror de la historia que cuenta. Esto se ha olvidado en casi todas las obras recientes que se proponen narrar la violencia colombiana; creen que la crudeza del argumento hace innecesaria la búsqueda de salidas estéticas para narrar, por eso los diarios de ex -secuestrados, los sapos, las tetas y un buen montón más de obras, no trascienden de la anécdota y el testimonio y fracasan desde el arte, aunque sin duda, triunfan en ventas.

La fiscalía:

Está bien que Evelio Rosero deteste los lanzamientos, las entrevistas, los ágapes literarios y supuestamente intelectuales, pero que no haga mala cara en la foto del librito. Claro, puede replicar que no tiene otra, y es posible que tenga una incapacidad de sonreír ante una cámara porque no pude encontrar una foto donde lo haga, ni siquiera en sus novelas para niños. La verdad, yo creo que le iría mejor plagiando la imagen que ponen en las obras de Thomas Pynchon: un cuadro blanco marcado con una X. Por fortuna, esto no tiene que ver nada con lo literario, sino con su imagen como escritor, a Evelio Rosero poco le importa y a quienes admiramos su obra, tampoco.


Veredicto:

Sin duda, vale la pena leerlo.

Comuníquese y cúmplase

jueves, 2 de octubre de 2008

La mala salud del país más rico


Ayer leí un buen reportaje de Elizabeth Gudrais publicado en Harvard Magazine en el mes de julio. Cae como anillo al dedo para la situación crític
a que vive la economía gringa, donde los platos rotos los seguiran pagando los mismos: los pobres. Por qué sí, en Estados Unidos hay pobres y cada día lo son más. Si la cosa es así con los gringos, ¿qué esperanza tenemos nosotros que pretendemos ser una imitación hechiza de su modelo?
Van algunos frangmentos del artículo en traducción criolla de Samuel. Lo pueden leer completo en Harvard Magazine.


América desigual


Elizabeth Gudrais


¿Qué piensa Majad Ezzati cuando la esperanza de vida disminuye en un país? Responde: “pienso en la epidemia del VIH o pienso en el colapso de un sistema social como en la antigua Unión Soviética”. Pero tal descenso pasa ahora mismo en algunas regiones de los Estados Unidos. Entre 1983 y 1999, la esperanza de vida en los hombres disminuyó en más de 50 condados, según un estudio realizado recientemente por Ezzati, profesor asociado de salud internacional de la Escuela de Salud Pública de Harvard. Para las mujeres las noticias son peores: la esperanza de vida disminuyó en más de 900 condados. Esto significa que el 4% de los hombres y el 19% de las mujeres americanas pueden esperar que sus vidas sean más cortas, o por lo menos iguales, que la gente de sus condados dos décadas antes.

Los Estados Unidos ya no se jactan de ser el país con la esperanza de vida más alta del mundo. Ni siquiera están en los primeros cuarenta. Dicho de otra forma, la nación más rica de la tierra no es la más saludable. El descubrimiento de Ezzati es inquietante, los científicos encuentran que la causa podría explicarse por los modelos de disparidades en salud: la mala salud no se distribuye homogéneamente en la población, se concentra en la gente pobre.

Las desigualdades en salud tienden a aumentar en la medida que aumenta la brecha en los ingresos: los pobres se hacen más pobres y mueren más pronto que los ricos. En los Estados Unidos, la brecha entre los ricos y pobres es mayor que en otras democracias desarrolladas, y cada día es más amplia (ver gráfico abajo). La verdad es que los Estados Unidos hace mucho menos que otros países para redistribuir equitativamente los ingresos entre ricos y pobres. El americano promedio tiene una tolerancia más alta por la desigualdad en el ingreso que sus equivalentes europeos. Las actitudes americanas se concentran en la igualdad de oportunidades, mientras los europeos se interesan también en la equidad de los resultados.



Entre americanos, las diferencias de opinión sobre la desigualdad pueden degenerar fácilmente en disputas partidistas sobre si la gente pobre merece ayuda y compasión o deberían sobreponerse a su situación por sus propios medios. Los estudios de las desigualdades sociales intentan probar sus efectos en la sociedad. Sus conclusiones le da la razón a las dos posiciones.

Los resultados de Ezzati son un ejemplo. También hay pruebas de que la vida en una sociedad con amplias disparidades –en salud, educación, riqueza– es muy mala para sus miembros. Las estadísticas de esperanza de vida lo insinúan: la gente en el extremo superior del espectro de ingresos en los Estados Unidos “vive un largo tiempo”, dice la profesora de política pública y epidemiología, Lisa Berkman, “pero la gente en el extremo superior de otros países vive mucho más”.

(…) La pregunta es: ¿es malo para la salud ser pobre? En los Estados Unidos las personas que están en el percentil 95 de ingresos tienen una esperanza de vida nueve años mayor que los que están por debajo del percentil 10. Los pobres tienen un mayor riesgo de desarrollar enfermedades como diabetes, hipertensión, infartos del corazón y cáncer. Hay pruebas que indican que la privación económica y social genera estrés y éste se relaciona con un mayor riesgo de enfermar.

(…) Ichiro Kawachi, profesor de epidemiología de Harvard, quien creció en Japón, cree que la cultura de consumo predominante de los Estados Unidos exacerba la privación económica relativa (la percepción de considerar que se necesita más y más y más). “Los japonenses tienen una cultura muy arraigada contra las demostraciones ostentosas de riqueza”, dice él; “yo, cuando era niño, crecí en un suburbio de Tokio y no era fácil distinguir, por un vestido o algo más, a los niños ricos de los pobres, ¡ahora, tráiganlos a América!