Cuando iban a disparar, el condenado cayó al suelo. Después de un instante de silencio, un cabo, que hacía parte del pelotón, se acercó, lo ayudó a levantar y le preguntó desconcertado:
─¿Qué te pasa? ¿Qué tú quieres chico?
─Una hamburguesa de McDonald’s ─respondió suplicante y empapado en sudor, bajo el inclemente sol tropical del mediodía─. Con papas fritas y Coca-cola.
El cabo, confundido, lo dejó de nuevo contra el muro de fusilamiento y le comunicó la petición al sargento, quien de inmediato se lo dijo al capitán y éste al coronel y éste al general, quien, con el rostro constreñido, subió al balcón presidencial y se lo susurró al oído al comandante en jefe:
─El tipo quiere una hamburguesa de McDonald’s.
El viejo líder no respondió. Con su mano, arrugada y tersa, le hizo una seña al ministro de relaciones exteriores. Éste se acercó, lo escuchó y salió del lugar. La gente del común, el equipo de gobierno, el pelotón de fusilamiento y el prisionero tuvieron que esperar varias horas mientras el ministro se reunía con el encargado de la oficina de intereses norteamericanos y le hacía la solicitud. Tuvo que negociar arduamente para que el gobierno de los Estados Unidos aceptara exportar una hamburguesa para cumplir el último deseo de un condenado a muerte. Finalmente, un vuelo expreso, procedente de Miami, condujo hasta la vieja ciudad el encargo en una caja refractaria.
Al caer la tarde, apareció en el sitio de la ejecución un grupo de soldados con una mesa pequeña de madera, un taburete y un paquete amarillo que contenía una Big Mac, una porción de papas a la francesa y una Coca-cola dietética.
Le soltaron las manos. Se sentó y sin ninguna premura sacó los alimentos, los organizó en la mesa y dio el primer mordisco a la hamburguesa. Se tomó su tiempo con cada bocado, creyó percibir los esteroides suministrados al ganado en la delgada porción de carne y los preservantes de los pepinillos fermentados, todo apretado entre dos tajadas de pan hechas, ciento por ciento, con trigo transgénico. Tragó con dificultad las papas elásticas y disfrutó, a pesar del Nutrasweet, el suave escozor que las burbujas de Coca Cola hacían en su boca. Al terminar pensó satisfecho que ese era el sabor de la libertad por la que se hizo condenar. Tomó la servilleta marcada con dos arcos amarillos, se limpió los labios, se levantó y le dijo con una sonrisa complacida al viejo comandante que lo miraba desde la sombra de su balcón:
─Estoy listo.
Aunque eran ocho sus verdugos, sólo recibió tres impactos, uno en el pulmón derecho, otro en el muslo izquierdo y otro, el que lo liberó, en el ventrículo izquierdo del corazón.
Cuento publicado el domingo 9 de enero de 2005 en la revista Generación del periódico El Colombiano
3 comentarios:
Los esteroides de la carne, los preservantes de los pepinillos- ademàs fermentados- el trigo trasgénico del pan,las papas elààààsticas abonadas con agroquìmicos y fumigadas con MONTONES! de pesticidas, el nutraswet de la cocacola.....Nooooo!!!, pero para qué le disparaban?, qué crueldad! ese hombre ya estaba muerto- ò no!.
Martha: Si no lo mataba McDonald's, igual lo iba a matar el barbudo. Jejeje
Oíste, ya casi no me acordaba de este texto... de verdad que es muy gracioso y tiene una pizca de ironía bastante ácida,para ser tan breve
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