miércoles, 25 de marzo de 2009

El último refugio nazi


Para ser congruente con la crisis económica mundial he dejado morir mi suscripción a Gatopardo. Tengo todos los números desde el 0 hasta el 97 y decidí que si salía alguno nuevo especialmente coqueto la compraría al menudeo, pero no mantendría la suscripción. El rollo es que no he visto los dos útimos números en los puestos de revistas, aunque mejoraron mucho su página Web. Al parecer la revista también está siendo congruente con la crisis. Bueno, el caso es que mi despedida fue con ese buen número doble de diciembre que hasta ahora terminé de leer. Allí encontré esta maravillosa crónica de una buena amiga: Francisca Skoknic. La traje al Cuaderno porque además de tener un valor propio como documento periodístico y narrativo es una historia que invita a la ficción. El tema ya lo trabajó Marco Schwartz en El salmo de Kaplan que ganó el premio de novela La otra Orilla en 2005, pero la historia que cuenta Francisca es un muy buen guión para trabajar una divertida película o novela de suspence.


El último refugio Nazi

Francisca Skoknic

“¿Viene por lo de los judíos? ¡Me tienen hasta acá!”, exclama Iván Diharce llevándose la mano a la coronilla. A pesar del tono amenazante de su voz, lo que llama la atención en este hombre de 65 años es el escorpión rojo que lleva tatuado entre el pulgar y el índice de su mano izquierda. Desde el portal de su casa, Diharce eleva el tono: “¡Cuidado con los perros!, ¡esto es propiedad privada!”. Los perros sólo atinan a mover la cola, cuando se escucha: “Estoy cansado de que escriban mentiras”. Y con ademán enérgico señala el camino de salida.
Es un camino de tierra con pozas de agua el que rodea la casa de madera y cemento de Diharce. Lluvia, viento y frío en el invierno de Puerto Montt, la ciudad que a mil kilómetros al sur de Santiago marca el fin del trazado continental de la carretera Panamericana, la misma ruta sobre la que se levanta la casa de Diharce.
Pocos días antes de mi visita, en julio de este año, viajó desde Jerusalén hasta acá Efraim Zuroff, director en Israel del Centro Simon Wiesenthal. Lo acompañaba un séquito de periodistas de medios internacionales, como la BBC, Newsweek y Reuters. Al igual que lo fue Wiesenthal, Zuroff es un cazanazis y vino a Puerto Montt porque el suegro de Iván Diharce, Aribert Heim, es su presa mayor.
Heim desapareció hace más de cuarenta años, acusado de asesinar con atroces experimentos a cientos de prisioneros en el campo de concentración de Mauthausen (Austria), donde ejerció como médico durante la Segunda Guerra Mundial. En medio del conflicto bélico, en 1942, tuvo una hija natural con su novia Gertrud Böser. La niña nunca llevó el apellido paterno, sino el de su madre. Esa hija es Waltraut Böser, esposa del chileno Iván Diharce y a quien muchos conocen como Waltraut Diharce. La pareja tiene tres hijos: Natascha, Valentina e Iván.
Desde que en 2006 se supo de la existencia de esta familia descendiente de Heim en Chile gracias a las pesquisas de la justicia alemana, los nombres de Diharce y Böser saltaron a los diarios, pero descubrir sus vidas no es fácil, porque son muy pocas las personas que los conocen bien y menos las que están dispuestas hablar de ellos.

Lea el resto de la crónica en el sitio Web de Gatopardo.

1 comentario:

Samuel Andrés Arias dijo...

La historia continua: chateé hace un rato con Francisca y me contó que al parecer el tipejo murió en Egipto en 1996. En el siguiente enlace está en detalle el completo reportaje que hizo el NYT al respecto: http://www.nytimes.com/2009/02/05/world/africa/05nazi.html?_r=2&hp